“Mientras exista una fuerza armada como la que hoy tenemos … la oposición … nunca podrá ejercer el poder político en Venezuela” (discurso del ministro de la Defensa general V. Padrino López, en acto celebrado en el Fuerte Tiuna con motivo de la conmemoración de los 209 años de la Declaración de la Independencia Nacional el pasado 5 de julio).
Oscar Battaglini
En su alocución el ministro se refiere particularmente a los cuadros dirigentes de la oposición, a los que acusa de maleantes y de otras cosas igualmente denigrantes. Pero lo que más llama la atención en ese discurso, además de la prepotencia e insolencia militarista del mismo, es la forma terminante y categórica que asume su afirmación en cuanto a que, mientras exista la fuerza armada por él comandada, la disidencia política del país, representada fundamentalmente por los partidos políticos integrados en el G4, tendrán vedado el camino hacia el poder.
Este planteamiento hecho por un militar que lleva ya seis (6) años en el cargo de ministro de la Defensa y que además ha sido ratificado en el ejercicio de esa función en varias oportunidades, confirma varias cosas de gran importancia política:
- El papel determinante que el alto mando de la fuerza armada chavista (facha), ha pasado a desempeñar en la dirección político-administrativa del régimen madurista; lo que viene a demostrar que este cuerpo castrense no sólo se ha asumido como una de las representaciones políticas fundamentales de ese régimen reconocidamente antidemocrático, sino que confirma y ratifica lo reiteradamente señalado estos últimos años, como es el hecho de haberse constituido en una suerte de “guardia pretoriana” encargada de su preservación y defensa.
- El carácter eminentemente autoritario-militarista, condición que el régimen ha pretendido ocultar detrás de una supuesta “unión cívico-millitar” inventada por Chávez (y continuada por Maduro) para para usurpar la representación de una sociedad civil que mayoritariamente lo repudia.
- La absoluta deslegitimación política en la que se ha sumido la dictadura militarista, situación que es la que ha hecho que la fuerza armada chavista se haya convertido -junto a los cuerpos policiales y los aparatos armados paramilitares y parapoliciales, mejor conocidos como “colectivos”- en el principal soporte del régimen. Eso explica, por un lado, el curso ascendente que ha venido alcanzando la represión política y la violación sistemática de los derechos humanos, políticos y civiles de los venezolanos, tal como hemos podido constatar y tal cómo ha sido denunciado por la alta comisionada de la ONU para los derechos humanos Michelle Bachelet. Por otro lado, los desplantes guerreristas con los cuales los voceros de la dictadura (civiles y militares) tratan de crear la impresión de que estamos al borde de una inminente guerra con los Estados Unidos y países vecinos, pero que, en realidad están dirigidos a amedrentar a la inmensa mayoría de los venezolanos ante la posibilidad cierta de que en algún momento decidan pasar del simple repudio a exigirles con acciones concretas y directas una salida del poder que usurpan mediante la violencia represiva y el fraude electoral. Paralelamente a esos desplantes guerreristas y como parte del papel que la fuerza armada chavista viene desempeñando en la estructura del poder constituido, el madurismo ha desarrollado una política armamentista en connivencia del Estado forajido ruso de Putin, que ha comprometido nuestra República con una deuda superior a los 3.300 millones de dólares que, dada la insolvencia crónica que padece el Estado venezolano, no hay forma de pagarla; razón por la cual, la dictadura se vio forzada a refinanciarla haciéndola aún más onerosa para los intereses nacionales y para el pueblo venezolano en general.
- Finalmente, que tanto el ministro como la fuerza militar bajo su control, se erigen de hecho en los árbitros omnipotentes de la vida política nacional; lo que despeja ciertas dudas y deja definitivamente en claro, el lugar donde verdaderamente reside el poder. Se evidencia igualmente, que lo ocurrido el 5 de enero de este año, cuando la Guardia Nacional se arrogó la facultad de decidir cuál diputado de la Asamblea Nacional podía acceder al hemiciclo y cual no, no fue una decisión azarosa o circunstancial, sino que la misma ya era parte de la determinación que el ministro Padrino López dejó plenamente establecida ante la opinión nacional e internacional, en su discurso del pasado 5 de julio en el Fuerte Tiuna.
- Queda claro entonces, de acuerdo a esa experiencia y al esclarecedor discurso, que el señor ministro, apoyado en la fuerza bajo su mando, se reserva el derecho de decidir cuáles partidos y cuáles dirigentes políticos de oposición participan en la justa política por el poder del Estado en nuestro país; pero no sólo eso, se reserva igualmente la facultad de votar, por ejemplo, un resultado electoral (presidencial, parlamentario, etc), adverso a los interés políticos que representa.
- La impresión brutal que estas declaraciones producen, lleva inicialmente a pensar, que lo afirmado por él, está por verse; pero si uno se fija en lo que acontece políticamente en el país en estos momentos, se da cuenta de que sus designios se han venido cumpliendo por partes, las cuales actualmente están en pleno desarrollo y en la fase de hacerse más radicales y brutales. Este es el sentido que tienen todas las medidas que la dictadura ha venido tomando en contra de la Asamblea Nacional (desacato, etc) y la oposición democrática (inhabilitaciones, persecución, etc) desde que perdieron, de manera aplastante, las elecciones parlamentarias del año 2015, y que, en lo fundamental, han estado dirigidas a desarticular, debilitar, confundir y finalmente, impedir que la oposición se constituya en una fuerza política poderosa que la desplace del poder que usurpa despóticamente. Este es el sentido de las últimas resoluciones emanadas del TSJ, en torno a la designación de un CNE espurio, y el despojo de la titularidad de los partidos de oposición. Lo mismo puede decirse de las declaraciones de Padrino López.
Una vez más y en pleno siglo XXI, el arcaísmo militarista –esta vez disfrazado de “revolución”- logra colocarse, con su carga de violencia y atraso generalizado, al frente de la dirección política del Estado, lo que, inevitablemente, replantea el histórico conflicto que se ha desarrollado en su seno entre dictadura y democracia, entre barbarie y civilismo. Se trata de un desafío y de un problema político que una vez más y de manera indudable los venezolanos debemos encarar y resolver por nosotros mismos, como condición sin la cual no será posible avanzar en la superación de la tragedia que hoy padecemos.