Eso de la participación protagónica, de las elecciones cada año, es algo que el madurismo quiere borrar de la memoria colectiva
EDE
En Miraflores el nivel de agobio no es normal. El país se desploma y Maduro, gran responsable a los ojos de las mayorías, es un presidente malquerido.
Se lo ha ganado a pulso, eso sí. No tuvo el coraje para sacudirse la herencia nefasta que le dejó Hugo Chávez, pero tampoco ha sido capaz de agarrar al toro por los cachos cuando ha llegado su momento de brillar.
Ese autobús se fue y ahora quedan los lamentos, el rincón en el laberinto. Más ha podido su sectarismo, la ceguera de las cúpulas, que el clamor popular.
Se ha creído todo aquello de la guerra económica, también ha prestado mucha atención a los aduladores, que los hay y son una carga pesada para las cuentas del Estado.
Pero en televisión se ve la estampa de un hombre confundido por sus propios demonios, por la responsabilidad de un cargo que le quedó enorme.
Ahora ha optado por dar bandazos, por encerrarse en sus dogmas. Si tan solo se asomara a una ventana vería cómo las ruinas se van tragando lo que queda de país, si tan solo fuera humilde como para escuchar al pueblo que le da alergia, porque solo así se explica eso de contrariar a la voluntad popular tan seguido y con tanto desparpajo.
Es tanta la desconexión, tanto el miedo por enfrentar a la realidad, que las cúpulas se niegan, incluso, a que el revocatorio llegue a la fase en que al menos el 20% de los electores manifieste su intención de ir a una consulta.
Aquello será una avalancha, un empujón para un gobernante que da tumbos, una imagen que produce escalofríos, no solo en el Ejecutivo, sino en toda la plana mayor y en los que se saben revocados desde hace tiempo ya.
Es el principio del fin de las prebendas, es quedar desnudos ante el país. Llegado el momento la nación sabrá con cifras sobre los contratos y cuentas, conocerá el peso de la gestión más corrupta de la historia.
En mala hora Chávez delegó aquella noche de diciembre la responsabilidad de un país en un hombre que nada pudo hacer, pero la historia es diferente ahora; él es el Presidente. Si le queda algo de sentido común, debería prestar atención a los ruidos que hay por doquier. Son las tripas de un país descontento, son los sonidos de la gente que ha llegado al hartazgo.