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Los miedos de Allende

Salvador Allende

Ni Azaña ni Allende fueron socialistas en el sentido proletario del término. Fueron dignísimos combatientes anti-oligárquicos de su clase social burguesa y de todo el pueblo, incluido el proletariado


Tamer Sarkis Fernández

Ayer y hoy: el trotskismo contra el proletariado de los países oprimidos y sus pueblos

Llovía a cántaros en Santiago como caen fulminantes las grisáceas guillotinas, mientras de grupúsculos y filas ingenuas manejadas por el trotskismo brotaba carnaza popular útil a las huelgas de la CIA: guillotinaje de enrarecimiento, presión, brecha “en la izquierda”, sabotaje de suministros, táctica empresarial de la inflación forzada a base de especular, pistola en mano de los pasamontañas neo-nazis, militarización de la calle. Imágenes de inestabilidad interna y de confrontación ofrecidas al Mundo. Tensión social.

Y en fin el Golpe, luego de esa antesala espectacular con cientos de transportistas estacionados, lock out empresarial y las aceitosas persianas de combustibles bajadas. Se acusaba, al proceso patrio de cambio, de “capitalista”. Y, a Salvador Allende, se le acusaba de “burgués” o de “socialdemócrata”. A él, quien no dejó de discurrir ante los chilenos contra la imposible e indeseable conciliación de clases.

Capitalismo, burguesía: viejas banalidades ciertas cuando en efecto el proletariado organizado no tiene aún el Poder, pero que son pretenciosamente transformadas en sentencia condenatoria por boca de esas hormigas rojas del social-imperialismo; “extremistas” de palabra, y a la vez los perfectos Conservadores del Statu Quo mundial, y particularmente del latinoamericano. Aquel conglomerado lumpen-político prologó los cuartelazos, encendiendo Chile y cercando moral y propagandísticamente al Gobierno de Unidad Popular mediante un discurso de “tolerancia cero” a cualquier iniciativa o medida política. Tras la usurpación pinochetista, el conglomerado seguía en la calle frente a las tanquetas y sus surtidores a presión. Pero era ya tarde, y la Dictadura sería retirada de escena solamente tras haber cumplido al completo sus funciones contra-históricas de desarticulación social y entrega de la nación.

Décadas después, las huellas de aquella Operación Cóndor contra la osadía insumisa de los pueblos, han sido bochornosamente respirables en la tinta de un guión boliviano, venezolano o ecuatoriano muy similar, con el lumpen suburbano pagado y movilizado. De nuevo la premeditación en el desabastecimiento de productos. Nebulosa de “pueblo anónimo” reclamando “libertad de expresión” contra la oleada de cierres o de expropiaciones que afectan a los medios de la Oligarquía. Los pistoleros asesinando como hace el pirómano por encargo del constructor urbanista, dispuesto a prender la gigantesca espiral a través de su “gesto” “selectivo”. Y los descontentos y afanes de la minería explotados, en esta Bolivia tal y como en el Chile aquel.

La prensa del “mundo libre”, ayer en Santiago con sobrio blanco y negro televisivo, y hoy envuelta en el multicolorismo de las “primaveras ciudadanas”, convertiría “lo negro en blanco”, invirtiendo a la perfección en la imagen espectacular el carácter de clase reaccionario de las sublevaciones, tanto en lo que se refiere a los master of puppets radicados al Norte como a buena parte de su escandalosa base social, en cuyas filas el pijo se da la mano -siempre- con el lumpen, movidos ambos por la prosaica mecánica del dinero, “el vínculo de todos los vínculos”.

Entre errores y temores

Llegará un 11 de septiembre más, y me temo que la memoria de Salvador Allende vuelva a sufrir distorsión por la exaltación hueca pronunciada -oh paradoja- por los herederos políticos, ideológicos y organizativos de aquellos que, literalmente, acabaron haciéndole la vida imposible. Mejor honra sería mirar a la experiencia y verla como materia histórica de aprendizaje y superación en nuestro camino de “movimiento real que suprime las relaciones sociales existentes”. Allende cometió errores clave, que abrieron el camino a su defenestración imperialista:

1. Confundió sistemáticamente detentar el Gobierno con detentar el Poder político (que él nunca llegó a tener, y que le ganaría el pulso).

2. Menospreció el papel determinante que, bajo el periodo histórico del Hegemonismo, el Centro Imperial desempeña a la hora de tumbar las tentativas nacionales emancipadoras, gracias a su marañuda telaraña que atraviesa y envuelve a mil redes clientelares “internas” poniéndolas en consonancia.

3. Creyó en unas fantásticas kantianas “Relaciones Internacionales” (verdaderamente entre-naciones) consolidadas, cuando el campo imperialista era entonces y es hoy una cadena blandida, contra el disidente, desde su vértice washingtoniano, tal y como demostró, sin ir más lejos, la participación activa española en la Operación Cóndor: Rodolfo Martín Villa, los servicios secretos, la diplomacia congeniada con las Dictaduras militares americanas ya existentes.

4. Last but not least, Allende “trans-mundanizó” en su mente a cuerpos estatales o para-estatales como la judaizada Iglesia oligárquica criolla, el estrato superior administrativo y la jerarquía militar, profesando la mentira oportunista de un Estado sin substancia de clase en sí mismo; fabulado instrumento-receptáculo cuyo carácter clasista le vendría supuestamente imprimido por el carácter de clase gubernamental.

Sangrientamente se le ilustraría de que los Altos Oficiales, los Cardenales, los burócratas…, ni eran alienígenas supeditados a tomar un cuerpo u otro cuerpo de clase según coyunturas, ni eran por esencia “grupos sociales”, “grupos corporativos”, “corporaciones de interés”, ni demás garambainas metafísicas expuestas en los libros de la ciencia política burguesa. Sino que, en la realidad concreta chilena, formaban parte de una clase precisa -la de sus padres y antecesores-: la oligarquía terrateniente. Y, es más, concentraban en sí la fuerza y la perspectiva supervivencial de su clase como brazo político-militar, que ellos mismos constituían en carne, hueso y plomo. Mientras la cúpula clerical bendecía tanto a Allende como a Pinochet en una ceremonia frente al Palacio de la Moneda poco tiempo antes de su bombardeo, Allende formulaba su confianza en el General.

Espejos españoles

Más agudo olfato de zoon politikon tuvo en ello una figura histórica obviamente análoga a la de Allende como fue Manuel Azaña, quien creó la Guardia de Asalto en calidad de contrapeso a la vieja Guardia Civil mientras depuraba a ésta, cerró la Academia Militar de Zaragoza y “desterró” a los Generales recalcitrantes a la periferia geopolítica -Franco a Canarias, Mola a Navarra, Goded a las Baleares-, expropió a la Iglesia la enseñanza y varios de sus monopolios económicos como la red ferroviaria, y trasladó el peso del voto por circunscripción a la población y no ya a la localidad por pequeña que fuera ésta, viejo sistema que favorecía a la oligarquía.

Ambos, Allende y Azaña, se atrevieron, eso sí, a confrontar los intereses de la IT&T, monopolio de Estado yankee propietario de la red telefónica chilena y española, que fue nacionalizada respectivamente. Fue la gota de agua-fiestas que colmó el vaso de whisky. Los Rockefeller y las 7 Sisters petroleras avalaron a los rebeldes de Franco, Yagüe, Astray, y corrió hacia “los nacionales” el crédito financiero británico, mientras décadas más tarde estadounidenses, británicos, Salazar y el propio Franco amortizaban, contra Chile, Argentina, Uruguay…, los años de instrucción e inversión dadas a la Escuela de las Américas.

Ni Azaña ni Allende, valiosos exponentes de una burguesía nacional que reclamaba Soberanía política para poner rumbo al desarrollo productivo, correrían a armar a sus Pueblos respectivos contra la reacción oligárquica teledirigida. Pues, si bien en los países oprimidos por el imperialismo, la burguesía nacional forma parte, por su función histórica, del campo vivo popular, tal identidad, realidad en el plano objetivo, empieza a resquebrajarse ya desde el preciso momento en que la burguesía nacional productiva arma a clases terceras pertenecientes al campo común del pueblo.

Esto es así porque el proletariado y clases populares, empuñando el fusil -martillo que forja materialmente el Poder-, no van a consentir de la burguesía nacional un papel político-jurídico más que subalterno. Mientras que van a insertar a la burguesía en su función útil al Nuevo Poder popular; una función económica centrada en ser, con sus negocios e industria, nutriente de Capital al desarrollo de las Fuerzas Productivas y a las inversiones y transformaciones estructurales que el Estado tenga en bien decidir.

Dicha combinación de expropiaciones y de sometimiento funcional, desata la caja de Pandora de las contradicciones en el seno del “Tercer Estado”, en la medida en que la burguesía nacional conserva, como toda clase, cierto “instinto” político de supervivencia que le conduce a no resignarse a ser un “vector al servicio de”. Vector que además tiene por destino ir siendo desmantelado a medida que el Nuevo Poder vaya liquidando las viejas Relaciones de Producción. La burguesía nacional sabe que, con el fusil, la mayoría del pueblo reúne condiciones materiales para arrebatarle el Poder. Harina de otro costal es qué sea capaz de construir esta mayoría, tarea en relación a la que entran en juego la consciencia y la ideología dirigiendo el fusil y dirigiendo la política. Pero, a fin de optimizar el fruto de su actividad de clase (la acumulación de Capital) y con vistas a eternizar su actividad misma, la burguesía necesita, no meramente conservar propiedades, sino la propiedad del Poder. Y, en esa tesitura crucial, los grandes dirigentes del pueblo trabajador y no explotador también saben esto mismo.

Esta conciencia compartida respecto de la cuestión del Poder, entre clases en última instancia antagónicas, abre en canal un impasse en el seno del campo anti-oligárquico, que sólo el Pueblo trabajador es capaz de resolver en el sentido acorde al curso de la historia, y que la burguesía nacional pseudo-”resuelve” con arengas social-pacifistas y de exaltada “autosuficiencia institucional”, en pos de justificar vetustamente su negativa a armar a su sepulturero en potencia. En las mañanas posteriores a la insurrección del 18 de Julio, la burguesía republicana le repetía al pueblo español por radio que éste permaneciera tranquilo; que los rebeldes serían vencidos en tres meses y sus cabecillas ahorcados en las plazas de las ciudades. Azaña y otros sabían perfectamente que esto no era exactamente así, pero tranquilizar a las masas justificaba no armarlas.

Burgueses como aquellos… y el posicionamiento de los comunistas

Ni Azaña ni Allende fueron socialistas en el sentido proletario del término. Fueron dignísimos combatientes anti-oligárquicos de su clase social burguesa y de todo el pueblo, incluido el proletariado. Si bien en el caso de Azaña esto está asumido a ojos vista, en lo que se refiere a Allende, hijo de un destacado dirigente de una de las grandes fuerzas políticas anti-oligárquicas de esa generación -la democracia cristiana-, una Corte de trotskistas, revisionistas e izquierdistas, nublan la percepción colectiva de la experiencia nacional chilena, atribuyendo a la figura un cariz abstractamente “socialista”.

Y digo figuras “de todo el pueblo e inclusive del proletariado” no debido a su Programa histórico, indiscutiblemente de la burguesía. En primer lugar, les llamo así porque, encarnando en sí al polo progresivo dentro del antagonismo entre (1) imperialismo opresor de la nación y (2) burguesía nacional, tales figuras políticas contribuyen a erosionar el Imperialismo sacando del redil a los nichos materiales de usufructo y de exportación de capitales. Este hecho agudiza las contradicciones entre los pueblos del Mundo y un campo imperialista en deterioro y por ende hiper-agresivo, catalizando a su vez la violenta confrontación popular internacional anti-imperialista superadora de la nefasta época.

En segundo lugar, y a diferencia de cómo nos pinta el imperialismo, los comunistas estamos lejos de ser gélidos robots pragmáticos ocupados en calibrar lo rentable o no de un proceso histórico en pro de “nuestra estrategia”. No permanecemos extraños a los valores de Dignidad y a los pasos adelante en la generación de relaciones sociales genéricas, que figuras como ellas aportan a sus países. Los comunistas hacemos nuestro el desgarrador alegato rebelde del escritor que se sabe alienado él, junto con su sociedad entera, respecto de lo genérico humano: “¡Nada humano me es ajeno!”.

En tercer lugar, procesos políticos y sociológicos como el chileno y en su momento el español, comandados por la burguesía, estaban generando unas condiciones económicas, jurídicas, educativas y de relaciones humanas a cuya sombra y fuelle los comunistas pudieran generar -y eso no iba ha hacerlo por ellos la burguesía- condiciones ideológicas preparatorias de un cambio radical de clase en el plano de la Hegemonía política. Prueba de ello fue el propio Chile del periodo o el desarrollo de la consciencia proletaria durante la II República Española. En procesos tales, a nuestra especie humana le va la vida y a los comunistas nos va la historia -nuestro papel activo en ella-, de modo que no podemos permitirnos el NiNismo de una presunta “neutralidad” en relación a la lucha de clases protagonizada por la burguesía nacional contra las finanzas monopolistas de Estado oriundas del campo imperialista. Falaz “neutralidad” a la postre: típico laissezfairismo beatificador de un stablishment tranquilo al refugio NiNi del “carguemos contra todo por igual para que todo siga igual”.

Se comprenderá, a la postre, que la barricada comunista del lado progresivo de la historia, no comporta renunciar a difundir en las masas la perspectiva histórica proletaria. Todo lo contrario: el proceso mismo de emancipación nacional es un contexto proclive a fortalecer la ideología. Y ni mucho menos significa confundir a las masas produciendo la leyenda de que el Presidente Azaña o el Presidente Allende fueran socialistas en la acepción proletaria.

Barcelona, España

El autor es vicedirector del Diario Unidad