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Conservación del orden de clases a través de las representaciones determinadas por su disfuncionalidad integrativa del trabajo en el Capital

No deja de ser «interesante» esta mecánica de las clases por la que, aristobreros y proletarios, se consagran en su entrega a echar raíces en el subsuelo capitalista


Tamer Sarkis Fernández

El plomizo carácter del fenómeno de la cosificación queda patente en el caso español actual, donde, contra las apariencias, el clima general proletario de pensamiento se conservaduriza de fondo. Y es que las mediaciones capitalistas fluctuantes entre el sujeto y sus necesidades sociales y reproducción subjetiva, devienen cada vez con mayor ansia obrera el objeto de deseo, bien lejos de ser puestas en la picota. Lo problematizado por el sujeto en privación esencial -en alienación respecto de los Medios de Producción y respecto de definir la organización productiva misma-, resultan no ser esas mediaciones, sino, al contrariolas carencias presenciales de esas mediaciones. Carencias tanto cuantitativas con arreglo al espectro social, como cualitativas en tanto que hablamos de agentes (mediaciones) de «solventación» de las contradicciones entre, de un lado, las condiciones de existencia proletaria y, del otro lado, el propio Ser social de clase; clase escindida respecto de la cualidad Genérica de dominio social sobre producción y producto.

Tal fetichismo de las mediaciones capitalistas (o conectores), en su lado subjetivo de mitificación e idealización -o, como mínimo, de canalizar la «inquietud de sí» hacia la consecución más o menos desencantada o «resignada» de mediaciones tomándolas por un non pus ultra-, es un fetichismo que proviene, en última instancia, de la propia deriva crítica que el marco material experimentaÉste último marco, como no podría ser de otra manera, va fortaleciéndose «espontáneamente» como ideal normativo al compás de su debilitación como abastecedor de sí mismo y como re-creador de sus condiciones. Pues las necesidades concretas capitalistas son fácticamente un «Hecho social» -en el peor sentido conceptual, propio del estructuralismo sociológico: fatalista-1para el sujeto desvalido de un horizonte ideológico genuinamente alternativo; necesidades éstas que, en un contexto de crisis, si van resquebrajándose y volatilizándose en su dimensión caduca de obviedad cotidiana más o menos abastecida y no pensada (elemento del «mundo de la vida» subjetivo), ello solamente ocurre para ir solidificándose cohetáneamente como horizonte en sí mismas: «Cuando lo sagrado se profaniza, lo profano se sacraliza» (Hegel).

En consecuencia, se suspira y se reclama, en el fondo, dinero, trabajo asalariado, prestaciones de dependencia, más y mejores estructuras de Estado (escuela, desempleo…), la preservación y saneamiento de los medios televisivos «públicos», racionalización administrativa estatal, vacaciones y tiempo de ocio con que romper con y reponerse de la alienación en el trabajo instrumental, «seguridad» y «protección», educación ciudadana y cívica para domesticar y adaptar al «salvaje» producto de la socialidad alienada, Psicología y «atención mental», etc. Algunas de estas mediaciones experimentan una pujanza retro-alimentada de Valor por el hecho de hallarse engarzadas en una doble contradictoriedad en agudización: se trata de mediaciones llevadas, en el marco de «crisis», a escasear cada vez más, mientras, precisamente en tal marco crítico, su demanda resulta cada vez mayor: salario; prestaciones y estructuras asistenciales; «seguridad» y vigilancia en los barrios proletarios a partir de la contradicción en alza entre proletariado y lumpen, tanto como a partir de procesos objetivos en ciernes de exclusión social y de lumpenización de la clase; necesidad acuciante de «estabilidad laboral» como antídoto al desprendimiento del suelo social, que degenera en un «floreciente» fuego de oferta/demanda de trabajos reaccionarios y parasitarios -tal y como denota, por ejemplo, el boom de un proletario opositar a policía, o el notable desplazamiento de las motivaciones estudiantiles desde las carreras «científico-sociales» hacia la Psicología o el trabajo y educación sociales.

Tal sentir general puesto a los pies de la archi-ideología burguesa de la conservación y de «el Progreso» -de los derechos, el Bienestar, el nivel de consumo, la cohesión social, etc.-, por lo demás un sentir materialmente obligado si la Ideología proletaria sigue descompuesta, obtiene su más fiel duplicado entre el sedicente «pensamiento alternativo» y hasta «de Vanguardia», quien está dedicándose, sonrojantemente, a expender al pensamiento-reflejo (ya hemos visto que natural-social bajo el capitalismo) su certificado de «naturalidad», haciendo, de la necesidad determinada, virtud. Y aun hasta haciendo, de la necesidad, risible «signo de disidencia» o «prueba en las masas» de una alucinatoria «crisis ideológica del sistema». En medio del marco «crítico» la involución ideológica parece ser general. Y, más específicamente, en la medida que el proceso de «crisis» ha ido lesionando los intereses «materiales», de privilegio y corporativos más latos entre la «intelectualidad progresista», vamos siendo testigos de sucesivos vuelcos hacia el «pragmatismo». Pues al aristobrero, por su misma posición aventajada que blindar y que blindarle a sus herederos, deja de interesarle «el color del gato» y pasa a importarle solamente que cace ratones, a partir de cierto grado en el proceso de recomposición de la estructura social clasista. En España tenemos por caso a la curia artistas que han ido rebajando el tono de su imagen de «radicalidad», abandonando el maniqueísmo a la hora de elegir sus compañías políticas, buscando indefinir algo más sus audiencias, o derivando sus trabajos hacia «lo personal».

A su vez, vamos asistiendo al re-posicionamiento de muchos entre «las viejas glorias académicas enrolladas», hasta hace poco distinguidos exponentes, en sus análisis, ediciones, participación en foros y en campamentos…, de cierta vanguardia crítica para con las mediaciones social-capitalistas (y no con su mero agotamiento funcional), si bien desde una vertiente contra-cultural o «etnográfica» plena de limitaciones y en sí superficial. Groseramente a-dialéctica, por ir y venir de la superestructura a la superestructura, «oponiendo» al ser la narración de un supuesto «deber ser» más clásicamente definido según el canon pequeñoburgués en ciertos discursos, o más posmodernamente «libre» e «indeterminado» en otros.

Mientras tanto, escuchamos cómo entre los libertarios se vira hacia una línea de trabajo sindicalista, y cómo anarcosindicalistas se pasan a organizar campañas por «la unidad sindical» a la sombra de las Centrales de Estado. Había quienes escribían -repito que desde un limitado prisma de «la contra-cultura»- cierta crítica de la identificación y con-fusión entre sujeto de necesidades (salud, conocimiento, propiedad social sobre la materia y el trabajo objetivado, prácticas de producción, agregación, hábitat…) y las mediaciones/alienaciones capitalistas de esas necesidades y por ende del sujeto (sanidad, aparato de enseñanza, urbanismo, «vivienda» por llamarla generosamente, presupuestos, trabajo instrumental, etc.). Ahora resulta que esos mismos críticos se dedican a convocar, desde sus despachos departamentales, por la «defensa y recuperación del gasto social«(en abstracto).

Sabemos con interés de la existencia de movimientos y de grupos dedicados a tender puentes con la okupación tomándola como acto subversivo problematizador de la vivienda «normal» en tanto que ésta es reflejo material de toda una estructuración relacional de la población, alienante por sí y al mismo tiempo correlato de terceras alienaciones al nivel más esencial de la división social del trabajo: alienación campo-ciudad, distribución y fijación del proletariado sobre el territorio como acto satelital girando alrededor de la planificación urbanística del espacio laboral y económico, panoptismo político ejercido sobre el proletariado, etc. Esos canales de reflexión en torno al sentido objetivo que subyace a la okupación y a su vez la desborda son ya de facto, independientemente a cuál sea su propio grado de auto-conciencia, canales de producción de Ideología, si bien dichas sensibilidades plantean la temática del espacio desde una perspectiva anti-política y a veces hasta pretendidamente «anti-ideológica» que renuncia a concebir este movimiento mismo en una racionalidad mayor de germinación física de Nuevo Poder. Pues bien: ahora muchos de estos puentes populares a más amplia escala con la okupación, han ido subsumiéndose en «forzar» al Estado a mediar en la problemática de la vivienda. Intentan hacer, de esa mediación, un antídoto a la descomposición del derecho a la par que la gran clase propietaria -la burguesía financiera- re-concentra su propiedad real con vistas a encararla hacia mercados solventes que puedan servir de acicate a proseguir con la concentración monopolista de las plusvalías.

No deja de ser «interesante» esta mecánica de las clases por la que, aristobreros y proletarios, se consagran en su entrega a echar raíces en el subsuelo capitalista, pasando cada vez más a concebir las mediaciones sociales como ideales de referencia. Esto ocurre precisamente cuando sobre ambas clases pesa amenaza (y curso) de «desahucio», es decir, de desclasamiento de más y más de sus elementos, proletarizándose o lumpenizándose respectivamente. Ambas clases confluyen así con la dinámica de reacción oscilante entre la airada reclamación y el anhelo, que es característica de la pequeña burguesía. Sólo que ésta última clase desarrolla su angustia por emplazarse con solidez y «sin ataduras» en lo anhelado, en calidad de clase-survival pre-capitalista privada, por la historia, de base material para pervivir libre de la dependencia y el amordazamiento anudados entorno a ella por el Estado capitalista y el crédito financiero.

Por su misma posición objetiva inestable y amenazada dentro del Régimen burgués de propiedad, pero a la vez una posición participativa del «pastel total» de la plusvalía (con su particular porción representada por el «beneficio comercial»2), la pequeña burguesía tiende a generar ideologías auto-defensivas con que hacer frente a la dinámica histórica capitalista de su desapropiación. Esas ideologías varias comparten, por tanto, la esencia común de invocar la auto-inmunidad frente a la concentración de capitales (gritan un «¡No me li tangere!«, un «Déjame en paz con lo mío; «Vete a tu Mundo y déjame en mi rincón» -como en cierta pieza musical). Por eso es que, en «tiempos normales», la pequeña burguesía profesa un proudhonianismo de fondo (todo lo metamorfoseado y «actualizado» que se quiera en cien mil versiones libertarias, anti-autoritarias, individualistas…) que busca respirar en paz, desentenderse de «multitudes». Que pretende, para ser exactos, encontrar en el supuesto «apoliticismo» la manera de exorcizar de sí el monstruo que la posee con tiranía y absorbe su alma -su propiedad- precarizando a esa clase o incluso proletarizándola. «La propiedad es el robo», escribiría Proudhon en Filosofía de la miseria, aludiendo, claro está, a la propiedad privada capitalista, que enajena la propiedad mercantil pre-capitalista de quienes realizan su ciclo económico característico: Mercancía-Dinero-Mercancía.

Sin embargo, cuando al fin, en un momento u otro, pintan bastos para el pequeño burgués -cuando ya no puede seguir conciliando, aplicada y contablemente, su naturaleza capitalista con las leyes que rigen la Acumulación ampliada del Capital-, en ese momento el pequeño burgués se gira hacia la Política como jadeando por agarrar su tabla de salvación. De golpe deja de ser «anti-autoritario» y empieza a desfilar para organizar su propia Política entronizadora de una «Super-Autoridad» que rija sobre el Capital en el plano político y lo desarme en su particular lucha de clases contra sus competidores directos por el pastel del plusvalor (conservándole así la vida a la pequeña burguesía). Pero debiendo ser ésta una «Super-Autoridad» que, a su vez, potencie el monopolio capitalista en el plano económico, bonanza que el pequeño burgués requiere como su oxígeno, pues él se alimenta de la plusvalía producida previamente y, por otro lado, la salud del banquero a la hora de financiar la actividad industrial revertirá en la salud de su negocio al permitirle hacerse con buenos precios-intermedios, aunque el banquero sea a la vez su propio opresor prestamista.

Así, la pequeña burguesía no puede más que agarrarse a su suspiro por paralizar el proceso histórico y hasta soñar con revertirlo. El proletariado, en ausencia de sujeto político productor de la clase en calidad de sujeto revolucionario, se cosifica a imagen de aquella clase no-histórica por excelencia, aferrándose de perspectiva a esas mismas mediaciones social-capitalistas que a la pequeña burguesía no le es posible objetivamente desdeñar puesto que su más o menos tortuosa y lisiada propiedad que preservar y que rentabilizar es el elemento objetivo que la define a ella como clase. Y, sin embargo, el proletariado aquello que necesita es arrojar esas mediaciones al cubo de la basura de la historia, pues ni en el Modo de Producción capitalista ni en la superación histórica de éste (el comunismo) tiene el proletariado futuro como clase. Tan sólo tiene futuro como el enterrador de la última sociedad de clases.

El autor es vicedirector del Diario Unidad

Barcelona, España


 

  1. La etimología latina de «fatalismo» parece remontarse a la dualidad entre «fatum» (fatal, de cumplimiento inevitable) y factum (hecho). El fatalismo sería, pues, la sumisión a los hechos o su aceptación contemplativa, al ser tomados por fatalidad irremediable. Nótese que la aceptación no tiene por qué significar «pasividad», sino que puede traducirse en posturas muy activas, adaptativas, «luchadoras», encaminadas a extraer provecho, etc., del factum.
  2. Según el esquema de división del plusvalor mercantil en ganancia industrial, interés bancario y el citado beneficio comercial. Sobre las implicaciones de esta composición y su desarrollo de proporciones correlativo a las leyes de la Acumulación ampliada de Capital, léase Marx, El Capital.