El único acuerdo que están dispuestos a aceptar es aquél donde continúen gobernando eternamente, controlando todos los poderes del Estado
Luis Fuenmayor Toro
En las últimas 6 décadas, la nación venezolana no se había visto envuelta en situaciones tan complejas y graves como las actuales. Vivimos una descomposición de todo orden, que se manifiesta con tal claridad que no necesita explicaciones muy elaboradas para evidenciarla. A las dimensiones económica, política y social, se une una crisis importante de valores éticos, morales, afectivos y de convivencia, que ha resquebrajado los lazos sociales imprescindibles para mantener la cohesión y coherencia, que garantice nuestra continuidad como nación, como país y como república. Hoy, las normas de convivencia desaparecen y las posibilidades de lograr acuerdos se alejan en forma peligrosa. La anarquía crece sostenidamente. Sufrimos las acciones de una conducción política caracterizada por su sectarismo extremo, ignorancia supina y codicia gigantesca, que está decidida a destruir Venezuela antes que ser desplazada del poder.
Las últimas declaraciones de la cúpula gobernante no dejan lugar a dudas. El único acuerdo que están dispuestos a aceptar es aquél donde continúen gobernando eternamente, controlando todos los poderes del Estado, y donde la oposición de la Mesa, única oposición que reconocen y aceptan, acceda a seguir siendo oposición también eternamente, dándole continuidad y permanencia al estatus existente actualmente. Las elecciones sólo se realizarían si el resultado de las mismas no hace variar la situación descrita, a menos que el cambio sea favorable para el Gobierno; éste sólo hará elecciones si está seguro de ganarlas, si las puede perder, las mismas serán suspendidas, pospuestas o eliminadas. Éstas serían las bases no negociables para un acuerdo nacional.
El propio Maduro señaló hace pocos días, que al pueblo no le interesaba el revocatorio sino la guerra económica. La macolla gubernamental se considera imbuida de una representación y autoridad supra terrenal, que no puede ni debe medirse en elecciones, pues su destino está por encima de la voluntad del pueblo. Es algo así como el famoso “destino manifiesto” de los Estados Unidos de América, cuya supremacía y carácter hegemónico continental y mundial no admite cuestionamiento ninguno, pues está por encima de la voluntad del resto de las naciones. La democracia participativa y protagónica venezolana, establecida en la Constitución de 1999, ya no sólo será una entelequia, una ficción, una mentira demagógica, como ha sido hasta ahora, sino que desaparecerá. El chavecismo abandona el modelo democrático y lo cambia por uno dictatorial de “consenso” con la MUD, por la hegemonía de una élite predestinada y que obligatoriamente tendrá el acuerdo de la única oposición reconocida por esa misma élite hegemónica.
Una posición de ese tipo no deja otro camino que la confrontación abierta. La violencia es el único escenario que aparece como resultado de una política, que desconoce abiertamente que la soberanía reside en el pueblo y que violenta la Constitución en relación con el sistema de gobierno. “Dentro de la Constitución todo, fuera de la Constitución nada” era la consigna, que el Gobierno chaveco invocaba frente a quienes pretendían asumir conductas políticas inconstitucionales, para el enfrentamiento y desplazamiento del poder del régimen actual. Pero resulta luego que, cuando se recurre a mecanismos constitucionales, como es el caso del referéndum revocatorio presidencial, el Gobierno de Maduro denuncia un golpe de Estado, habla de desestabilización y coloca todas las trabas posibles, para frustrar la realización oportuna de este mecanismo de expresión popular y declarar fuera de la ley, a quienes lo hayan asumido como vía para salir de la crisis actual.
Si a la crisis política sin salida pacífica, que nos impone el Gobierno le sumamos el caos eléctrico existente, también responsabilidad del mismo Gobierno, nos encontraremos en un escenario prácticamente apocalíptico para el país. No sé si la gente común se habrá percatado de lo que significaría un colapso del Guri y el gran apagón nacional que generaría, con un país en manos de la burocracia gubernamental más ineficaz, ignorante y negligente que se haya visto en estos 60 años. Nuestras vidas se verían completamente trastocadas, y lo que hoy percibimos como dificultades extremas aparecerían como problemas banales e insignificantes, ante lo que viviríamos en el caso de la ausencia casi total de electricidad. El caos generalizado que se crearía influiría también decisivamente en las áreas económica, política y social, profundizando el deterioro y llevándolo a niveles inimaginables.
El Gobierno utilizaría esa situación caótica, para llevar adelante sus planes anti nacionales y avanzar en la eliminación de los opositores molestos, presentando la situación ante la comunidad internacional como imposible de manejar sin medidas extremas, que nos suspendan las libertades y afecten los derechos fundamentales de los venezolanos. El escenario de violencia le abriría el camino a la intervención internacional, lo que nos dejaría como resultado un país muy disminuido, víctima de nuevo de las avaricias territoriales de sus vecinos y con muchos años por delante para poder recuperarse, si es que logra hacerlo algún día. Toda esta macabra situación hay que evitarla, por lo que quienes todavía quieran a Venezuela deberían acordarse, encuéntrense donde se encuentren y piensen como piensen, para evitar a como dé lugar este apocalipsis nacional. No al colapso del Guri, no a la guerra civil, no a la suspensión de la democracia constitucional. Legalización inmediata de todos los partidos políticos y realización de las elecciones fijadas con representación proporcional de todos los participantes.