La dinámica de las etapas que conducen a la búsqueda de una respuesta adecuada a las exigencias ambientales de la época de crisis, como la que vivimos actualmente, incluye forzosas actitudes y peligrosos excesos, que pueden culminar en la negación anímica, y ello no sólo como anulación de la rebeldía, sino como sometimiento a una aparente fatalidad.
Gustavo Luis Carrera
IMPUESTA ADAPTACIÓN. Ya hemos señalado que el orden arbitrario y absurdo del estado de cosas reinante, signado por la hiperinflación, la especulación desorbitada, la escasez de bienes de consumo, con el agravante de las secuelas de la pandemia, obliga a recurrir a procedimientos de adaptación, para sobrevivir, apenas. No es un recurso asumido voluntariamente, sino una respuesta de emergencia. A fin de cuentas, es una adaptación impuesta, que sólo se puede cubrir hasta donde lo permitan un sueldo mísero y unos precios canibalescos.
ACOSTUMBRAMIENTO POR INERCIA. De igual modo, hemos advertido sobre el riesgo de llegar al mecánico acostumbramiento, cuando lo repudiable y lo insólito pasan a sumirse en la práctica de una costumbre: progresivamente la necesaria adaptación a las exigencias de la realidad condenable se hace hábito, y parece ser decisión propia lo que es imposición humillante y agresiva. En este caso, se produce el fenómeno sicológico de la habituación; situándose como aparente acción libre y personalísima lo que es una imposición forzada. Hay, pues, una mecánica de acostumbramiento por inercia.
APLASTANTE RESIGNACIÓN. La conjunción de la necesaria adaptación y la amenaza del acostumbramiento, si éste se cumple, pueden conducir al nivel degradado de la resignación. Ha sido un riesgo que ha acompañado la historia de todas las sociedades. Ya Tácito advertía sobre la necesidad de seguir el camino dejando de lado la «deshonrosa sumisión». Es la lucha entre el cansancio y la desilusión, de una parte, y la resilencia y la rebeldía, de la otra. El desencanto por las esperanzas truncas y las aspiraciones no alcanzadas, pone en peligro la firmeza de los ideales; de donde procede la actitud conformista y abúlica que ostentan pueblos excesivamente sometidos por demasiado tiempo al abusivo ejercicio del poder dictatorial. Ya no sólo padecen los males inherentes al despotismo, sino que cancelan todo espíritu rebelde, toda voluntad de lucha por la reivindicación de los derechos civiles, sociales y políticos. Es la entrega sumisa a la cual aspiran someter los mandones y tiranos a los pueblos que dominan: al adoptar el silencio resignado, el ciudadano deja de serlo y se convierte en súbdito, ante un rey, que es el déspota de turno. Soportar, para sobrevivir, no es claudicar. Los derechos no son concesiones, son títulos humanos por ley. En ningún caso puede haber resignación sumisa.
VÁLVULA: «Una vez cumplida la fase de la indispensable adaptación a la crisis, para sobrevivir, surge el riesgo del acostumbramiento, de la habituación, que hace ver normal lo repudiable de la realidad. Y al final, se yergue, como el peligro total, la avasallante resignación, cuando se acepta, sometidamente, el estatus, sin espíritu de rebeldía ni ánimo de protesta. Anulación absoluta a todas luces inaceptable». (glcarrera@yahoo.com)