«Pero fue el 2004, el año del cual puede decirse que, el modelo socialista castrochavista sentó reales en el país»
Manuel Malaver
Hay dos verdades que le doblan el alma a los venezolanos que viven y sufren las navidades del 2016: 1) Los chavistas cumplen 18 años en el poder, y 2) Por cumplir su ideario marxista, socialista y totalitario Venezuela es hoy una perfecta ruina.
Bien está que se han tardado con relación a la veintena de países socialistas que cumplieron igual itinerario casi durante el siglo XX y la primeras décadas del XXI, que, incluso, lo lograron con variantes que algunas veces hizo dudar de sus auténticas intenciones, pero los resultados hablan por sí solos:
Venezuela ya no cuenta con aparato productivo público y privado, sin dólares para importar por la caída de los precios del crudo el país se quedó sin alimentos y medicinas y la hambruna y las enfermedades acosan a millones de venezolanos, la hiperinflación volatiza el valor del trabajo y el dinero, y ante la protesta cada vez más generalizada y furiosa de la población, el régimen toma el perfil de una dictadura tradicional, pulveriza lo que quedaba de instituciones democráticas, y los derechos humanos son promesas cada vez más precarias.
En otras palabras, ya no cabe duda de cuáles eran las verdaderas intenciones de los militares y civiles que intentaron el golpe de Estado del 4 de febrero de 1992, de hacia dónde se dirigía la alianza que hicieron antes de terminar la década con la dictadura cubana de los hermanos Castro y la guerrilla colombiana de las FARC y de la mutilación que lenta, pero implacablemente, iniciaron contra las instituciones democráticas tan pronto tomaron el poder a comienzos de febrero de 1999.
Hoja de ruta que los golpistas no ocultaron en ningún momento, que Chávez, incluso, expuso más de una vez con desfachatez y arrogancia, pero que el status quo constitucionalista y democrático se negó a oír —o no estaba en condiciones de oír—, y decidió jugar a la ruleta de que “una vez en Miraflores a Chávez se le bajarían los humos y volvería a ser un presidente democrático, o seudo democrático, de los antes”.
Se equivocó de plano y en ello jugó un papel relevante el hecho de que, derrumbado el sistema comunista por el simple efecto de su ineficiencia e inequidad en la Unión Soviética y sus países satélites (menos Cuba y Corea del Norte), nadie daba por admisible que en ninguna región del mundo, y menos en América Latina, que alguien intentara restaurar una utopía tan bárbara como fracasada.
Conviene resaltar, sin embargo, que en el caso venezolano, el socialismo ha avanzado a través de un largo proceso de luchas, en el cual, la oposición contó por tiempo más o menos largo con ventajas para arrollar al chavismo, que las perdió para ver como su enemigo se recuperaba y continuaba y de nuevo, y cuando menos se esperaba, la tendencia volvía a cambiar de dirección y era la democracia la que pasaba a la ofensiva y la dictadura a la defensiva.
Pero sin que ello significara que el proyecto socialista cambiara de planes, que no cumpliera las pautas y plazos que se había trazado y que cada día, mientras los partidos y sectores de la oposición celebraran que se habían anotado tal o cual victoria, el chavismo lo tomaba como indicio de que no debía retroceder, ni cambiar de políticas.
Tal se vio, por ejemplo, durante el trienio 02, 03, 04, que representó la primera recuperación de la oposición después de la pérdida del poder en el 1999, cuando a raíz del derrocamiento de Chávez el 11 de abril, lo recuperó el 13, pero para iniciar, de un lado, un diálogo ladino y de reoxigenización con la oposición, mientras del otro, llevaba a cabo una razzia en la Fuerza Armada Nacional que condujo a que casi no quedaran oficiales democráticos en la institución.
El 2003 le tocó a PDVSA la limpieza ideológica y fue después del fracaso del “paro petrolero” levantado en enero y que sirvió de pretexto para que la estatal despidiera a 25 mil trabajadores no militantes, neutros o indiferentes con la revolución, para que solo luciera, como después diría su presidente, Rafael Ramírez, “roja rojita”.
Pero el fracaso del “paro petrolero” también trajo otra calamidad, como fue el establecimiento del control de cambio, que convirtió el ingreso en divisas en una herramienta para controlar la economía pues, a partir del mismo, todos los agentes económicos, fueran jurídicos o naturales, debían pasar por las oficinas del gobierno a retirar los dólares que solicitaran y se le asignaran.
Pero fue el 2004, el año del cual puede decirse que, el modelo socialista castrochavista sentó reales en el país, pues de una parte, la derrota de la oposición en el Referendo Revocatorio del 15 de agosto, y de la otra, el inició de un nuevo ciclo alcista de los precios del crudo, crean las condiciones políticas y económicas para que Chávez sienta que el modelo corre con buen pie y que la estrategia adoptada para implantarlo es la ideal.
Pero nada impide las sorpresas, y el 6 de diciembre del 2007, cuando está en el sumun de su poder y constituido en un petrodictador que hace temblar a presidentes, primeros ministros, príncipes y emperadores, Chávez es derrotado en un referendo por una Reforma Constitucional en la que modifica 200 artículos de la Carta Magna para abrirle paso legal al socialismo.
Siguen más sorpresas, como la derrota del gobierno en las elecciones parlamentarias del 2009, si bien la oposición no obtiene la mayoría de diputados por una triquiñuela de última hora que hace el chavismo con la ley electoral; o las nueve gobernaciones que pierde en 2010 en las elecciones regionales de ese año.
Pero la sorpresa mayor la constituye el hecho de que, la derrota por la Reforma Constitucional del 2007 no paran la reforma, a los diputados, gobernadores y alcaldes opositores electos durante el 2009 y 2010, se les impide ejercer sus mandatos, se les priva de presupuestos, les nombran gobernadores y alcalde paralelos y, no pocas veces, se les detiene y agrede en el ejercicio de sus funciones, aplicando la máxima de: “Acepto tu elección formal, pero te niego el ejercicio real”.
Pero suceden cosas aún más graves desde el punto de vista del ejercicio de una dictadura que huye hacia adelante, convierte sus derrotas en victorias y no deja de avanzar en circunstancias en que la lógica le recomendaría ceder cuando pierde apoyo y recursos, para recuperarse y esperar tiempos mejores.
Así, por ejemplo, los precios del crudo empiezan a desplomarse a mediados de julio del 2008 ocasionándole un daño irreparable al clientelismo electoral de Chávez, se deshace el proyecto de financiar la exportación de la revolución y transformar a Caracas en la nueva Moscú y Chávez mismo muere a finales del 2012 o comienzos del 2013, no se sabe si en La Habana o Caracas y su sucesor y heredero, Nicolás Maduro, pierde o gana las elecciones presidenciales del 14 de abril del 2013 con una cantidad de votos que, en cualquier caso, representa una caída estrepitosa del modelo y del liderazgo y los apoyos en que dice sustentarse.
Pero nada que signifique desviarse o retroceder, sino al contrario, el gobierno de Maduro con una pobreza creciente y presidido por un líder que en nada recuerda el liderazgo carismático de Chávez y se sustenta más bien en una estructura militar impersonal, corrupta y forajida continua en pie, avanzando y recurriendo más a la represión, violando la Constitución y haciendo añicos el respeto a los derechos humanos.
Crisis que subyace en la derrota catastrófica que sufre en las elecciones parlamentarias del 2015, cuando el electorado le cede a la oposición la mayoría absoluta en la AN, y el mandato de que, ahora sí, con el segundo poder electivo del país, confronte al Poder Ejecutivo y lo obligue o a cambiar la política economía o a someterse al rigor de un RR establecido en la Constitución que decidirá si Maduro interrumpe su mandato y se convocan nuevas elecciones o si permanece en el cargo.
El resultado es que, a un año del “cambiazo” legislativo, Maduro permanece en el cargo, la oposición vive uno de sus peores momentos y está a la espera de un 2017 sin ninguna expectativa de que ponga fin a la dictadura socialista, marxista y totalitaria.
La gran pregunta es: ¿Por qué? ¿Qué factores actúan para que una dictadura marxista, colectivista y totalitaria se mantenga en las peores circunstancias, mientras la oposición democrática pierde sus mejores oportunidades y actúa como Sísifo, el héroe del mito griego, condenado por los dioses a llevar una piedra hasta una cumbre, verla rodar después de cumplir su cometido, bajar a recogerla, subirla, caer de nuevo y así hasta el infinito?
La respuesta es una sola: la oposición democrática sigue sin comprender la naturaleza del régimen marxista, socialista y totalitario, piensa que se le puede hacer retroceder e incluso colapsar con victorias electorales más, victorias electorales menos y no ha percibido como las elecciones son nada sino se dirigen a una confrontación, a un choque de poderes, cuyo escenarios sea la calle, y su ejército, el pueblo.
Otro obstáculo es la frágil unidad de la oposición que, perdida la mayoría de las veces en las ambiciones presidenciales de sus líderes, más pendientes de sus oportunidades que en las del país y su democracia, tiende a fracturarse, a dividirse en cuanto unas y otras se alejan.
Y este es el dramático momento que hoy vive la oposición venezolana, si no se dota de una estrategia de poder no electoral que está perfectamente contenida en el artículo 350 de la Constitución y la desobediencia civil.