Mientras pierden su tiempo y se cocinan en su propia salsa, los venezolanos viven en un mar de privaciones, robos, asesinatos, represión policial militar y desesperanza
Luis Fuenmayor Toro
Uno escucha al presidente Maduro, a la ministro de Salud, al ministro de Interior y Justicia, a diputados del Psuv y a muchos otros, entre quienes están periodistas, literatos, profesores universitarios y gente de prestigio, por lo menos hasta ahora, y no deja de sorprenderse por las cosas que dicen sobre las calamidades reinantes. ¿Creerán realmente los cuentos y fantasías que refieren? Y no me estoy refiriendo a las causas a las cuales atribuyen la crisis, las cuales cualquiera entiende que las imputen a cualquiera menos a ellos.
Ya la gente está acostumbrada a los inventos de la guerra económica, de María Corina como responsable de la crisis eléctrica, de Capriles como causante de la delincuencia que hoy amenaza con destruirnos, del negro Obama como generador de la devaluación, junto con la página web “dollar today” y del “pelucón” de Polar como provocador de la escasez, entre otras muchas imbecilidades, que lo que causan es risa.
Tampoco me refiero al primivitivismo agresivo de Diosdado, ni a los mercenarios como “Cabeza de Mango”, que creen que la política es un problema de quien es más violento, quien grita y amenaza más, a quién se le dan más garrotazos y cuál es la mejor forma de reprimir.
Ni hablo de quienes en forma cínica llegan a decir en estos momentos, que no importa que el pueblo pase hambre, pues esa es su cuota de sacrificio para salvar la revolución. Y lo peor es que quién lo afirma ha sido y hoy está más gordo que nunca, por lo que su voluminosa figura, y sobre todo su cara, es una burla para quienes, entre la basura y los desperdicios de mercados y restaurantes, hurgan dentro de las bolsas en búsqueda de cualquier alimento que les permita, a ellos y a sus hijos, no morir de hambre.
Me estoy refiriendo a quienes niegan lo que ocurre en una forma si se quiere hasta estúpida, pues no se pude tapar el sol con un dedo; a quienes describen una realidad totalmente inexistente, que la gente sabe por su experiencia cotidiana es completamente falsa, negada por los hechos reales que suceden, por lo que todos vemos todos los días en todas partes, que no se puede esconder detrás de unas mentiras de bonanza y logros revolucionarios, que nadie ve por ningún lado.
Cómo se atreve a decir García Carneiro, en el programa televisivo de Vladimir Villegas, que en el estado Vargas no existen las colas en abastos, supermercados, panaderías ni en farmacias, pues en Vargas no hay escasez, si todos los habitantes de La Guaira, Maiquetía, Macuto y Naiguatá, por sólo mencionar algunas de las ciudades de dicho estado, saben perfectamente que lo dicho es una soberana falsedad. Cómo va a decir la ministro Melo que los hospitales del país están en buen estado, si hay conciencia en la población de que están en el dolor.
En estos últimos días se ha vuelto a destapar el caso del Hospital de Niños de San Bernardino, precisamente porque no está en capacidad de atender a sus pacientes y simplemente se está cayendo a pedazos. Hay Chagas y paludismo en Caracas, sufrimos de nuevo de sarna e infectocontagiosas como el dengue, la Chikungunya y el Zika, hacen estragos entre millones de venezolanos; los hipertensos, cardiópatas, diabéticos, epilépticos, hipotiroideos, cancerosos y otros no encuentran sus medicinas y abandonan sus tratamientos; mueren lactantes por inexistencia de fórmulas lácticas y de leche, pero nada de esto existe para la flamante ministro de salud, quien insiste en los avances que se le deben a Chávez y ahora a Maduro.
Negar una realidad más que evidente no sólo es absurdo, sino que hace dudar del estado mental de estos dirigentes gubernamentales. Se entiende que, como Chávez, son unos mentirosos compulsivos, que engañan como cualquier empresario capitalista lo hace con las mercancías que produce, a las que les incorpora atributos imaginarios para engañar a los consumidores.
Lo que causa extrañeza es que pretendan hacerse propaganda negando algo que es simplemente innegable. Quizás puedan convencer a los extranjeros que les son afines utilizando cifras de salud de hace 5 años, pero a los venezolanos es imposible engañarlos con esas declaraciones ni tampoco con esa atosigante propaganda en los medios radio televisivos y las más que atosigantes presentaciones de Maduro en cadena nacional, para repetir lo mismo, con las mismas palabras y la misma cadencia.
Nadie lo oye ni lo ve, ni mucho menos le creen, salvo los tarifados que llevan a sus presentaciones, los uniformados que se le cuadran y uno que otro alienado mental. Mientras tanto. Mientras pierden su tiempo y se cocinan en su propia salsa, los venezolanos viven en un mar de privaciones, robos, asesinatos, represión policial militar y desesperanza.
Vivir se ha convertido en un sufrimiento, mientras se repite desde las altas esferas del poder que en Venezuela se disfruta de “la mayor suma de felicidad posible”, evocando en forma indecente e irrespetuosa al Libertador.