La participación del pueblo se concreta en el acto electoral; todo lo demás es aviesa y común demagogia
Gustavo Luis Carrera
La coexistencia funcional es un requisito para la estructuración de una auténtica democracia. Es indispensable, dentro de este supuesto, la aceptación, el reconocimiento, del “otro”, de quien piensa distinto. Y todo ello en el marco de la conceptualización de una unidad social opuesta a la fragmentación atomizada.
INTEGRACIÓN TEÓRICA. La idea de un “pacto social”, que surge con el filósofo inglés Locke, y que es proyectada por Juan Jacobo -o Juan Santiago- Rousseau, se presenta como un postulado de equilibrio de fuerzas y de aspiraciones en la integración duradera de una sociedad. Este “contrato” debía ser respetado por el monarca y por toda la colectividad; siendo esta la única forma de alcanzar una estabilidad social. Detrás de este postulado se advierte el camino abierto hacia la democracia. Todo en aras de una unidad.
ACTUAL FRAGMENTACIÓN COMPULSIVA. En el otro extremo se encuentra la división múltiple que caracteriza la confusión; tal como la padece actualmente lo que queda de nuestro país. De un lado, un gobierno que califica de traidor a la patria a todo ciudadano que lo rechaza, y de patriota a cada uno que es su partidario. Y del otro lado, una oposición que acudirá a unas elecciones cuestionadas dividida en ciento siete partidos ¿Es posible que en una nación lógica y razonable haya más de cien partidos, sino como muestra de insania o de disparate, demostrando una fragmentación compulsiva?
DISPERSIÓN REPRESENTATIVA. En última instancia, como quiera que se vea, la democracia solamente tiene una opción funcional: el sistema representativo. Inclusive quienes se declaran promotores de una «democracia participativa» en realidad actúan en función de elegir representantes (diputados, alcaldes, gobernadores, presidente).
La participación del pueblo se concreta en el acto electoral, es decir en la selección de quienes lo representen; todo lo demás: “consulta con el pueblo”, “interpretación de la voz del pueblo”, es aviesa y común demagogia.
De hecho, nuestra realidad nos sitúa ante el desajuste que significa una dispersión representativa: es tanta la diversidad originaria de los representantes, que resulta una perspectiva significante confusa y aleatoria. Se encuentra, de una parte, un vago monopartido oficialista, que agrupa seguidores beneficiados y partidarios incondicionales; y de la otra, una oposición atomizada, difusa y divagante, fragmentada en mil pedazos.
El partido del gobierno durará lo que este permanezca en el poder. Los representantes de la oposición actuarán en función de la propia atomización que los generó; y ello dentro del cuestionamiento del amplio sector que se abstendrá de votar por desconfianza y mala experiencia anterior.
Al final, sobresaldrán dos evidencias; un acto electoral minusválido, en medio de la desconfianza y las restricciones por la pandemia y la diáspora; y una atomización participante que resta validez a la idea de democracia.
VÁLVULA: “El sentido básico de la democracia es el establecimiento de un equilibrio social dentro del respeto a la diversidad ideológica en el seno de una unidad colectiva. Pero, cuando se fragmenta en campos beligerantes, como en la actualidad, hasta una verdadera atomización confusa y hasta disparatada, no hay democracia, ni real nación”,
EL AUTOR es doctor en Letras y profesor titular jubilado de la Universidad Central de Venezuela, donde fue director y uno de los fundadores del Instituto de Investigaciones Literarias. Fue rector de la Universidad Nacional Abierta y desde 1998 es Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. Entre sus distinciones como narrador, ensayista y crítico literario se destacan los premios del Concurso Anual de Cuentos de El Nacional (1963, 1968 y 1973); Premio Municipal de Prosa (1971) por La novela del petróleo en Venezuela; Premio Municipal de Narrativa (1978 y 1994) por Viaje inverso y Salomón, respectivamente; y Premio de Ensayo de la XI Bienal Literaria José Antonio Ramos Sucre (1995) por El signo secreto: para una poética de José Antonio Ramos Sucre. Nació en Cumaná, en 1933.