Lo que pudimos ver en el acto de instalación de la nueva AN nos muestran a una bancada hoy minoritaria con un despecho profundo que se niega a reconocer la realidad
Rubén Osorio Canales
Quien la hace la paga, suele decirse, y eso ocurrió el 6D, tal y como lo habían dicho todas las encuestas. Al régimen no le fue suficiente el ventajismo salvaje que aplicó a lo largo y ancho del proceso, tampoco la repartidera de canaimitas, carros, línea blanca, dinero en efectivo y promesas de vivienda. Mucho menos la campaña de la guerra económica, en la que nadie creyó. Incluso, el dominio de los medios secuestrados a su favor fue menos que inútil.
Nada de eso sacó al pueblo de su convicción sentida en carne propia, de que el país anda muy mal, que está a punto de naufragar y lo peor del caso con el pueblo adentro y que eso imponía como indispensable y urgente un cambio.
Nunca antes ese pueblo se había sentido tan golpeado, ofendido, utilizado, engañado, por un régimen que no se cansa de mentir, prometer y no cumplir. De allí su reacción a la hora de depositar el voto.
Esa gesta o rebelión popular ejecutada con la única arma verdadera que tiene el pueblo que es el voto, tiene un mensaje de cambio y de cambio urgente que comienza con la rectificación de las políticas aplicadas con tanta falta de criterio por el régimen, con la condición de que se haga en sana paz pero sin impunidad. Que quien la deba la pague sea quien sea. Y es a esta parte a lo que realmente teme la cúpula autocrática, que ha condicionado su manera de mandar, que no es lo mismo que gobernar, en los términos del abuso y el terrorismo de estado.
«Decidieron declararle la guerra nada menos que a la voluntad popular sin detenerse a pensar en las consecuencias»
Lo que pudimos ver en el acto de instalación de la nueva AN nos muestran a una bancada hoy minoritaria con un despecho profundo que se niega a reconocer la realidad y dispuesta a sabotearlo todo. La actuación de todos y cada uno de los miembros de esa bancada fue más que patética y demostraron sencillamente que no están hechos para gobernar en democracia.
Ninguno de los oradores dejó de mostrar el resentimiento, la ira, su sed de venganza por el castigo que el pueblo les impuso a la hora de votar. Todos cayeron en el vértigo infernal del insulto, de la palabra y el discurso soez, repetitivo, carente de forma y argumento. En verdad un lamentable espectáculo fuera de lugar, sin entender que es precisamente ese lenguaje el que a diario los separa de la gente.
Con esto quiero decir que con esa actitud fascista de empecinado camorrero, precisamente quienes tienen mucho que temer y perder, decidieron declararle la guerra nada menos que a la voluntad popular sin detenerse a pensar por un momento en las consecuencias.
En el ruedo del combate político pues tenemos a una de las fuerzas dispuesta a seguir sembrando bochinche y provocar con ello situaciones que además de muy peligrosa y acabar con la paz que todos buscamos, pudiera en un momento dado llevárselos en los cachos.
Por eso a la oposición democrática se le recomienda extremar la cautela y fortalecer la unidad de manera sostenida, para poder llevar a feliz término el cambio iniciado y refrendado por la masiva votación del seis de diciembre.
«El mejor camino a seguir por el bloque democrático es congelar las euforias extremas y armar una estrategia coherente»
La pelea por la democracia ha entrado pues en pleno clima y es mucho lo que tenemos que ver todavía, por eso pensamos que el mejor camino a seguir por el bloque democrático es congelar las euforias extremas y armar una estrategia coherente capaz de aislar los brotes de violencia insurreccional que la cúpula oficialista quiere provocar en nombre de un pueblo y de una patria que, a decir verdad y allí están los hechos que lo demuestran, nunca fueron el objeto de sus atenciones.
Lo que verdaderamente nos han dejado hasta ahora estos diecisiete años de mal gobierno, de autocracia petulante, de populismo irracional, de discurso postizo, es este país en crisis, endeudado hasta los tuétanos, llenos de penuria, de desabastecimiento, sin medicinas ni sistema de salud eficientes, con una fe cada día más perdida gracias a la incapacidad de un régimen que piensa entre otras cosas que no se puede sacar al pueblo de la pobreza porque se corre el riesgo de convertirlos en clase media pensante y libre de ataduras y controles.
Falta mucho por ver, es cierto, pero el camino para la reconstrucción de la democracia, de sus instituciones y de su urgente necesidad de soñar en grande, está abierto y a la vista. Ahora depende de nosotros todos impulsar el cambio y lograrlo.