Fue Fidel Castro, el segundo presidente de América —el primero fue George Bush, padre—, en enviar un mensaje de solidaridad y apoyo a su “amigo”, el presidente de Venezuela, Carlos Andrés Pérez, tras la intentona golpista de Chávez en 1992
Manuel Malaver
Ahora que Fidel Castro está muerto —y espero que de una vez y para siempre— me ha dado por recordar aquel titular que Teodoro Petkoff cinceló para un editorial del vespertino “Tal Cual” en el 2001, creo, con el conclusivo e inapelable acierto de: “No hables miejda Fidel”.
No quiero detenerme en las circunstancias de causa, tiempo y lugar del editorial, porque sería distraerme en los aún no aclarados orígenes de la tragedia que nos asfixia, pero si en la realidad abrumadora de que fue escrito por un hombre con fichaje histórico en la izquierda venezolana y latinoamericana, que jamás había renegado de su militancia socialista y muy cuidadoso al abordar el tema de la revolución cubana y su héroe máximo. ¿Qué había sucedido, entonces, para que, de repente, soltara amarras y se lanzara a navegar por aguas donde las tormentas mayores no se habían desencadenado pero si se anunciaban en nubarrones como la presencia cada vez más invasiva de funcionarios del más alto rango isleño en ministerios y dependencias oficiales, el parloteo abierto y desafiante de Castro y Chávez sobre la República Sudamericana Unida Cuba-Venezuela y la denuncia de corruptelas donde ya parecían fusionados burócratas “revolucionarios” chavistas y castristas ?
Petkoff estaba en el comienzo de su carrera periodística y creo que, en cierta manera, sentía que sus días grandes en la política habían terminado con el ministerio que ejerció en el segundo gobierno de Caldera (1993-1998), de modo que, idealmente, se encontraba en posición de otear qué era lo que le podía suceder al país si continuaba la “marcha hacía la locura” y no habían factores y propuestas que la atajaran, alteraran o desviaran.
Pero había más, mucho más, Petkoff había sido un testigo de excepción en la zaga que desde comienzos de los 50 había venido atando el destino de los dos países y que a grandes rasgos podríamos describir así: 1) lucha conjunta de los demócratas de Cuba y Venezuela para combatir y derrotar las dictaduras que los oprimían, la de Batista allá, la de Pérez Jiménez acá; 2) ruptura, casi inmediatamente después de la caída de las dictaduras, cuando los demócratas cubanos abrazan la causa del socialismo y el marxismo e intervienen en la planificación, organización y envío de recursos para que los izquierdistas venezolanos, agrupados en el PC y el MIR, embistan contra el gobierno democrático de Rómulo Betancourt y repliquen el experimento cubano; 3) derrota de la insurgencia marxista y de la intervención cubana a los cinco años de iniciada como una guerra civil de baja intensidad, triunfo de la democracia en Venezuela y en el continente y acentuación del aislamiento de Cuba, que ya Betancourt había obtenido en 1962 con la expulsión del gobierno de Fidel Castro de la OEA.
Quiero destacar que, en todos los hitos de la zaga, Petkoff jugó un papel estelarísimo, desempeñándose, bien en lo organizativo, en lo militar, en lo teórico, a veces en las calles, a veces en la cárceles, pero sin dejar brillar con la luz de un político que había llegado con la voluntad de establecerse y permanecer.
Pero, también, que fue con Gustavo Machado, Pompeyo Márquez, Domingo Alberto Rangel y Guillermo García Ponce de los primeros en proclamar que la lucha armada había fracasado, que debía construirse una paz y una convivencia democrática, y que la lucha electoral pasaba a ser la nueva estrategia de la izquierda para la conquista del poder.
De estos postulados nace su separación del Partido Comunista y la fundación de un partido socialdemócrata, el MAS, que conservaba fuertes tonos socialistas, pero adscribiéndose a lo que ahora se llaman los sistemas híbridos y antes terceristas, y en el cual, el marxismo es despachado sin boleto de retorno al lugar donde había nacido: el siglo XIX.
Decisión que, dado el contexto en que fue tomada (final de la Primavera de Praga, Guerra de Vietnam, gobierno de Allende en Chile) no hizo sino continuar y multiplicar la lucha, organizada ahora en ataques desde la ultraizquierda y la ultraderecha, unidas en su empeño de que el mundo no saliera de un maniqueísmo atroz: blanco o negro, inocentes o culpables, Cuba SÍ, yanquis NO.
Sin embargo, los setenta también aparecen con ideas y gente que quiere diferenciarse, y uno muy notable es Carlos Andrés Pérez, un presidente venezolano que acaba de ser electo, y sorprendentemente, a pesar de jugar un papel decisivo en la lucha de los gobiernos democráticos para derrotar a las guerrillas, la izquierda y los cubanos, declara que, entre sus primeras políticas, está la reapertura de relaciones diplomáticas con Cuba y el inicio de otra era, en la cual, los dos países enfrentados en una reciente guerra, alcen las copas y se sienten a trabajar por una política de amistad y cooperación.
Y así resultó, puesto que con la llegada del primer embajador post conflicto cubano en Caracas, Norberto Hernández Curbelo, comienza un auge de contactos, apertura comercial y de política subregional compartida que hacía parecer que, jamás habían existido la OEA, El Bachiller y, mucho menos, la invasión de Machurucuto.
Es un proceso que redunda y alimenta las tesis terceristas de Petkoff, que contribuye a la expansión del MAS como un proyecto continental y mundial, apoyado fervientemente por reformistas como García Márquez, Carlos Fuentes y Teodorakis y que crea la esperanza cierta de que: “El poder sí, pero con los votos”.
Sobre todo cuando Pérez no tiene empacho en compartir trincheras con Fidel y la izquierda del continente en la guerra nicaragüense y el conflicto centroamericano, en sus enfrentamientos a las dictaduras de derecha del Cono Sur, en la asistencia que el auge de los precios del petróleo le permite ofrecerle a los pobres del mundo, y redoblando los esfuerzos para que Cuba y su gobierno fueran admitidos en una comunidad interamericana que, progresivamente, los va tolerando.
Creo que la apoteosis de la apertura de Pérez, le tocó presidirla a él mismo, cuando invitó a Castro a Venezuela en su segunda toma de posesión de la presidencia, y el país y el mundo vieron cómo, no solo los 600 intelectuales de un famoso manifiesto sino encopetadas damas y oligarcas del Country Club, clase media de las urbanizaciones y obreros de los barrios, se acercaron a darle la mano y retratarse con una leyenda, con un mito, que de repente, se transfiguraba, en realidad.
Pero faltaba otro capítulo, quizá el más dramático, en la relación Castro-Pérez y fue cuando se desplomó el comunismo soviético y Cuba quedó al borde la hambruna, y una reunión entre Felipe González, de España, Carlos Salinas de Gortari de México y Carlos Andrés Pérez de Venezuela, crean un plan de ayuda masiva en alimentos, medicinas y combustible para que, literalmente, la isla no se hundiera en el mar.
Todo lo cual explica que, cuando un grupo de militares facciosos, liderados por un teniente coronel, Hugo Chávez, intenta un golpe de Estado contra el gobierno de Pérez, el 4 de febrero de 1992, fue Fidel Castro, el segundo presidente de América —el primero fue George Bush, padre—, en enviar un mensaje de solidaridad y apoyo “a mi amigo, el presidente de Venezuela, Carlos Andrés Pérez”
Pero no se vuelven a comunicar, según las pruebas disponibles, entre otras cosas, porque la conspiración pasa del mundo militar al civil y de una montonera golpista a los partidos democráticos y un Pérez, atacado desde todos los frentes, es separado de la presidencia por una acusación no comprobada, sustituido por un gobierno transitorio, el de Ramón J. Velásquez, y al final, es electo el último presidente democrático, Rafael Caldera, en diciembre del 93.
Vale decir, otro juego, otro tablero, otras piezas y tiempo para que Castro se ubique en la nueva oportunidad, donde, el militar y golpista, Chávez, resulta ser de izquierda, marxista, socialista y rematadamente castrista.
Pero sobre todo, un ególatra que en muchos sentidos lo supera, y al ser electo presidente de la República el 6 de diciembre de 1998, lo convoca a unírsele al saqueo de un país que le ha brindado apoyo desde 1974 —año de la ascensión de Pérez al poder—, y cuenta con recursos para que dos marxistas náufragos y sobrevivientes de la caída del Muro de Berlín, puedan a fabricar delirios mientras desguazan las riquezas nacionales.
La alianza es ahora para destruir la democracia y dirigirse a recrear una mini Guerra Fría, construir un sistema socialista de pacotilla con sede en América Latina y La Habana o Caracas como nueva Moscú, e iniciar un Armagedón con el anciano Castro como profeta mayor y Chávez como eficiente discípulo que aspira a sucederlo.
Y este es el contexto donde aparece el rabioso, contundente, e imprescindible editorial de Petkoff, escrito por un político y periodista acostumbrado a no ocultar verdades y, en este caso, a anticipar la tragedia que acaba llevarse a Castro al más allá, a Chávez con rumbo parecido del 5 de marzo del 2013, mientras Venezuela se une a Cuba como muestras de la más grande catástrofe de que han sido objeto dos de los países más exitosos de la región.
Obra de un par de ególatras desmesurados, demagogos inescrupulosos, sin otro fin que permanecer en el poder el mayor tiempo y con la mayor concentración posibles y sin detenerse en crímenes, violaciones de los derechos humanos, y destrucción de una historia que pudo ser gloriosa y hoy es una fragmentación de desperdicios sin recuperación ni redención a la vista.
“No hables miejda Fidel”.