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Roberto Lovera De Sola: “El seudónimo es una tradición”

Roberto Lovera de Sola habla sobre el seudónimo en Venezuela

El escritor Roberto Lovera de Sola sostiene que, aunque no haya una ley que los restrinja, el gobierno nacional ha perseguido el uso de seudónimos


Jacobo Villalobos

Roberto Lovera De Sola, egresado en Letras de la Universidad Central de Venezuela, escritor, periodista, ensayista, crítico literario, especialista en historia y literatura, recuerda que en contextos adversos, personas como Teresa de la Parra, Andrés Eloy Blanco, José Gil Fortoul, Miguel Otero Silva, así como Rómulo Betancourt, Cipriano Castro y Rafael Caldera, hasta eminencias históricas como Francisco de Miranda y Simón Bolívar, han recurrido al uso de seudónimos o alias para manifestar pensamientos o publicar escritos polémicos sin que su seguridad personal se viese comprometida.

El crítico reflexiona y alude a la vasta lista de seudónimos que han poblado el país y asevera que esa práctica ha ido menguando progresivamente desde la segunda mitad del siglo pasado. En primer lugar, gracias a los años de democracia en los que los alias dejaron de ser una necesidad, a excepción de la época de las guerrillas, y, luego con la llegada del sistema de gobierno actual, en el que han habido reiterados casos de censura.

Más de 200 años de nombres falsos

El diccionario de la Real Academia Española define la palabra “seudónimo” como un “nombre utilizado por un artista en sus actividades, en vez del suyo propio”. Sin embargo, para Lovera la seudonimia no se limita al ámbito artístico, sino que aborda la política y el ejercicio periodístico.

Sentado frente a una taza de café, en un sofá de su casa que parece más una biblioteca atestada de libros, el intelectual asegura que, si bien alrededor del mundo hay una enormidad de seudónimos, el uso de estos es una práctica antiquísima de la lengua castellana, que encuentra en Venezuela a uno de sus principales países exponentes.

El escritor y ensayista relata que la presencia de seudónimos en la historia nacional se remonta a la época colonial e independentista, no solo con escritores como Fermín Toro (F. T., Salvador Constanzo), sino con personajes tan conocidos como Simón Bolívar, a quien se le cuentan más de seis alias (El Americano, Un Americano, Un Americano Meridional, Un Caraqueño, El Libertador, Filodíaz, J. Trimiño, entre otros) con los que firmaba sus artículos polémicos. Y Francisco de Miranda, conocido también como Mr. Martín, Gabriel Eduardo Lerroux D´Helander o Don Pancho, entre otros, cuando era perseguido por los españoles. Ambos próceres empezaron a usar sus nombres de pila para firmar documentos cuando dejaron de ser perseguidos y abandonaron la clandestinidad.

Para Lovera la seudonimia no se limita al ámbito artístico, sino que aborda la política y el ejercicio periodístico

Roberto Lovera De Sola, cuyo seudónimo más conocido durante su época de columnista fue Gabriel Otáñez (nombre de un antecesor de su familia), afirma que estos alias tienen una razón de ser.

“Hay algo que hace a una persona escoger llamarse de una manera, que puede estar ligada a su forma de ser o a los avatares de su vida”, afirma el escritor. Y recalca que el origen de la seudonimia se puede ubicar en la necesidad de escribir en un ambiente de mucha censura.

Por tal motivo, no resulta extraño que el uso de los seudónimos en el país tenga su mayor auge durante el gobierno de Gómez, particularmente con la Generación del 28, cuando futuros políticos como Rómulo Betancourt (conocido como Álvarez, Braza, Carlos Roca o Clemente Votella) y Andrés Eloy Blanco (F. V., Crispín o 0.3), quienes para entonces publicaban escritos desde la clandestinidad, eran perseguidos por el gobierno y no les convenía ser reconocidos.

Posteriormente, con la llegada de la democracia, la pseudonimia no fue necesaria a excepción de escritores, debido al actuar pacífico de los gobiernos de esos 40 años, asegura Lovera.

No obstante, aclara que durante los primeros años de esta época, rondando los años 60, proliferaron los seudónimos en la guerrilla nacional.

El escritor y crítico literario destaca el del “Comandante Carache”, con el cual se le conocía a Argimiro Gabaldón, jefe de los Comandos de Lara (Frente Simón Bolívar).

También, el caso de “Sucre”, seudónimo usado por Luben Petkoff, hermano del político Teodoro Petkoff, cuyos alias durante su época de guerrillero eran “Roberto”, “Teódulo Perdomo” o “Quintín Cañones”; así como J. Saavedra o Lisandro, alias que usaría Douglas Bravo en años siguientes.

La seudonimia en el chavismo

Roberto Lovera De Sola, para reafirmar la larga tradición venezolana en cuanto al seudónimo, enumera una larga lista de personajes entre los cuales incluye al periodista Alfredo Tarre Murzi, conocido como Sanín; Rafael Ángel Díaz Sosa, alias Rafael Pineda; Eugenio Montejo, con Eduardo Polo como seudónimo; Gloria Stolk, que firmó como Rosela Campo o Marisancha Roldán; y Teresa de la Parra, cuyo nombre real era Ana Teresa Parra Sanojo.

En el libro “Historia del seudónimo en Venezuela”, volúmenes I y II, de Rafael Ramón Castelllanos (prologados por Lovera), aparecen más de un millar de alias que han recorrido la historia nacional: Cipriano Castro (El Restaurador o Ruiz), Luis Herrera Campins (Chirel), Ramón J. Velásquez (Francisco Sánchez Roa), Rafael Caldera (R. S. V. P.), Miguel Otero Silva (Vidal Rojas o Iñaqui de Errandona), Arturo Uslar Pietri (Bárbaro de Bulgaria), Manuel Caballero (Raúl Comuneros), Óscar Yanes (Chivo Negro).

El mismo Castellanos cuenta con varios seudónimos (Ramón A. Peña D, por ejemplo). O el periodista Rafael Bolívar Coronado, autor de la letra del Alma Llanera, a quien se le atribuyen más de 100 seudónimos, como Rodolfo García, César Dávila Cordero o Fray Nemesio de la Concepción Zapata.

“El chavismo, en sus errores intelectuales, ha prohibido el uso de seudónimos, y no tiene sentido”

Tras este breve recuento, Lovera De Sola señala que en la actualidad el uso de seudónimos ha ido mermando, pues ha sido perseguido, mal visto y abatido por los gobiernos de Hugo Chávez y de Nicolás Maduro.

“El chavismo, en sus errores intelectuales, ha prohibido el uso de seudónimos, y no tiene sentido. En Venezuela es una tradición”, declara el crítico literario y explica que esto se debe a que el sistema político actual “duda de la integridad de las personas”.

El ensayista además aclara que si bien la prohibición del seudónimo no es oficial ni está en un decreto legal, en la práctica sí ha habido hostigamiento y desaprobación continua a su uso, lo que se ha traducido en una disminución radical de esta práctica.

“Ya no veo seudónimos. Incluso los editores de los periódicos no los admiten o no los aconsejan”, comenta, explicando que los casos conocidos como Edo, Rayma o Zapata, no son casos de seudónimos sino de firmas.

El escritor y especialista en historia compara esta situación con la de épocas precedentes y concluye que en aquellas “nadie se metía con los seudónimos”, mientras que ahora es una práctica castigada, pues, a su parecer, “el chavismo pretende unificar a las personas”. Lovera califica este actuar político como un “absurdo total” y como una conducta anti-democrática, pues, a su juicio, cercena la libertad de expresión.

Señala que incluso en el gomecismo, caracterizado por la censura a medios opositores, no hubo un ataque al seudónimo. Puntualiza que la situación se debe a que “esta gente no se fía de nadie y ve conspiraciones en todos lados”.

Por tal razón, el crítico sostiene que una vez ocurra una transición de gobierno y regrese la libertad de prensa y expresión, “ellos (los seudónimos) volverán”, hecho que ve con aprobación.

“La libertad nunca se apaga, queda en el alma de la gente”, concluye Lovera De Sola, al tiempo que reitera que es un error ver en la seudonimia algo oscuro, pues esta no se ha usado para cosas negativas. “El seudónimo es algo muy valioso. Estos pertenecen a gente que han dejado una obra significativa para el país”.


 

La relación afectiva con el seudónimo

El ensayista comenta que puede existir una relación afectiva con el seudónimo, pues la persona convive con él hasta el punto en que la gente llega a olvidar su nombre real. Cita el caso de Sanín, cuyo nombre de pila era desconocido por la gran mayoría y recuerda el caso de Rafael Bolívar Coronado, de quien dice que se podría llegar a pensar que sufría un problema psicológico.

Profundiza en este tema y asegura que la relación sentimental con el seudónimo no es exclusiva de quien lo usa, sino que la sociedad en general desarrolla empatía por esos alias. Recuerda que ese era el caso de “Cándido”, nombre con el que era conocido Luis Beltrán Guerrero, poeta y ensayista venezolano.