El presidente Nicolás Maduro ha hablado de una guerra bacteriológica. Teoría que el tiempo se encargará de descartar, como ha pasado con muchas otras elucubraciones que manan desde Miraflores con una naturalidad preocupante. En todo caso, tomaremos la palabra del presidente y trataremos de entender cómo llegamos a ser un país vulnerable. Veamos.
Una nación con buenas condiciones sanitarias no podría ser un blanco fácil en un supuesto ataque bacteriológico. Los cercos epidemiológicos se activarían impidiendo que se propaguen las enfermedades. Otra cosa pasaría si el supuesto país atacado carece, incluso, de los recursos adecuados para la investigación de enfermedades tropicales, para su oportuno control. Si los planes de fumigación no se realizan, sino cuando llegan los muertos. Y es que si en Venezuela no se consiguen ni si quiera los medicamentos más elementales para combatir enfermedades como el dengue o la chikungunya, la guerra está perdida antes de comenzar. Cualquiera puede preguntar en su hospital preferido y entenderá que la falta de insumos es una realidad. Ni hablar del riesgo que significa que buena parte de la población tenga que recolectar agua en recipientes, sin la debida información al respecto, convirtiendo a muchos hogares en focos de cultivo de los mosquitos que, por otra parte, no pueden ser vistos a la ligera ya que, tal como reveló el multimillonario Bill Gates en una campaña a principios de año, es el animal que más vidas humanas quita. Se calcula que unas 725 mil personas mueren al año a causa de malaria, fiebre amarilla o encefalitis, entre otras enfermedades trasmitidas por mosquitos. Por eso, en vez de discursos a la ligera, bien bueno sería que el presidente se ocupara de mejorar las condiciones para derrotar a los mosquitos y ganar, al menos, alguna batalla.