Jesús Silva R
Para que Estados Unidos invada militarmente a Venezuela necesita una excusa, no porque le falte poder de fuego para proceder sin argumentos, sino porque con la excusa la invasión sería menos costosa políticamente dentro del país del norte y sus aliados.
Cuando Japón atacó la estadounidense base naval de Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941, le regaló la excusa perfecta a Washington, que hasta esa fecha no había querido intervenir directamente en la segunda guerra mundial (y dejaba a los soviéticos pelear solos contra el nazifascismo).
La respuesta de EEUU al ataque japonés forma parte de la historia universal, sendas bombas nucleares fueron lanzadas contra Hiroshima y Nagasaki y el país del sol naciente quedó destruido. Poco después el emperador nipón manifestó su rendición incondicional y absoluta ante el Imperio yanqui. Japón nunca más volvió a ser una nación guerrerista.
En Venezuela se vive un escenario parecido, salvando distancias históricas, cuando componentes de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana están a riesgo de enfrentarse a fuerzas de EEUU con ocasión del envío a nuestro país de un grupo de barcos cargados de gasolina desde la República Islámica de Irán. En efecto Caracas y Teherán tienen derecho soberano a desarrollar relaciones sin interferencia extranjera pero para el imperialismo estadounidense prevalecen sus propias leyes internas y como se sabe tanto la República Bolivariana como la Nación Persa están sancionadas y bloqueadas por el gobierno de Donald Trump, lo cual ahora se invoca para el uso de la fuerza e impedir que la ayuda iraní desembarque en suelo venezolano.
Valiente es Irán al entrar en esta confrontación directa contra la máxima potencia mundial en nombre de la solidaridad con Venezuela. Este gesto heróico debe advertirle al gobierno de Maduro los reales niveles de apoyo con los que cuenta dentro del elenco de países aliados. No cualquiera manda barcos que están amenazados de ser destruidos o interceptados por EEUU.
Ahora bien, el gobierno venezolano debe actuar con prudencia y precisión en la protección brindada a los barcos iraníes que vienen a nuestras aguas porque en el hipotético caso de que naves estadounidenses desplieguen violencia, el contingente militar criollo debe hacer uso progresivo y diferenciado de la fuerza, siempre proporcional al ataque. Más que una operación militar, se trata de un escenario geopolítico mundial, donde la administración de Maduro puede cubrirse de gloria si sortea correctamente la situación, inclusive reservándose acciones legales internacionales si los gringos cometen abuso o por el contrario desarrollar una batalla militar en el lugar de los hechos que pudiera desencadenar el Pearl Harbor del siglo XXI para satisfacción de los opositores de la ultraderecha venezolana que hace años piden a gritos que una invasión gringa libertadora se ejecute contra la llamada Venezuela chavista o madurista.
Alguien escribió que este caso se parecía al de los misiles nucleares soviéticos en Cuba, cuando Washington y Moscú casi desatan la tercera guerra mundial. Pero no cabe tal comparación. Acontece que el planeta es otro desde el final de la guerra fría y la caída del eurocomunismo. Kennedy, Kruschev y Castro protagonizaron un momento de la historia donde la entonces poderosa Unión Soviética le disputaba a EEUU la supremacía militar y política mundial. En el presente sin la URSS ni orden bipolar, otros Estados compiten contra Washington en el comercio, la tecnología, etc pero no en lo militar y menos en su traspatio americano, difícilmente otras potencias respaldarían a Venezuela militarmente en un choque directo contra EEUU. Esa proeza solo perteneció a la extinta URSS en salvación de Cuba. Parafraseando a Fidel, los revolucionarios debemos ser realistas y no fantasiosos para poder diseñar estrategias triunfantes con las herramientas que realmente se tienen al alcance.
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