La verdad es que lo que está planteado ante la realidad venezolana es lo que la ciencia de la lógica conoce como un círculo vicioso; pues cada una de las partes, que se disputan el tema, de si participar o no en las próximas elecciones, tienen razón en lo que se refiere a la argumentación, de que se valen para la defensa de su posición respectiva.
Porque el argumento de la participación no deja de ser cierto, sobre todo, en la parte en la que te dice, que el problema no es votar para ganar, sino para pisar el suelo del enemigo, y aprovechar el escenario, que me ofrece, para arrancarle votos; si de verdad yo estoy empeñado en una de hacer carrera de político. Es decir, en todos los espacios proselitistas hay que granjearse el liderazgo, y así aprovecho para promocionar mi proyecto político; aparte de que le gano terreno al adversario. Es un poco a la manera de Pascal, quien decía que Dios era una apuesta; aquí hay que apostar también a un hipotético triunfo, después de haberse mojado mucho el rabo, tratando de pescar guabinas, y entonces sucede lo de Brasil, lo de Chile, lo de Polonia y lo de Sudáfrica; donde un buen día la élite gobernante, se levantó de la cama del lado derecho, y decidió atomizar la hegemonía política; llevándose a cabo un pacto de gobernabilidad constitucional y democrático entre la sociedad civil y las armas; es decir, cada poder estatal actuando en forma autónoma e independiente; pues no hubo gobierno autoritario si no estuvo sentado sobre las bayonetas, como reza el lugar común, y entonces pasamos a recuperar nuestra República civil.
Porque, además, tú no te puedes quedar de brazos cruzados, mientras el oficialismo se hace de todos los poderes, a defecto de una corriente opositora, que ha decidido no competir en un proceso, para renovar en esta oportunidad nuestra estructura legislativa; como sucedió en el 2005, y entonces a partir de aquí comienza la verborrea de esta gente: que si fue un error, que si esto y aquello; si se toma en cuenta que una gran parte cae en la descalificación, y en la permanente recurrencia a lo que han sido los errores del pasado, y que es donde se manifiesta su lado de violencia verbal; es decir, de pretender el imponer sus ideas a la fuerza, y como reza el dicho: la violencia es el recurso de los que no tienen razón; lo que aumenta la sospecha de que muchos de ellos son tarifados.
El problema es que, como reza la ponencia del amparo, que solicitó el abogado Celiz Mendoza, a nombre de un grupo de ex altos funcionarios, ante el Tribunal Supremo de Justicia, a propósito de la normativa que se acaba de adoptar en las vísperas del proceso electoral, que tenemos pautado para el próximo 6 de diciembre, ya de por sí infunde en la ciudadanía la pérdida de confianza en el voto, y lo cual es violatorio de la ley; puesto que se está atentando por esta vía contra un derecho; como lo estableció la propia Constitución de 1999, es decir, la Constitución chavista; cuando antes se consideraba un deber; normativa, además, que violenta los tiempos establecidos en la Constitución; a partir del hecho de que ésta ha sido renovada fuera de los límites contemplados en uno de sus artículos.
Que fue lo que ocurrió en el 2005; cuando la sociedad civil también le perdió la confianza al voto; viniendo, por una parte, de una derrota, con motivo del proceso de referéndum revocatorio, que se pretendió hacerle a Hugo Chávez en el 2004; cuyo triunfo generó muchas dudas, y tan es así que hubo gente que en teoría demostró, que aquello no había sido sino un gran fraude de Chávez; perdón por la digresión, el hecho es que para esas elecciones de 2005, los niveles de abstención eran altísimos, y lo que se vino a comprobar durante la realización del evento en sí; cuando la abstención se registró en un 80%, y eso fue lo que interpretó la dirigencia política del momento; es decir, comprender la circunstancia de esta voluntad, digamos, escéptica del elector venezolano, con respecto al voto, y acompañarlo en ese sentido; por otra parte, teniendo a la cabeza del Consejo Nacional Electoral a un agente descarado del gobierno, como era Jorge Rodríguez, a quien siempre se le ha visto como un hombre muy acartonado; sobre todo, porque en la opinión pública se le ha considerado como el autor del fraude de ese referéndum de 2004; es decir, el típico “comisario de la revolución”, como se ha conocido en todo régimen comunista, y quien actúa con tal descaro, que de allí de la presidencia del CNE, pasó a ser vicepresidente de la República con su cara bien lavada.
En efecto, la historia se repite; ahora estamos en las mismas condiciones de 2005; justo, comenzando con el episodio truculento del nombramiento del nuevo CNE; uno de cuyos rectores, incluso, viene de renunciar, y lo decimos de paso, para que se vea la fragilidad institucional en que ha quedado nuestro árbitro electoral, a partir de esta renovación de su rectoría, y esto sin meternos en el terreno de la normativa, que impugna ese grupo de altos ex funcionarios del Estado; preparada para que no se repita el escenario de 2015; momento en que la oposición se hizo de toda la Asamblea Nacional con mayoría absoluta, gracias al sistema comicial que regía en el momento; comenzando con el hecho de aumentar el número de diputados de 167 a 277, es decir, una carga de 110 diputados más, en una forma arbitraria, y sin regirse por los criterios establecidos en la Constitución, en lo que atañe a los promedios que se deben utilizar para el nombramiento del número de diputados, que ha de corresponderle a las regiones, de acuerdo al número de sus habitantes.
Pero hay algo aún más truculento aquí, y es que la participación en este proceso, si no se acompaña con una elección presidencial; entonces se está admitiendo que la elección de 2018, que nombró a Maduro presidente, es legítima; por lo que no peca de usurpador, y que ha sido el discurso de la oposición desde comienzos del año pasado, si no, no se es coherente.
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