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Radiografía materialista del secesionismo en Cataluña

El imperialismo, por cosa de defecto profesional, olfatea agudo las necesidades financieras de una burguesía burocrática, cuya dependencia crediticia no es coyuntural, sino crónica


Tamer Sarkis Fernández (Barcelona, España)

¿Independencia?: Cataluña en venta

No puede comprenderse el proceso sedicente “independentista” en Cataluña sin partir de la contradicción agudizada entre, por un lado, (1) la función principal que hoy ocupa al Estado español en su condición de ente propiedad de la oligarquía financiera, de sus monopolios y (principalmente) del imperialismo “occidental”. Y, por el otro lado, (2) una burguesía burocrática catalana necesitada cada vez de mayor liquidez para sufragar su propio sostén y más en general para mantener el modelo socio-laboral parasitario que durante las últimas décadas ha ido desarrollándose en Cataluña al abrigo del nacionalismo, con independencia de quiénes han sido en una u otra legislatura los partidos o tripartitos implementadores del modelo.

A lo largo de dicho tiempo, y de la mano de sus Cuadros y Directivos técnicos, la partitocracia ha ido montando en tierras catalanas una maraña de estamentos institucionales y para-institucionales presentes desde el núcleo a las terminaciones sociales. La maraña es rectora de variopintos procesos de gestión: “voluntariado”, orfeones, pedagogía, consultorías, urbanismo, casales para vecinos y esplais para niños, integración, departamentos, policía, movilización ciudadana, fundaciones, corporación audiovisual, cultura y folklore, propaganda cinematográfica, stablishment universitario, dualización sanitaria en una estructura funcional y profesional de precariedad/privilegio, escuelas concertadas, “normalización lingüística”, consistorios, controles de “calidad” sociológica, investigaciones, etc.

Las funciones de dicho arquitrabe son múltiples y atañen por ejemplo a la regulación/extorsión de procesos sociales; a legalización y tramitación; a dotarse de una correa de transmisión ideológica en el seno de la sociedad catalana; a generar empleo clientelar y por tanto fidelidad electoral; a blindar a través de docencia las tendencias y cosmovisión en las generaciones jóvenes; a armar un lobby administrativo y “de sociedad civil” presionador sobre los presupuestos estatales españoles; a centralizar de un modo abusivo (y mafioso) el permiso de empresas procediendo con extorsión a las aperturas empresariales; etcétera.

Dicho monstruo tentacular ha resultado ser, a la postre, también el principal mecanismo de provisión de solvencia de mercado para el sistema capitalista (relativa estabilidad social, de contratación y de consumo). En consecuencia, goza de una considerable base social ciudadana leal. Como naturalmente los mismos potentados implementadores (“la gente de carnet”, Cuadros de partido, militantes con contactos…) se auto-ubicaban en unos y otros vértices que coronan sendos tentáculos del Aparato, el manejo de la estructura y de sus vías recaudatorias acabó por “empoderarles” como clase dominante en Cataluña, encumbrando sobre todo a quienes ya se apoyaban sobre una sólida tradición de “empoderamiento” en el espectro más extensivo de la Cataluña de provincias, paisana y local (la vieja Convergència i Unió como elefantiásica coalición político-caciquil).

Lloviendo sobre mojado, la nomenklatura ha procedido a financiar numerosos giros expansivos del Aparato (con ayuda emisora de los llamados “bonos patrióticos”), en una estrategia de crecimiento con gran valor para sus aspiraciones, pero que no deja de ser un arma de doble filo:

En efecto, apuntalar ese mundo hecho a medida, poblado de compenetraciones ideológicas cada vez más densas y de adhesiones económicas clientelares cada vez más estrechas, le ha significado a la burguesía burocrática catalana afilarse una punta de lanza en Madrid en pro de modelos de financiación y de influencia política y legislativa cobertores de sus necesidades de renta, de acumulación y de inversión. El nacionalismo catalán devino así partido bisagra, lobby parlamentario con incidencia en las votaciones para la aprobación o derogación de proposiciones de Ley (gobierno) o proyectos de Ley (oposición), etc. Pero, dialécticamente, con ello su modelo administrativo de colonización para-institucional de la vida civil ha ido hipertrofiándose hasta el punto de plantearle a la burguesía burocrática catalana un problema serio de liquidez. Se trata nada menos que de un problema de reproducción social (ubicación de cargos y funciones, status, regularidad de cobros salariales…) e, indisociablemente, un problema de auto-reproducción política.

Mientras el Estado español pudo soltar lastre -por ejemplo con Aznar o incluso con Zapatero durante su primera legislatura-, dicha contradicción podía expresarse dentro del estrecho perímetro de las mejoras en “el modelo de financiamiento” y estatutarias (ampliación y profundización de l’ Estatut d’ Autonomia de Catalunya). Pero al estallar la crisis del Bloque “occidental”, el Hegemonismo estadounidense pone firme al Estado español. Si la clase dominante española desea conservar sus relaciones de dependencia crediticia con los imperialistas acreedores, la misión estatal deberá ser la de agenciar una colosal transferencia de capitales y de riquezas nacionales hacia esos mismos centros imperialistas. O sea: la reformulación de financiamiento pretendido por la burguesía burocrática catalana se queda automáticamente fuera de Agenda, y ella sin margen de negociación con el Estado. El impasse burocrático catalán frente a su insolvencia social, está ahora sellado.

Es en este punto preciso de callejón sin salida en España cuando a la burguesía burocrática catalana se le revela a la orden del día la separación nacional, que con el tiempo se traduce en la planificación de una “vía soberanista”, a su vez sintetizada con el famoso y muy ilustrativo eslogan Volem un Estat propi (Queremos un Estado propio). Se trata a grandes rasgos de conquistar entidad política “independiente” para poder así ofertarse directamente y sin mediaciones al imperialismo. Me refiero principalmente al imperialismo anglo-sionista, nucleado alrededor de una Superpotencia hegemonista con rol de patrón de los patrones británico, euro-alemán, japonés, qatarí e israelí; y desarrollando, estos dos últimos actores, relaciones preferenciales de desarrollo de la economía turística barcelonina, bajo doble condición de alinear a Cataluña en sus racionalidades geopolíticas respectivas y de sobresalir en “atender” a la futura dependencia tecnológico-militar y financiera catalana (israelíes) así como a una futura dependencia de capitalización bursátil (israelíes y qataríes).

A costa de profundizar en la venta del país a precio de saldo, la operación habría de permitirle al Aparato de buró renovar su solvencia y capacidad acumulativa a través de diversas vías de inversión financiera y de compra extranjera de deuda, emisión de Bonos y Obligaciones, etc. Paralelamente, a la burguesía burocrática ya le va bien especializarse en vivir a la sombra de abrir Cataluña a la capitalización exterior (productiva y especulativa) en condiciones aún mejores de las hoy brindadas por el Cortijo español, lo que implicaría seguir ahondando en materia de “flexibilidad jurídica”. En fin, pero no menos importante, estos contextos imperialistas suelen dejar la puerta abierta a los aparatchik en lo que se refiere a la ocupación de cargos profesionales en las estructuras privadas erigidas, lo que es en sí una contra-prestación, mientras les nutren a estos con paquetes de acciones en consorcios o en las filiales locales de los monopolios extranjeros en asentamiento. En tal juego de compensaciones y reciprocidades, tanto la burguesía burocrática como el imperialismo podrían abalanzarse aún más al acaparamiento de títulos en el universo del Capital monopolista y financiero catalán, tomando como nuevo contexto una Bolsa de Barcelona independizada del IBEX-35 y en boom receptivo de flujos.

IBERPOTASH, filial israelí dueña de las minas potásicas de Súria y Sallent, con su ausencia de salubridad laboral, con sus montañas de residuos y con su mortandad entre operarios; la anglosajona CARPIO en Sanidad; la lesiva y peligrosa técnica de fracking dominada por estadounidenses y canadienses… Si citáramos tan sólo la más elemental colección de capitales anglo-sionistas en Cataluña, la lista sería larga. Y aún más extensa habría de ser en una futura Cataluña “independiente”, que, así de entrada, saldría al Mundo arrastrando un 100% de deuda sobre su PIB. A este endeudamiento hay que añadir, como es obvio, una mucho mayor limitación devolutiva que en su actual integración española (a pesar de los pesares, España es todavía la 3ª economía de la Eurozona). Y, en consecuencia, una mayor debilidad concurrencial en los mercados financieros.

Estas condiciones objetivas determinan la cantidad de pisos de la tarta a encargar por los acreedores potenciales, que se frotan las manos pensando en una burguesía burocrática “nacionalista” visiblemente dispuesta a darlo todo (y, más profundamente, determinada a dar ese todo, a tenor de su ser social de clase dependiente). ¿El colofón?, quizás la instalación de bases militares. Se entenderá la alegoría si nos referimos a una futura Cataluña “colombiana” o incluso “panameña” o “gibraltareña”. Israel ha sido, por el momento, el único Estado que ha reconocido expresamente y por avanzado un futuro Estado catalán. Por su parte, el President de la Generalitat de Cataluña declaraba al canal televisivo LASEXTA en una reciente entrevista: “Yo no quiero que Cataluña tenga ejército. Acordaremos que España o Europa o la OTAN o quien sea nos defienda y le pagaremos por ello”. Se comprenderá que la dependencia militar significa automáticamente ausencia de independencia económica o política. Los mismos encargados de proteger pueden, inclusive, fabricar enemigos, ataques o atentados, produciendo así la necesidad de su propia tarea y cobro. En cuestiones tan delicadas como la defensa, los cobros pueden llegar a ser, por lo demás, ambiciosos en extremo. Disponer de las pistolas es el lugar más cómodo desde donde exigir un botín a la carta.

El imperialismo, por cosa de defecto profesional, olfatea agudo las necesidades financieras de una burguesía burocrática, cuya dependencia crediticia no es coyuntural, sino crónica. La sujeción forma parte de su ADN de clase social: se trata de una clase que no produce Valor, sino que invierte el Valor acaparado en su auto-reproducción funcional. Así, el gasto improductivo, la dependencia financiera y la labor de pago componen una triada en co-alimentación ad infinitum. De ahí el interés mostrado en Cataluña por un Bloque imperialista declinante cuyo epicentro estadounidense poetiza “la vía catalana” con artículos del NY Times, mientras pone la alfombra roja a Mas (el presidente) en la CNN o a Jonqueres (líder de la hoy independentista ERC) en el Financial Times. Jonqueres aprovechó allí para subrayar la poca seriedad de una España lenta y desatenta a la hora de cumplir con los plazos de devolución de deuda, contra la diligencia que en la materia él se atrevía a garantizar de una Cataluña “independiente”, tal y como la adjetiva a ésta sin sonrojarse.

No es que España no esté ya de pies y cabeza en la órbita hegemonista yankie, pero las aguas políticas españolas se muestran turbulentas y nadie sabe a ciencia cierta por qué cauces van a acabar brotando. Hay crisis de autoridad institucional y política. Los Jefes atlánticos y continentales, preocupados, buscan anclaje en lugar seguro; para no perder totalmente la Península. España podrá volverse el caos, pero saben que en Cataluña está todo mucho mejor atado por el “nacionalismo”. Aquí, a la orden del día no está rodear el Parlament, como fue el Congreso rodeado y hasta puesto en idea de asalto por el Pueblo de Madrid. En Cataluña, a la orden del día entre los ciudadanos está auto-inculparse solidariamente por la celebración de la consulta del 9 de noviembre de 2014, no sea que fueran a quedarse solos los pobrecitos políticos imputados.

Si iniciábamos este apartado diciendo tácitamente que la Agenda independentista es, en la perspectiva de la clase dominante catalana, una consecuencia de la decadencia adolecida por la oligarquía española en la Cadena imperialista, podemos ahora completar el razonamiento afirmando que el imperialismo explota esta consecuencia -esta reacción política catalana- transformándola en arma para debilitar todavía más a su presa española. Así se deshace de resistencias y puede escarbar siempre más a fondo en un saqueo visceral. Para empezar, y aunque la hipótesis de independencia sea tomada reductivamente como futurible, desde el momento en que la independencia entra en la Agenda de lo pensable el Estado español ya es automáticamente más débil en su dialéctica con los centros imperialistas, quienes proceden a pedirle más por menos. Y no digamos si el futurible se consumara. Con la independencia, sea como realidad o como mero fantasma, es el imperialismo quien se fortalece. La prima de riesgo guarda una relación aritmética inversa con el PIB, y, claro está, el PIB español se reduciría sustancialmente.

Para completar la ecuación de rentabilidades, hay que ponerse en la cabeza de los imperialistas en lo que se refiere a su interés por reorientar el Capital financiero catalán hacia territorios alternativos a su actual rol destacado como pulmón financiero de la oligarquía monopolista española. Si el imperialismo lograra, en un marco futuro de Estado catalán, cortar o siquiera entorpecer el flujo de Capital catalán hacia el IBEX-35, eso precipitaría los problemas y hasta la quiebra de más de un gigante español y de dos, lo que pondría a una parte de los negocios de la oligarquía en la tesitura de incrementar su endeudamiento directo con los colosos imperialistas o bien ser netamente absorbidos por estos últimos.

Una auto-consciente base social aristobrera

Este proyecto burocrático de clase entronca de inmediato con la insatisfacción latente vivida por una aristocracia obrera catalana que dentro del marco español ve erosionar día a día su propio estatus, habiendo ya caído, no pocos sueldos funcionariales y para-funcionariales, de lleno en la inconstancia mensual de pagos. Mientras las capas inferiores del mundo aristobreril se saben expuestas a una proletarización de la que se creyeron salvadas, o bien franjas enteras ya cayeron proletarizadas e incluso se muestran precipitables a la exclusión, las capas medias y superiores aristobreras van perdiendo paulatinamente el distintivo tren de vida de los años dorados. Por más rancio chovinista que Aznar fue, a las amplias masas aristobreras catalanas no se les ocurría en aquel entonces ser independentistas más que de boquilla. Aborrecían tal llamado “españolismo”, flagrantemente irrespetuoso con su cultura, pero era impensable organizar en serio una fuerza de calle y de “sociedad civil” que apuntara a independizarse. ¿Para qué reclamar la independencia en aquel entonces?: el Capital monopolista y financiero español (y por ende su más que sustancial componente catalán) se hallaba en la cresta de la ola, abanderando un modo de acumulación imperialista constitutivo de una base material desgranadora de prebendas y de condiciones adquisitivas hacia el tejido social aristobrero. A la orden del día no refulgía más que una pragmática reforma fiscal que significara sentar a este tejido autonómico sobre una silla más alta ante la mesa de comensales en bonanza.

No por casualidad es ahora cuando toda esta colosal población laboral contenida en el Aparato, “se ha cansado de España” (por parafrasear la expresión acuñada por los propagandistas del propio movimiento). Ella constituirá la copiosa base social del Proyecto y será amplificada por el espectáculo a la Categoría de “la sociedad civil catalana”, mientras sus padrinos burocráticos empeñan caudales “públicos” en subvencionar su salto organizativo en calidad de Assemblea Nacional de Catalunya y consortes como el Consell Nacional de Transició, repetición textual de aquel “Consejo Nacional de Transición” montado hace escasos años por el imperialismo a efectos de “la Primavera libia”.

A estas luces, se rebela bizantina la tertulia espectacular barajada entre la teoría de unas “élites manipuladoras y conductoras de masas ciegas” y la teoría de un “estallido de masas desde abajo al que el nacionalismo político no habría tenido más remedio que engancharse para no perder el carro electoral”. No es ni así ni asá, sino todo lo contrario. No hay fundamentalmente masas imbuidas de falsa conciencia por el nacionalismo político, sino un cordón umbilical de necesidades comunes que pone en consonancia y co-dependencia a la burguesía burocrática con “la calle” aristobrera. Esta última clase suele tener por ideología la ideología de los resultados, esto es, la de conservar su nivel de vida cueste lo que cueste a terceros sea en Catalunya, en España o a las masas expoliadas del “Tercer Mundo”. Una generalidad de movilizados ayer contra los llamados “recortes” de la burguesía burocrática, vitorea hoy a Mas y a su hoja de ruta a la salida del Palau de la Generalitat, expectantes por ver intercambiar con el imperialismo la venta de un pueblo por el mantenimiento financiero de ese Tinglado para-estatal que a ellos emplea. Y cada vez se ven más banderas yankies ondear en las concentraciones y marchas promovidas por la Assemblea.

Las demás clases sociales del proceso

He hablado de la síntesis de intereses entre la burguesía burocrática y la masa subalterna de aristocracia obrera, todo ello bajo un curso internacional donde el atlantismo, Sion y diversos actores subalternos ven en descomponer España una condición de oportunidad para fortalecerse. Pero se apunta también al carro secesionista un sector del Capital financiero y monopolista catalán, plenamente inserto en la clase dominante española y así aterrorizado por la embestida imperialista actual, dirigida a absorber un abanico de monopolios españoles e incluso parte de la gran banca. Estos sectores catalanes del monopolismo tienen en mente subsumir al territorio catalán en una entidad política “independiente”, a través de cuyo Aparato poder ellos también medrar directamente con el imperialismo y así, a través de mayor entrega neo-colonial del rumbo político y económico catalán, librarse aunque sea parcialmente de la merienda que, saben, se avecina (el aperitivo ya se inició con IBERIA, la pérdida decisoria de las Koplowitz sobre OHL, AENA, etc.).

En cambio, se desmarcan del proceso los contados residuos que aún quedan de la burguesía nacional empresarial catalana, cuya dependencia mercantil española les resulta, hoy por hoy, insustituible (vean, como paradigma, el posicionamiento de FREIXENET). Sin embargo, aquellos analistas que con solemnidad concluyen “la vía soberanista sólo puede ser un bluff porque a la burguesía catalana (típica-ideal) no le interesa romper con España”, deberían estudiar con seriedad la estructura de clases catalana. Pues, en realidad, es esa momia histórica empresarial, adversa, en efecto, a la independencia, la que ya no interesa a la nomenklatura hoy dominante en estos lares. Paralelamente, la pequeña burguesía titubea, trasluciendo su naturaleza de clase bajo la época imperialista, y que consiste en no tener más interés de clase que el de agarrarse a los intereses de clases terceras, en función de cuál sea la correlación de fuerzas y así a tenor de unas u otras rentabilidades previstas.

Del proletariado catalán hondo y profundo ya hemos explicado que, hoy por hoy, no existe más que cosificado como masa políticamente amorfa sobreviviente en conurbaciones guetizadas grosso modo castellano-hablantes. Saque cada uno las conclusiones que pueda respecto de la correlación significativa origen/clase en Catalunya y, en tal medida, de las relaciones inter-clases traducidas por el movimiento de separación. Por el acto mismo de extrañar al proletariado respecto de la imagen en proyección, el espectáculo lo integra bajo su lógica, en calidad de sujeto social neutralizado.

Esto último es lo que, por ejemplo, permite a Catalunya Radio citar impunemente hace unos meses los resultados de una pseudo-investigación sociológica que arroja resultados de cuasi-empate técnico entre independentismo y no independentismo. ¿Cómo cuadrar esos datos con la reciente experiencia del 70% de desobediencia social a participar en una consulta planteada expresamente como hito valedor del proceso soberanista?. No cuadran los números, que sin embargo son hechos salir de la chistera burocrática y bailar optimistas mientras crédulo, confuso, anonadado, pasivo, amedrentado o todo ello junto, el proletario-espectador contempla en Cataluña la trama de un proceso-película autonomizado. ¿Se quedará contemplando también su desenlace?.