Gustavo Luis Carrera
No es fácil definir la idea de “pueblo”. Es más, algunos ilustres pensadores, a través de la historia, han visto el pueblo con desconfianza y rechazo.
EL PUEBLO. El vocablo “pueblo” es a la vez un complicado concepto, relativo, discutible, controversial, y por igual el que comúnmente muchos pretenden tener muy en claro, y en consecuencia lo manejan alegremente, irresponsablemente.
En verdad, no es fácil definir la idea de “pueblo”. Es más, algunos ilustres pensadores, a través de la historia, han visto el pueblo con desconfianza y rechazo. Sorprende que tal cuestionamiento haya sido expresado por mentes tan avanzadas como Erasmo de Rotterdam y Voltaire, por ejemplo. Pero, es que, de base, el concepto es confuso, vago y hasta contradictorio.
Al menos hay dos perspectivas semánticas al respecto: “pueblo” es la totalidad de una población, íntegra, sin discriminaciones; o “pueblo” es solamente un sector de la población, el más modesto o desposeído.
Pero, como quiera que sea, el uso abusivo y sesgado del término es tan corriente, que es una bandera enarbolada interesadamente en el campo político habitual.
EL JEFE DE GOBIERNO NO ES EL PUEBLO. Ya es un lugar común que los Jefes de Gobierno se crean poseer en sí mismos la representación de todo un pueblo. Esta es una identificación falsa, arbitraria, más propia del abuso o de la ignorancia. En el mejor de los casos, se trata de quienes han sido electos para gobernar un país; pero, en ningún momento son depositarios de la identidad de todo un conjunto social tan heterogéneo y abarcante como el que se denomina “pueblo”. De allí que se repita, una y otra vez, el exabrupto de que al ser criticado directa y personalmente, el Jefe de Gobierno diga que con ello “se ofende al pueblo”. Esta extensión abusiva de una representación, que hace subjetivo lo colectivo, nunca es un acto simple, inocente. Siempre revela una intención de esconderse, de camuflarse, detrás del pueblo. Y de allí a pedir que se “defienda al pueblo”, para defenderse él, y solo él, no hay sino un paso. Justamente, el paso que siempre dan.
Es lamentable, en realidad grotesco, oír a todo tipo de gobernantes, dictadores y hasta presidentes, tratando de cubrirse con el escudo del pueblo para evitar los dardos críticos que se le lanzan. Sin paralelo resultó oír, en sus momentos finales como dictador, a Muamar Khadafi, decir, por la televisión, que él era el pueblo libio y que quien no lo amara a él, no amaba a Libia, y merecía la muerte. ¡Hasta dónde puede llegar la insania de los déspotas!
Ahora bien, tampoco son el pueblo quienes acompañan al Jefe de Gobierno en el ejercicio del poder. Entonces, cada uno de ellos debe responder por su función administrativa, gerencial, militar y judicial; sin la pretensión de hacerse a un lado de las críticas, sin dar explicaciones, asumiendo el artificio de ocultarse detrás del tramposo juego de identidades, donde ellos son “el pueblo”.
No, el pueblo es una entidad instituida, es un país; no una máscara manipulable.
VÁLVULA. “Luis XIV dijo que el Estado (Francia) era él. Y era cierto. Porque era un rey, por voluntad divina, y el país era su propiedad. Pero, oír a un Presidente decir ¡El pueblo soy yo!, no sólo es un acto de expropiación de una personalidad que no le pertenece, sino una usurpación destinada a servir de lamentable parapeto que le permita evadir sus responsabilidades”.
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