Leopoldo López, el secretario general de Voluntad Popular, es, sin dudas, el preso político que mejor emblematiza la crueldad del madurismo
Manuel Malaver
Es noviembre y la temperatura en el Valle de Caracas, y sus alrededores, va tornándose fría, muy fría.
“Fría” a la venezolana, donde la temperatura nacional promedio es de 35 grados, y caer en Caracas en los meses finales del año a menos de 20, es sorprendente y enfermoso.
Es parte del encanto de la ciudad capital, donde la estabilidad climática es casi un milagro, regalo de la altura de 920 mts sobre el nivel del mar, pero también de la selva húmeda tropical que la rodea, según uno remonta hacia las zonas montañosas de los Estados Miranda y Aragua.
Pienso en Ramo Verde, en la prisión militar de Ramo Verde, a escasos kilómetros de Caracas, en el Estado Miranda, en plena selva húmeda tropical, y donde, no menos de 80 presos políticos venezolanos, se preparan esta noche a recogerse y pensar en sus esposas, hijos, padres, hermanos, su familia toda, y en nosotros, los “libres”, y lo que hacemos por ellos y la patria común que tampoco está libre.
Ramo Verde es una instalación militar de finales de los 30 o comienzos de los 40, construida por el general, Eleazar López Contreras, en los tiempos de su presidencia, no sé si para ser sede de la recién fundada Guardia Nacional, o servir a otro propósito castrense.
En los años 60 fue lugar de alzamientos contra el gobierno de Rómulo Betancourt y después, en los 70, reformulada como sede de la EFOFAC, Escuela de Formación de Oficiales de las Fuerzas Armadas de Cooperación, las FAC, que es como se llamaba también la Guardia Nacional.
No se cómo devino con Chávez en cárcel de presos políticos, cuáles fueron las razones geopolíticas, o estratégicas, para asignarles el tenebroso papel que cumple desde entonces.
Sinónimo de represión, de horrores, de terror, tal como La Rotunda en tiempos de Gómez, o el edificio de la SN en el Paraíso o en la Plaza Morelos, cuando de Pérez Jiménez, daban escalofríos cada vez que los nombraban.
Ahora es Ramo Verde, en el Estado Miranda y cerca de Caracas, con 80 presos políticos, que esta noche, cuando escribo estas líneas, deben sentir que, con el frío, llegaron noviembre y diciembre y quizá otras sorpresas con las que soñarán hasta el toque de diana.
La libertad es el sueño recurrente de los presos políticos, el que nunca los abandona, porque es la tierra prometida o el paraíso perdido.
Conozco por mi amigo, el admirado y admirable Alcalde Metropolitano de Caracas, Antonio Ledezma, la rutina de Ramo Verde: “Nos levantábamos temprano, cinco o seis de la mañana, el rancho a las siete, después a misa y a las diez iniciábamos cursos, seminarios y conferencias, sobre la situación de Venezuela, la actual y la de otros tiempos”.
Un día Ledezma dio una conferencia sobre “Venezuela: Política y Petróleo” de Rómulo Betancourt.
Conservó algunas notas que me hizo llegar después que, debido a una grave enfermedad, un tribunal le concedió la medida de “casa por cárcel”, y en realidad, es un texto memorable, de un político que incursionó con tino sobre un texto fundamental de la Venezuela del siglo XX.
(Todo esto lo conté en un libro que escribí el año pasado sobre la prisión de Ledezma: El Secuestro del Alcalde).
Por Ledezma también conozco una breve biografía que escribió sobre otro preso “admirado y admirable”: Daniel Ceballos. También cinceló notas sobre Leopoldo López, y cuentos, unos hermosos cuentos que planeamos publicar algún día.
Creo que los interrumpió el 25 del 2015, cuando le dieron la “casa por cárcel”. Lo siguió Ceballos el 12 de agosto del mismo año, y un año antes, el 19 de abril del 2014, el comisario Iván Simonovis, regresó a su casa después de 10 años de prisión.
Los comisarios Vivas y Forero habían salido un año antes, y con el exgobernador del Zulia, que ha sido el último, integran la galería de “presos en sus casas” que es una novedad carcelaria típicamente chavista y madurista.
Lo resalto porque, si bien estar en la casa de uno con su familia “es un bien de Dios”, no lo es tanto si uno está “preso”, pues el gobierno de Chávez primero, y el de Maduro después, se toman muy en serio eso de que “el enemigo” esté en su casa, “pero preso”.
Para empezar, desde que llega le ponen una garita con dos o tres policías en la entrada de la casa, o del edificio. Después, no se le permite salir sino a sus audiencias judiciales, o casos de enfermedad grave, y en cuanto a las visitas, están definitivamente prohibidas.
Su mayor calvario, sin embargo, no viene sino por el lado de la continuidad de la negación al debido proceso, pues audiencia tras audiencia les serán suspendidas y su expediente, como el de tantos otros presos políticos, tirados a un desolvido donde jamás se sabrá por qué está preso, ni la causa de su posible condena.
Pero sin que se excluya que pueda regresar a la cárcel, como es el caso de Daniel Ceballos, quien luego de un año de prisión en su casa de San Cristóbal, se le recluyó de nuevo en Ramo Verde, el 27 de agosto de este año.
Pero aunque dura, la “casa por cárcel”, tiene algunas ventajas con relación a la “cárcel por cárcel” de Ramo Verde, pues los presos son objeto de las brutales requisas que se ejecutan en los calabozos cualquier día y a cualquier hora, les roban las pocas pertenencias, o pueden golpearlos por pretextos fútiles e inadmisibles.
De Ramo Verde también vienen las quejas sobre el trato inhumano que le aplican a diario los carceleros de Maduro a los presos, así como las arbitrariedades que son rutina para los familiares y amigos que llegan a visitarlos.
Igual los retardos procesales, la negación del debido proceso que solo se suspenden cuando algún “juez del terror”, produce una sentencia adulterando u ocultando pruebas de inocencia y admitiendo testimonios írritos e irrelevantes de testigos comprados y tarifados.
No pocas veces los testigos, jueces y magistrados, pasado algún tiempo, desertan y confiesan la monstruosidad en que participaron, pero sin que ello haga mella en la situación de los presos, que pasan ahora a sufrir tratos peores a los acostumbrados, porque sus casos revelan el horror del sistema.
Leopoldo López, el Secretario General de Voluntad Popular, es, sin dudas, el preso político que mejor emblematiza la crueldad del madurismo y el cabellismo, el símbolo del demócrata que desafía a la dictadura y no se rinde por más que lo hostigan y buscan doblarlo.
Su caso conmueve a Venezuela y sacude el mundo, concita la solidaridad y respaldo de nacionales y extranjeros y su orgullo de venezolano y demócrata es un baldón que señalará a sus opresores por los siglos de los siglos.
Pero no solo hay presos políticos en Ramo Verde, sino que hay otras cárceles, como “La Tumba”, una terrible ergástula que deriva su nombre de las hórridas condiciones en que otro grupo de venezolanos purga el atrevimiento de enfrentar la dictadura de Maduro y Cabello.
En “La Tumba”, permanecen detenidos por años y meses Lorent Saleh, estudiante que fue injustamente detenido en Bogotá y que conspirando contra Maduro y deportado a Caracas por el siniestro enano, Juan Manuel Santos.
También está el colega y amigo, Leocenis García, acusado de delitos peregrinos y no probables, cuando en realidad se le condena por su oposición al chavismo-madurismo con todas las armas que suministra el periodismo, el auténtico periodismo.
En “La Tumba” permanecen, igualmente, Gerardo Carrero y Gabriel Vallés, cuyas experiencias fueron contadas en un corto espeluznante: “La Tumba” de Marú Morón.
Pero también hay mujeres presas por la dictadura de Maduro, como la química de origen español, Araminta González, acusada de fabricar bombas que nunca explotaron porque no fueron fabricadas, y, mucho menos, presentadas en autos.
En el Inof estuvo detenida durante dos años la Jueza María Lourdes Afiuni, por haber concedido una libertad conforme a derecho, la del banquero, Eligio Cedeño, el 11 de diciembre del 2009.
Afiuni, en los años de su reclusión, fue objeto de todo tipo violencias, tal se cuenta en un libro que publicó el colega, Francisco Olivares en noviembre del 2012: “La presa del Comandante”.
Quiero, por último, referirirme a los dos últimos presos de Maduro: Jon Goicoechea, y Braulio Jatar.
El primero detenido el pasado 29 de agosto, y el segundo, el 13 de septiembre ¿Por qué? Por ejercer el derecho constitucional de oponerse a la peor dictadura que ha sufrido Venezuela en sus 205 años de historia republicana.
Todos presos venezolanos, hombres y mujeres, hijos de esta tierra y la democracia, admirados y respetados por quienes comparten su causa y no se cansaran de luchar para que conquisten su libertad y se incorporen a reconstrucción de Venezuela.
Presos políticos de una dictadura y no “detenidos” de un régimen innominado, como se expresó recientemente en un frustrado Acuerdo.