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Editorial | Consecuencias de los primeros días

silencio

Aquí se roba, porque se ha dejado robar, porque los cómplices han callado desde el inicio


Un país petrolero está sin divisas, con apenas margen de maniobra, encomendado a Dios, a los santos, a un milagro económico para evitar verle los ojos a la hambruna, a la catástrofe humanitaria. Dramático. El deterioro del día a día va a un ritmo desquiciado, no hay dólares para importar, ergo no hay comida, ni otros bienes elementales, porque aquí nada se produce. No abundan grandes empresas productivas, de esas que emplean a miles. Ni en manos de privados, mucho menos de sus trabajadores; faltaría más. El campo quedó olvidado y los incentivos fueron malversados. Una tajada por aquí, otra por allá. Comisión, enriquecimiento, para qué carajo trabajar y ensuciarte las manos con tierra cuando ser rico es fácil en un país donde estar enchufado te exime de rendir cuentas. Hasta la victoria siempre, y otro contrato al bolsillo. Tampoco es necesario ser muy chavista que se diga. Simplemente basta con no tener escrúpulos para ser bienvenido en el festín. Y así durante quinquenios.

Entramos en la trampa de quien se cree rico cuando no lo es. Derroche, despilfarro, mala cabeza, corrupción por sobre todas las cosas. Sin instituciones, con cómplices en todos los niveles, el gobierno venezolano logró lo inimaginable. Un país petrolero, que hasta hace muy poco recibía más de cien dólares por cada uno de los barriles de petróleo que produce, está en estado de mengua. Al final ha sido la corrupción. A pesar de lo que digan los “guerreros económicos”, esa pequeña legión que trata de vender pajaritos preñados a un Presidente que se los compra. Es el latrocino descontrolado lo que ha generado la actual situación, son los ladrones impunes los que siguen mamando de una teta que ya no da más. Cualquier otro factor es marginal. El monstruo está adentro, entre pecho y espalda, y es insaciable. Aquí se roba, porque se ha dejado robar, porque los cómplices han callado desde el inicio, porque aún hoy son tímidos en sus denuncias, a pesar de que la realidad es contundente e inequívoca. Se roba, porque esa práctica se incentiva desde el poder que corrompe con su acción y omisión. Estamos así, porque disentir se convirtió, muy a conciencia, en un estigma, criticar es lo más parecido a un pecado y denunciar es alta traición. Eso es así desde el día 1 de la mal llamada “revolución”. EDE