Es curioso que ni Ramos, ni Rosales, ni Falcón pongan acento en la que debería ser la única política viable y auténticamente democrática y antidictatorial de la oposición, como es la defensa y fortalecimiento de la Asamblea Nacional
Manuel Malaver
Era impensable a comienzos de uno de los julios más tormentosamente políticos de la historia del país, cuando se vivió la esperanza cierta de que Venezuela se dirigía a derrotar al más siniestro experimento dictatorial del marxismo tardío, el “Socialismo del Siglo XXI”, que la organización que lideraba aquellos acontecimientos, la “Mesa de Unidad Democrática”, MUD, se retorciera hoy hecha pedazos, en vías de desaparecer y acusada de ser la causa de que la dictadura se mantenga en pie y en capacidad de sostenerse por uno o varios años aplicando la variante con que Robert Mugabe lleva 40 años descuartizando a Zimbawue.
¿Qué sucedió y por qué en apenas 120 días (lo que tarda en pulverizarse cualquier aumento de precios y salarios) la oposición y la MUD experimentaron un hundimiento tan repentino y abismal, una caída de proporciones tan colosales y definitivas que, otra vez, hacen depender la salvación de la República de la inviabilidad del sistema, de las irrefrenables tendencias suicidas de régimen y de una sociedad civil que, si no tira la toalla, es porque ya no se encuentra tal artículo de lujo a lo largo y ancho del país?
La respuesta, desde luego, solo se encuentran en una realidad que, solo después del 15 de octubre se hizo evidente, pero que fue durante mucho tiempo denunciada de dentro y fuera de la MUD, pero para ser ignorada, bien por quienes querían autoengañarse o por los que sentían cómodos con una política que saltaba en horas de la calle a las urnas, o de la confrontación a la coexistencia y la paz.
Nos referimos al problema de la “Unidad” (así, con mayúsculas) que, jamás fue planteado ni resuelto en una coalición de partidos, -dispersa como corresponde a toda formación democrática-, y por tanto, propensa a caer en las trampas que la dictadura tenía a granel y manejaba con sapiencia maquiavélica, cada vez que sentía que una unión de partidos sólida y con un apoyo popular incontrastable, contenían la fórmula para ponerle fin.
Sin embargo, detecto, esencialmente, las claves para el colapso de la MUD, en el choque de dos partidos surgidos de una división de “Primero Justicia”, que conservó a la formación original fundada por Julio Borges y Henrique Capriles y dio origen a una nueva, bajo el liderazgo de Leopoldo López, el cual, a su rechazo de la “vieja política”, alimentó profundas reservas con dirigentes emblemáticos de la “nueva”.
Atribuyo a la separación de estos líderes, Julio Borges, Henrique Capriles y Leopoldo López, gran parte de los éxitos que la MUD comenzó anotarse a partir del 2008, pero también muchas de sus tribulaciones, porque se perdió la coherencia y la unidad entre los hombres llamados a renovar la política venezolana.
No era poca cosa, pues de ello dependía la captación de más y más adeptos para la causa de la democracia y su organización para librar las batallas que empezarían a acorralar y terminarían derrotando a la dictadura.
Pero ese fue solo uno de los problemas de la llamada “nueva política” -y quizá el menos importante-porque otro que resultaría demoledor para los partidos que nacían con el “destino manifiesto” de sacar de juego al populismo en sus versiones adeca, socialcristiana y chavista, fue no encontrar un acomodo viable en las únicas ideologías disponibles para renovadores del siglo que terminaba y del que empezaba: el liberalismo y el neoliberalismo.
Si se revisan, en efecto, las ideas que dan origen a tan importantes organizaciones de la política nacional de los últimos 20 años, notamos que, tanto “Primero Justicia”, como “Voluntad Popular”, se definen “democráticas” a secas, evitando precisiones de los lados del liberalismo o el neoliberlismo, pero dejando la puerta abierta para que la llamada “economía social de mercado” (muy querida al excandidato presidencial y exSecretario General de Copei, Eduardo Fernández), -en cualquiera de sus versiones, socialdemócrata o socialcristiana-, se colara en cualquier momento.
Pero hay más todavía: “Primero Justicia”, está continentalmente asociado con la “Organización Demócrata Cristiana de América, ODCA”, rama a su vez de la Internacional Demócrata Cristiana europea, ambas militantes del “humanismo cristiano, y “Voluntad Popular” se afilió desde sus inicios como miembro de pleno derecho de la “Internacional Socialista”.
Ahora bien, hablamos de organizaciones mundiales filosóficamente equidistantes de los extremos, del socialismo stalinista, de un lado y del liberalismo y el neoliberalismo, del otro, que juzgan intolerables, porque la primera impone la dictadura del Estado y la segunda del Mercado.
En otras palabras que, al irnos a las raíces ideológicas de los dos partidos que se autodefinen como los emblemas de la “nueva política” venezolana, nos topamos con la izquierda, o cierta clase de izquierdismo que, bien puede emparentarse con el “humanismo cristiano” (muy de Capriles) o de socialdemocratismo light, que se hace sentir mucho en los escritos de Leopoldo López.
Con lo dicho, no queremos entrecomillar, ni desmeritar a los fundadores de “Primero Justicia”, ni de “Voluntad Popular” en su lucha contra la abominable dictadura de los Castro, los Chávez y los Maduro, sino llamar la atención sobre cierta incapacidad para calar en su exacta naturaleza y hacer los esfuerzos necesarios para que tal monstruosidad no cayera sobre Venezuela,
Pero no calar en la naturaleza del enemigo, significa también no calar en la naturaleza de los aliados, y eso es exactamente lo que sucede en la MUD, cuando, organizaciones levemente “humanistas cristianas” y levemente “socialdemócratas”, se unen con partidos agresivamente socialdemócratas, keynesianas y estatólatras como Acción Democrática, Un Nuevo Tiempo, y “Avanzada Progresista”, “viejas”, en el sentido de que masticaban pero no tragaban a las “nuevas”, lideradas por “tres viejos zorros”, en capacidad de engullirse aves de “vuelo bajo”, mientras las manipulan zamarramente con fines no siempre abiertos ni confesos, como pudo verse en el abandono de la calle a finales de julio para irse a la derrota segura de las regionales y, ahora, cuando hablan de unas primarias para elegir el candidato que derrotaría a Maduro en las presidenciales.
Es curioso que ni Ramos, ni Rosales, ni Falcón pongan acento en la que debería ser la única política viable y auténticamente democrática y antidictatorial de la oposición, como es la defensa y fortalecimiento de la Asamblea Nacional como recurso constitucional para anular y descalificar la espúrea ANC, desarticular y denunciar al CNE como un gestor de fraudes y regresar a la calle para reiniciar la lucha que no espere por el fraude del 2018, sino que de una vez derroque al dictador.
No, los “tres tristes tigres” del neopopulismo, el keynesianismo y la socialdemocracia dan por sentado que Maduro está firmemente establecido como el dictador de Venezuela y lo que queda es ganarle algunos alcaldías, mientras lo convencemos de que juegue limpio para el 2018 y nos permita derrotarlo en las presidenciales.
Quiero aclarar que esta tesis también se la oí alarmado a Julio Borges en un programa de televisión y al secretario general de “Voluntad Popular”, Juan Andrés Mejías, como si al fabricante de los fraudes del 30 de julio, el 15 de octubre, y del próximo 10 de diciembre se le fuera a convencer por otra vía que no sea la fuerza, de que Venezuela no es un laboratorio donde se puede fraguar fraudes impunemente y que más temprano que tarde tendrá que dar cuenta de sus crímenes.
Dependerá por supuesto de la decisión del pueblo de salir cuanto antes a la calle y de los auténticos partidos democráticos del país de renovarse mientras se separan de la simiente mala, dañada y perversa.