Las encuestas ratifican las ventajas de la oposición y del país para ponerle fin al peor gobierno venezolano de todos los tiempos
Manuel Malaver
Es un milagro que los días que cuenta la campaña electoral no contabilicen más asesinatos, secuestros, atracos, robos y asaltos, según son de furiosos, intensos y reiterativos los llamados a la violencia, la guerra y la confrontación que los dos “presidentes” de Venezuela, Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, expelen a diario.
Y en el caso del primero, no precisamente en el círculo de sus amigos y seguidores (que casi no le quedan), o en programas de radio y televisión que no alcanzan el cinco por ciento de ratting —dado el rechazo del 90 que tiene la llamada “hegemonía comunicacional”—, sino en cadenas de los medios radioeléctricos que pueden oírse en la mañana, la tarde o la medianoche, porque el Stalin y el Beria venezolanos creen que sus delitos “son aptos para todo público”.
En cuanto al segundo, también vocifera a cualquiera hora y en cualquier sitio, pero especialmente desde la Asamblea Nacional que preside, y en una mueca de programa de televisión que masculla los miércoles en la noche en horario estelar por el canal del Estado, con el sugestivo titulo de “Con el mazo dando” y es otra prueba de lo que no se debe hacer para mantener la salud del oído, la vista, la razón y la lucha política.
Y, mucho menos, en los días que preceden a unas elecciones que, en si, son propensos a caldearse, romperse, estallar —y más en un país donde la polarización política marca récords mundiales—pero que no apaciguan, sino incendian a estos dos guerreros del insulto y del atropello con ventaja, porque de estar en una simple escaramuza, o refriega de barrio, eso siempre se lo dejan a sicarios, que para eso les pagan y bien.
Pero ¿por qué estos odios, miedos, rencores, pánicos, fobias, resentimientos, y de todo cuanto tenga que ver con destrozos, ruinas, escombros, fragmentos y sangre?
Bueno, porque, sencillamente, a los sucesores o herederos del llamado “presidente” o “comandante eterno”, Chávez (otra cursilería de un movimiento político que no nació para hacer historia sino anacronía) le llegó la hora de la verdad, el primer conteo electoral después de dos años y siete meses de asalto al poder, el del 6D, y lo que dicen todas las encuestas es que, si se atrevieran a hacer unas elecciones sin fraudes, interferencia de la campaña y el acto de votación y, definitivamente, honestas y transparentes, perderían con el 80 por ciento de los votos.
Cifra que, no sale solo del universo opositor (un total del 60 por ciento de los electores) sino del 40 por ciento restante que podría definirse como chavista o madurista, y que, en más del 20 por ciento, o se abstendrá o votará por la oposición.
Quiere decir que, “los herederos o sucesores” dependen de una monstruosa abstención que pase del 40, o 50 por ciento, para rebanar lo que se pueda del 50 por ciento de votantes y así decir que ganaron o perdieron por poco margen.
Y por eso, la violencia, los tiros, los muertos, los atropellos, la fanfarronería, la apuesta desesperada porque el hambre, las enfermedades, la desnutrición y el miedo mantengan el 6D a los electores en sus casas, a escondidas y las bandas de criminales, de asesinos y sicarios puedan hacer en las calles lo que les de la gana.
Sin embargo, los contundentes porcentajes de rechazo al dúo que traen todas las encuestas para las parlamentarias del 6D, no son los únicos que lo perturban, sino que, preguntas menos cerradas de estudios de “Datanálisis”, “Keller y Asociados” y “Consultores 21” “sobre las preferencias en un Referendo Revocatorio” contra Maduro, no solo ratifican, sino que amplían, las ventajas de la oposición y del país para ponerle fin al peor gobierno venezolano de todos los tiempos.
En otras palabras que, la sentencia a muerte política de Maduro y Cabello, su partida de defunción o declaratoria de que, definitivamente, no son aptos para gobernar, que sirven para cualquier cosa, menos para ponerse al frente de una comisaría, alcaldía o consejo municipal, y, por tanto, deben despedirse del premio de la lotería que un moribundo, y sus presuntos albaceas, los dictadores cubanos, Fidel y Raúl Castro, le pusieron en las manos, precisamente por eso, por incompetentes y corruptos.
En los dos años y meses de Maduro y Cabello, en efecto, lo poco que dejó Chávez de los colosales ingresos que recibió el país por el ciclo alcista de los precios del crudo, se transfirió casi literalmente a la nomenclatura y burocracia cubana, sobre todo a sus octogenarios capitostes que, sustituyeron con creces al subsidio soviético y se preparan a no irse a la tumba sin dejar instalada la primera dinastía de la historia republicana de las Américas, en la persona del hijo mayor de la Raúl, Alejandro.
Hambre y represión, esa fue la regla de oro que le dejó Stalin a sus acólitos caribeños para mantenerse más de medio siglo en el poder y esa es la que están aplicando los nietos de Stalin y Fidel e hijos de Raúl y Chávez, Maduro y Cabello, en una espiral de destrucción progresiva y creciente del país que ya nos tiene situados en las más alta inflación del mundo, un desabastecimiento de alimentos y medicinas que se acerca al 80 por ciento, destrucción de la infraestructura física del país del 70, decrecimiento del 5 (el más alto de la región y del mundo occidental) e índices de desigualdad y crecimiento de la pobreza crítica de más del 50.
Pero es nada comparado con las violaciones masivas de los derechos humanos, el fin de la independencia de los poderes, las cárceles con cerca de 100 presos políticos, la asfixia de la libertad de expresión que ha visto desaparecer el 95 por ciento de sus medios independientes y el reparto del gobierno entre Maduro y Cabello y pandillas del hampa común y la delincuencia organizada que se dividen la represión y tienen encerrados en sus casas o en sus tumbas a 30 millones de personas.
“Nunca había visto a un país sin guerra tan destruido como Venezuela” le declaró el veterano periodista, Jon Lee Anderson, al colega, Albinson Linares, de medios impresos y digitales venezolanos y escritor sin pérdida, (“Nuestro enfermo en La Habana”. Edit: es. Cicero. es. Madrid. 2013) en una reciente entrevista que le concedió en el “Hay Festival” de Ciudad México.
Y la afirmación con todo y ser sobrecogedora, es una verdad a medias, porque guerra sí hubo y la hay y desde el primer día que Chávez asumió la presidencia en febrero de 1999 y continuó durante los 14 años que estuvo en el poder lanzando a unos venezolanos contra otros, destruyendo a la FAN, descuartizando a PDVSA, reduciendo a la nada al bolívar, dilapidando los ingresos petroleros del ciclo alcista, promoviendo la corrupción y el narcotráfico, desguazando el aparato productivo nacional hasta hacerlo desaparecer, entregándonos a poderes extranjeros semiimperialistas y semibárbaros como los de Rusia, China y Cuba y transformando la economía en un conuco del cual aspiraba viviéramos sembrando yuca, maíz, arroz y criando ganado, pollos y cochinos.
Y ni siquiera logró semejante extravío, pues Venezuela importa en este momento el 95 por ciento de la comida que consume, no tiene insumos médicos ni medicinas, no puede atender sus necesidades básicas en urgencias de artículos elaborados y materias primas, y, aparte de destruir el aparato productivo, redujo la capacidad productora y exportadora de Pdvsa a menos de la mitad, y sin producción nacional ni dólares para importar, caímos en el peor de los mundos posibles, la hiperinflación, donde lo único que existe son billetes que no valen nada.
Hay, también, asesinatos (30.000 año), secuestros, asaltos, robos, narcotráfico, lavado de dinero, contrabando y un tipo de delito nuevo, el “bachaqueo”, que consiste en sustraer los artículos de las importaciones oficialistas a dólar de mercado para venderlos a dólar subsidiado, pero que los bachaqueros “sinceran” a precios exponenciales y haciendo las fortunas de burócratas civiles y militares.
Por eso afirmo, en contravención de Jon Lee Anderson, que en Venezuela, sí hubo y hay guerra, pero una guerra de baja intensidad que, es también, otra cara de lo que se llama ahora “la Tercera Guerra Mundial”, afincada, no en la guerra tradicional de gobiernos y estados contra países, sino de mafias contra toda la sociedad -previa toma del poder del estado y del ejército-, para proceder al sometimiento de sus ciudadanos y luego hacer parte de la gran revuelta mundial contra la paz, la libertad, el bienestar y la democracia que encabezan ISIS, Al Qaeda, Hamas, Hizbolá y gobiernos forajidos o semiforajidos como los de Cuba, Rusia, Siria, Bielorrusia, Nicaragua, China, Ecuador, Irán, Bolivia, las monarquías del Golfo, Sudàn, Zimbawue y Corea del Norte.
Todos amigos y aliados de Maduro y Cabello, claro que no gratuitamente, sino “por el puñado de dólares” que aun nos restan de las exportaciones petroleras.
Sucedió un asesinato de un líder opositor en un mitin que presidía la esposa de Leopoldo López, Lilian Tintori, en plena campaña electoral, la tarde del jueves, en Altagracia de Orituco, Estado Guárico y por eso pienso que no existe mejor expediente para demostrar que Maduro y Cabello hacen parte de la “Tercera Guerra Mundial” y sus cuarteles no están lejos de París, La Habana, Amberes, Ankara, Pyongyang, Mosul y Aqqa.