No hay alimentos para todos, y nadie se ha atrevido a decirle eso al pueblo
EDE
La realidad parece insoportable y la peor noticia es que las cosas no van a cambiar para mejor, no por ahora. Por eso lo responsable es tomar previsiones y prepararse para enfrentar los tiempos duros, esta vez con una dificultad adicional: se suma el desgaste que llevan a cuestas las familias venezolanas. La crisis que hoy vivimos no hará más que crecer en los meses por venir.
Es lo que sucederá porque no se han hecho los correctivos necesarios. La respuesta gubernamental ante esta especie de maldición total que vivimos los venezolanos es un paño húmedo que no servirá para curar a un paciente gravemente enfermo.
Los Clap no alcanzan para todos los venezolanos y son insuficientes incluso para los que tienen el privilegio de recibir las bolsas de comida.
Lo cierto es que no hay alimentos para todos, y nadie se ha atrevido a decirle eso al pueblo. No hay dinero suficiente para importar comida, la producción nacional está en sus mínimos y la ayuda internacional es mal vista por el aparataje.
Tan dura es la situación que los que pueden traen comida de afuera, burocracia en el poder incluida, por supuesto. La crisis de ahora en adelante comenzará a mutar en un engendro desconocido para todos.
La coyuntura pondrá a prueba los mecanismos de solidaridad de los ciudadanos, que nuevamente tendrán que hacer un esfuerzo milagroso por sobrevivir a la etapa más oscura de las últimas décadas.
Por eso las previsiones para el 2017 son tan demoledoras. Por el camino que llevamos, conoceremos en carne viva la inflación de cuatro dígitos, viviremos escenas de horror social que creíamos destinadas a otras latitudes y seguiremos siendo ese experimento incomprensible para nuestros vecinos de la región.
Sea cual sea el rumbo que la política nos depare, ya sea por voluntad popular o por la fuerza del statu quo, Venezuela seguirá pagando la penitencia.
Condenados estamos a sufrir los daños colaterales de la corrupción, que acabó con centenares de millones de dólares que entraron en este país producto de los altos precios del petróleo.
Condenados estamos a padecer unas medidas que con el tiempo han resultado insostenibles y que acabaron en muy poco tiempo con un bienestar social que resultó artificial, dependiente, como nunca, de las fluctuaciones del mercado.
Las decisiones erradas de un grupo han condenado a una generación completa de venezolanos a un daño irreparable, han expulsado a miles de nuestras fronteras y obligan a otros tantos a buscar la posibilidad de escapar de una nación/pesadilla.
Resignación o furia, entre esos dos estadios se debate el futuro del país que para salir del abismo todavía tendrá que luchar, y mucho.
Churchill habló a los ingleses y les ofreció sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor en medio de la Segunda Guerra Mundial, un liderazgo claro para afrontar un momento crítico.
En la Venezuela de hoy, la que sufre, también se evidencia una crisis de rumbo, donde nadie es capaz de hablarle a la gente sin agendas ocultas, sin cuidar sus personalísimas parcelas de poder.
Ante la falta de líderes, le tocará a la nación parir una nueva camada de hombres y mujeres dispuestos a torcerle el brazo a un sistema decadente, hambreador, gris. Es eso o recoger las cenizas de lo que alguna vez fue un país.