, ,

¿Cayó el pelele?

El pelele, el pelele! – la mujer preguntó- ¿Cayó el pelele? ¿Lo guindaron por las hipérboles? ¿Está preso todavía?


O.E.

La exclamación se escuchó en todo lo largo y ancho del Hospital situado en Venezuela. Venezuela. Así, a secas, sin el remoquete que en otro tiempo le endilgó cierto rufián.

— ¡Increíble! ¡No puede ser! ¡Ha despertado después de 180 años!

Domitila Mondragón, 21 abriles bien cumplidos, periodista para peores señas, entró en coma, a causa del culatazo de un Guardia Nacional Bolivariano –el deshonor es su divisa- mientras cubría como reportera la “violenta” protesta de unos ancianitos, porque no conseguían pañales para la incontinencia senil.

Para los que se congregaron, de inmediato, alrededor de la “chica” –técnicamente lo era- explicarle los detalles médicos de sus casi dos siglos de hospitalización no fue fácil. En particular porque la paciente no les prestaba atención. Tenía, evidentemente, otra preocupación. De pronto, abrió la boca por primera vez:

— ¡Y al final! –exclamó- ¡cayó el pelele?

Galenos, enfermeras, paramédicos, se miraron entre sí, encogiendo los hombros. No entendían la última palabreja. Era castellano antiguo, para ellos.

— ¡El pelele, el pelele! –repitió una y otra vez, vehemente- ¿Cayó el pelele? ¿Lo guindaron por las hipérboles? ¿Está preso, todavía, el pelele?

Uno de los presentes, de inmediato, repitió el extraño calificativo, al tiempo que pulsaba su brazalete cibernético.

Los venezolanos –incluso ciertos colombianos que se hacen pasar como nativos de nuestra parroquia El Valle- habíamos alcanzado la ansiada longevidad. No por algún milagro de la ciencia. Bastó que no nos asesinasen los motorizados o los azotes de barrio mientras caminábamos por las aceras. O por el solo hecho de no morir de manera prematura de hambre, sed, a causa de un apagón o por la desesperanza que provocan los desgobernantes narcocleptómanos.

— El pelele –le respondió uno- se encuentra internado en el Centro de Aprendizaje para Personas de Conducta Inapropiada. En el siglo XXIII no hay presos. Pero a éste no lo hemos podido devolver a la calle, porque ni en 180 años ha sido capaz de aprender ¡un carajo! Por ejemplo, todavía escribe Benesuela y Volibariano.