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Un régimen tiránico en trance de muerte

Oscar Battaglini

Como se sabe, el réquiem es el rezo y/o composición musical conque suelen acompañarse misas y sepelios en los países occidentales. Esta es la música que desde hace ya bastante tiempo se viene oyendo en todos los espacios de nuestra sociedad y en el seno de la comunidad internacional, que al igual que el pueblo venezolano, sabe que están tratando con un zombi al que hay que sepultar definitivamente para tranquilidad de los sistemas democráticos.

 Ese es el estado real en el que se encuentra la tiranía madurista, condición que trata de maquillar poniendo en ejecución toda su capacidad farsesca de mentira y simulación para mediante ello hacernos creer que “goza de buena salud” o de que su permanencia en el poder no está en discusión o en riesgo de perderse. Ejemplo de ello es la comedia en la que Maduro aparece anunciando planes económicos-productivos y de la más diversa índole para el año 2025y hasta para más allá de esa fecha, cuando, por un lado, todos los indicadores económicos dan cuenta de una caída catastrófica de la economía, situación que lamentable e inevitablemente se mantendrá, y por el otro, el régimen dictatorial-militar experimenta una crisis de legitimidad (nacional e internacionalmente) que, aunada a la económica, política y social, le ha colocado al borde del colapso y su derrumbe inminente.

Es indudable el efecto demoledor que tienen esas dos determinaciones sobre la estabilidad política de la dictadura militarista. Puede, sin embargo, que esto no sea percibido en su justa dimensión por mucha gente, lo cual sólo indica que el aparato de propaganda cumple su cometido en parte; pero si nos fijamos bien se verá que esas determinaciones no sólo son una fuerza (objetiva, potencial, autonómica) que ha venido descomponiendo las bases de sustentación de la dictadura sino que se han constituido en el sustrato del imaginario político e ideológico que alimenta y le da sentido a la lucha que actualmente desarrolla el pueblo venezolano contra la barbarie chávezmadurista.He ahí entonces y sin ropajes ideológicos los términos fundamentales de un conflicto político, de vida o muerte, en el que la inmensa mayoría de los venezolanos de la más diversa procedencia social enfrenta a unos asaltantes usurpadoresdel poder que nos han condenado a todos (a la sociedad entera) a la más espantosa pobreza y opresión social y política.

Llegados a esta parte conviene puntualizar una cuestión de suma importancia: Cuanto se ha dicho hasta aquí en relación con las determinaciones señaladas, sólo tiene un valor referencial que reviste el carácter de unas premisas sin las cuales, toda la política o línea política que aspire a poner término al despotismo madurista requiere. Esto mismo, dicho de otro modo, quiere decir que el logro de ese objetivo supremo no se dará mediante el simple desarrollo evolutivo de las mencionadas premisas, sino que, en última instancia, el éxito político en el desarrollo de la lucha sólo será producto de la acción política, de la movilización directa y consciente de la inmensa mayoría de venezolanos que, a lo largo de todo el país, claman por la expulsión del poder, de la camarilla civil-militar que lo usurpa desde hace más de veinte años. Esta afirmación no es gratuita, se basa en la convicción de que la camarilla en cuestión ha dado suficientes demostraciones de no estar dispuesta a abandonar el poder mediante procedimientos constitucionales y democráticos (elecciones libres y transparentes). En relación con esto es preciso convencerse de que la tiranía chávezmadurista no se irá del poder si no se le fuerza a hacerlo. Las experiencias de la llamada “primavera árabe” (Túnez, Egipto, etcétera), de los dictadores Buteflica y Mugabe en Argelia y Zimbabwe respectivamente; del 23 de enero de 1958 en Venezuela, etcétera, son muy aleccionadoras a este respecto.

EL ABISMO

Se trata de un régimen tiránico en trance de muertey que, debido a ello, no tiene ninguna capacidad para emprender alguna acción política que rescate al país del abismo al que su ineptitud le arrojó. La demostración ostensible de que esto es así es: la quiebra de la actividad económica petrolera, de las industrias básicas y manufactureras; de la agricultura y la ganadería; del comercio nacional (de importación y exportación); la pulverización de las reservas internacionales (en divisas y en oro); el cierre de las fuentes de financiamiento internacional; la hipertrofia de la deuda externa que ha obligado a la dictadura militarista a declararse en default; la hiperinflación que acabó con los salarios de trabajadores y profesionales; la incontenible devaluación del signo monetario y en consecuencia la depauperación de la calidad de vida de los venezolanos; la destrucción de la unidad familiar (ya supera los 4 millones la diáspora de compatriotas que huyeron espantados de la tragedia;la debacle de los servicios públicos, en particular los de salud, educación, agua, electricidad, gas, transporte, etcétera; la quiebra político institucional del Estado; el extremo aislamiento (político, diplomático) internacional de la dictadura militar; por donde se le vea, se trata de un completo desastre,y por si fuera poco, está la pretensión criminal de convertir el llamado Arco minero del Orinoco (AMO) en una zona de explotación minera (que en nada se diferencia de la forma depredadora rentística y parasitaria que durante más de cien años ha practicado la industria petrolera venezolana) con el evidente propósito de obtener recursos económicos que le permita a la dictadura cubrir el déficit fiscal, cancelar los compromisos internacionales, adquirir más armamento y pertrechos bélicos para así prolongar su sobrevivencia; todo esto en detrimento del equilibrio ecológico de la región y la entrega de la soberanía nacional, cosa que nuestros militares parecen observar con gran complacencia.

Ante a este cuadro catastrófico y a su abrumadora incapacidad para revertirlo, la dictadura militarista persiste en recurrir sistemáticamente a la violencia represiva, a la mentira, la descalificación automática (“traidor a la patria”), a la deformación de la realidad (“aquí no hay ninguna crisis humanitaria”); a la desinformación, al montaje de matrices de opinión con propósitosperversos (deformantes, condenatorios, calumniosos y descalificatorios) a lo Goebbels y la práctica de la mentira repetida hasta quese convierta en verdad; imaginando que de ese modo lograrán perpetuarse en el poder. Pero en ese modus operandi se percibe claramente que la camarilla usurpadora no ha internalizado aún el hecho de que su tiempose agotó y que lo único que podrán conseguir con esta práctica es prolongar su agonía. Por lo prontolos heraldos proclaman, como en los misterios, la inminencia del fin en tanto que se intensificany se hacen cada vez más nítidos losluctuosos acordes del réquiem que se entona en su nombre.