La oposición congregada en la Mesa de la Unidad (MUD) no puede creer que las encuestas son las que ganan elecciones
EDE
El panorama es el siguiente: Venezuela atraviesa por una crisis general. En lo económico no puede ser más sombría la gestión del gobierno, incapaz de poder enderezar el rumbo, de asumir sus fallos brutales para corregir desde ya. En la calle el descontento es una constante. La gran mayoría de las personas dice que el país está mal y ve en el Ejecutivo al principal responsable de la situación. Allí están las encuestas: la falta de popularidad de Maduro es una evidencia, el rechazo automático al Psuv también, pero es un grave error pensar que sólo con eso la oposición puede ganar unas elecciones. Queda trabajo por hacer. Lo feo es que perder los comicios ante una gestión catastrófica como la actual sería la enésima demostración de que hace falta mucho más que simplemente hacerse llamar “opositor al régimen” para conquistar los espacios de poder. La MUD ha quedado en evidencia. Un mes después de sus elecciones internas no ha sido capaz de dar el listado de los candidatos que en su gran mayoría son elegidos por un consenso que ya vemos no ha existido. La lucha interna entre los partidos que componen la alianza no ha hecho más que dar la espalda a las esperanzas de la gente. El venezolano se siente atrapado entre un mal gobierno y sus adversarios que también han demostrado incompetencia. Si no han sido capaces de elegir sin titubear a los mejores para representar a la gente en la Asamblea Nacional, qué se puede esperar de ellos cuando lleguen a gobernar. El tiempo pasa y en vez de tener candidatos que estén recorriendo el país para escuchar de cerca a la gente, para retomar el terreno perdido, la MUD sigue encapsulada, negociando a lo interno sin ser transparente con el país. Esa dirigencia que exuda egoísmo será la gran responsable de producirse una nueva decepción. Es el momento de que la MUD se despoje realmente de sus viejas ropas y sepa entender la circunstancia histórica. Que aproveche el tiempo que queda y haga algo con sus malformaciones. Los partidos históricos deben entender que de una segunda muerte nadie se salva.