Reelección diferida e inmediata, caciquismo y nepotismo, dejaron sin sistema inmunológico a la democracia ante la tiranía, la que ha regresado con virulencia.
Los firmantes del Pacto de Punto Fijo en 1958 (Betancourt, Caldera y Villalba) han sido los únicos líderes democráticos del país desde la independencia. Esta cualidad, unida a su formación intelectual sólida y su honestidad a toda prueba, auguraba que su acuerdo, desarrollado posteriormente en la Constitución de 1961, nos traería la democracia para siempre. No fue así. La democracia no los sobrevivió. Se fue con ellos.
El ensayo democrático (1958-1998) terminó en el fracaso porque ellos, los mejores líderes civiles de nuestra historia, dignos de admiración y respeto, cometieron un error fatal en el diseño institucional. Mantuvieron la presidencia imperial de las cuatro coronas en una sola persona (Jefe de Estado, Jefe de Gobierno, Jefe del Partido y Comandante en Jefe de la FAN), que había sido la forma de gobierno propia del caudillismo militar. No innovaron, a pesar del fracaso acumulado durante siglo y medio, haciendo la separación, por ejemplo, entre el Jefe de Estado (electo por el Congreso mediante consenso) y el Jefe del Gobierno (electo directamente por el pueblo), de modo que ambos fuesen contrapeso institucional entre sí a fin de evitar la tiranía, para lo cual era necesario sustituir el sistema presidencial por la república parlamentaria tal como existía en Europa Occidental.
Para agravar el error, de mantener la presidencia imperial, no establecieron la no-reelección absoluta como muro de contención de la tentación caudillista y dictatorial. La reelección diferida fue el simulacro de alternancia en el cargo que usaron Páez y Guzmán en el siglo XIX para su prolongado ejercicio del poder poniendo testaferros en el período intermedio. La reelección inmediata sirvió a Monagas, Gómez y Pérez Jiménez de antesala a la indefinida para constitucionalizar la tiranía. Ninguna reelección había sido buena. Todas fueron una desgracia para el país. Y, sin embargo, los grandes líderes democráticos insistieron en ella, en lugar de aplicar en Venezuela la vacuna mejicana contra la tiranía: la no-reelección absoluta.
¿A qué se debió que, desoyendo las enseñanzas de la historia, hayan insistido en la reelección presidencial que terminó resultando un desastre en esta etapa de la República como lo había sido en las anteriores? Hice la pregunta cuando promulgaron la Constitución del 61, intrigado por el rechazo a la no-reelección absoluta propuesta por Uslar Pietri y Escovar Salom. Se me dijo que estando Betancourt en la presidencia, interpretaría que era en contra suya. Debió ser verdad porque él se abstuvo de proponerla como correspondía. Terminado su período mantuvo durante diez años el suspenso de su aspiración. Vencido el plazo (1973) desistió porque se convenció, como antes en 1947, de que su reelección era inconveniente para la democracia. ¿Porqué no aprovechó su renuncia a la reelección, que le daba la autoridad moral que ningún líder había tenido, para proponer la no-reelección absoluta mediante una reforma constitucional? No lo sabemos. Lo que sí sabemos, por lo sucedido después, es que de haberlo hecho habría salvado a la democracia. Nos habría ahorrado lo que estamos viviendo, porque la “no-reelección absoluta”, convertida en cláusula pétrea de la Constitución como fundamento inderogable e inmodificable del sistema político y sembrada además en el corazón y la conciencia del pueblo mediante la educación y el adoctrinamiento, hasta hacerla parte de su idiosincrasia, habría impedido recaer en la dictadura tal como lo ha conseguido México, próximo a cumplir un siglo de democracia.
La reelección presidencial destruyó el sistema inmunológico de la democracia dejándola indefensa ante la tentación dictatorial. Se convirtió en peste cuando infectó a gobernadores y alcaldes todos reeleccionistas confesos y fervorosos, de reelección inmediata, que constituyeron partidos regionales reeleccionistas. Así la institucionalidad en estados y municipios fue sustituida por el caciquismo, llevado a la exageración con el nepotismo que convirtió el gobierno regional y local en heredad familiar en cuya jefatura se alterna el cacique con su mujer o sus hijos.
Así para 1998 había en Venezuela reelección diferida e inmediata, caciquismo y nepotismo, los compañeros de las tiranías del pasado, los cuales le abrieron las puertas del regreso. Es la eterna recaída en el fracaso en lo cual llevamos dos siglos, simbolizada en la serpiente que se muerde la cola. Lo que nunca más nos deberá suceder si esta vez aprendemos la lección haciendo sacrosanta la no-reelección absoluta.