Tenemos por lo menos 30 años probando para ver si “la pegamos”. Quizás muchos más
Luis Fuenmayor Toro
En el movimiento “De Frente con Venezuela” somos partidarios del diálogo, aunque no necesariamente estamos de acuerdo con los puntos propuestos para el mismo por parte de los grupos supuestamente más enfrentados, quienes utilizan la proposición de diálogo para impulsar su política polarizadora acusando al contrario de negarse a asumirlo. No caemos en esa absurda discusión, en la cual se han perdido todos los meses transcurridos desde la elección de la Asamblea Nacional.
Luce absurdo e idiotizante que se pretenda dialogar sobre las proposiciones del gobierno de Maduro, quien pide un respeto y reconocimiento hacia su mandato que él no está dispuesto a otorgar a sus adversarios en la Asamblea Nacional.
Es también estupidizante que la Mesa exija dialogar con quien ha sido descalificado como gobernante, por no ser venezolano, y contra quien el Poder Legislativo, sin tener en consideración sus atribuciones constitucionales, ha puesto en marcha un referendo revocatorio.
No estamos de acuerdo en dialogar sobre los derechos constitucionales. Éstos existen y el Gobierno debe respetarlos. Es función del Ejecutivo cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes; eso no debe estar en discusión ni puede depender de un diálogo.
Además, y quizás lo más importante, es el hecho que estas proposiciones de asuntos para el diálogo dejan por fuera los verdaderos problemas de la nación venezolana, que no son precisamente la salida de Maduro y su combo y la entrada de alguno de los líderes de la MUD, cualquiera que sea: Capriles, López, Ramos Allup o Ledezma. Permitir que todo se dilucide entre estos dos enemigos de Venezuela es un crimen de lesa patria.
No cuestionar que el Polo Patriótico, realmente la cúpula del PSUV, y el cogollo de la MUD sean los únicos actores con derecho a conversar y decidir el futuro de los venezolano es, por lo menos, un exabrupto y una estupidez de quienes han sido marginados permanentemente por los polarizados.
Sería mucho más importante exigir un diálogo en relación a si debemos o no impulsar la formación de una población de mucho mayor calificación, capaz de desempeñar empleo formal de elevado nivel, sustentable y muy bien remunerado, en lugar del empleo precario actual existente.
Elevar el grado formal educativo de los venezolanos, lo que significa entre otras cosas, cumplir con el mandato constitucional de hacer obligatoria la obtención del título de bachiller, con la obligación de dictar 200 días efectivos de clases, con la necesidad de revitalizar, reentrenar y recapacitar a los maestros y docentes existentes, con el deber de formar los 18 mil profesores de secundaria faltantes de física, matemática y química, así como el número que se necesita de profesores de español e inglés; con la elaboración de programas de estudio contemporáneos, mucho menos ideologizados y más científicos, que pongan su principal esfuerzo en el conocimiento cabal de los idiomas: el materno y el matemático.
Una educación que acabe con el facilismo existente actualmente, producto del desarrollo de tesis pedagogicistas que se impusieron en el pasado adeco copeyano, y que consideran al maestro como un simple facilitador y no como el instrumento fundamental de la enseñanza.
Una educación que cimente el valor del conocimiento científico en el desarrollo de las naciones contemporáneas, que erradique para siempre la conseja de que los saberes populares y ancestrales tienen el mismo valor que las ciencias y la tecnología, que inculque el valor del trabajo y el esfuerzo en el crecimiento humano y erradique definitivamente el facilismo, que ha invadido completamente a la sociedad venezolana y a todas sus actividades.
Ésta sí sería una discusión importante, en la que deberían participar los representantes de los distintos sectores sociales y que debería expresarse en actividades concretas a ser realizadas por todo gobierno nacido de la voluntad popular.
Salir de Maduro para tener mañana, más tarde o más temprano, que salir de su sustituto, por las mismas razones involucradas en la salida de Maduro, es repetir los errores cometidos por lo menos desde que salimos de Carlos Andrés Pérez. Tenemos por lo menos 30 años probando para ver si “la pegamos”. Quizás muchos más: casi 60 años de ensayos fallidos, desde que salimos de Pérez Jiménez estamos ensayando y nada.
Ya es tiempo de mirar hacia atrás y verlo, para poder mirar hacia adelante con un enfoque completamente diferente. Es una reflexión que deberíamos hacer todos, incluidos quienes en el presente pretenden mantenernos en las mismas discusiones esterilizantes, que han más que demostrado no ser eficaces en cambiar nuestras limitaciones intelectuales ni nuestra miseria material.