¿Cómo negar que en este mundo sin afecto, acercamiento, amistad y solidaridad, ‘simple suma de individuos’, se nace material y civilizadamente muerto? A ese punto ha conducido eso que llaman progreso
Agustín Blanco Muñoz
Durante esta trágica pandemia –Covid-19- y ante tanto sentir la muerte, hemos regresado, una vez más, a escuchar los réquiems o música de difuntos que nos sitúa ante la reflexión de lo que se ha hecho en este mundo con lo que llamamos vida.
Y establecidos en este intenso mensaje cuesta no pensar en el futuro de lo que hoy llamamos hombre-individuo, sociedad, civilización, vida, felicidad y tantos otros conceptos que hasta hoy lucen como gigantescas mentiras.
Todos los autores de réquiems conocidos, desde los encabezados por Johannes Ockeghem (1441), pasando por creadores como Cristóbal de Morales (1544), Orlando di Lasso (1580) o Giovanni Palestrina (1591), no se quedan en un cantar a la muerte. Todos ellos, junto a los que van desde Mozart (1791) hasta Maximiliano Cañas (2017), contando con los gritos de vida sin réquiem como los de Schumann, Bruckner, Liszt, Ligeti, Stravinski, Penderecki llaman a comenzar a hacer la vida postergada.
Porque ¿cómo negar que en este mundo sin afecto, acercamiento, amistad y solidaridad, ‘simple suma de individuos’, se nace material y civilizadamente muerto? A ese punto ha conducido eso que llaman progreso. Su primer objetivo es hacer del ‘cuasi hombre’ un objeto prescindible. El colmo de la alienación que reduce la vida en término de compra-venta. Todo un avance científico y tecnológico destinado a mantener la muerte del aspirante a hombre.
Y a la hora de emergencias creadas como Covid-19, esa ciencia saca a relucir su condición de agencia del capital y la ganancia. ¡Que muera todo aquel que no tenga como pagar su sobrevivencia! ¿Se llegará entonces a vacunar los 7.700 millones de población mundial?
Enla historia del cuasi hombre se ha mantenido el mandato de violencia-sometimiento-destrucción y muerte. Los imperios cada vez más civilizados perfeccionan sus condenas a la muerte final de quien no sea productivo y se convierta en obstáculo del buen vivir del sistema de dominación.
La violencia-fuerza-coacción garantiza hoy a punto de muertes la ley de su predominio. Eso persigue las grandes batallas de las guerras enterradoras de millones de vidas, cadáveres y productoras de triunfos como poderes mayores. Y hay batallas ‘menores’ cuyos triunfadores dicen, por ejemplo, sellar una independencia que nadie sabe dónde está.
Este es el caso de Carabobo, que hace 200 años “selló” el nacimiento de la independencia de lo que hoy calificamos como un ex país llamado Venezuela. Una independencia que quiso completar la ‘guerra federal’, el guzmancismo, el castro-gomecismo, la ‘revolución de octubre’ y las llamadas cuarta y quinta república. Y más allá de lo formal ¿en qué se materializa “nuestra independencia”?
¿Todos nuestros asuntos los resolvemos de manera autónoma, libre, soberana e independiente? ¿No ha habido ni hay potencias que se inmiscuyan en la definición del destino ni en el saqueo de las riquezas de esta siempre golpeada Venezuela?
¿Alguien puede contradecir la afirmación de que aquí hoy lo realmente establecido en términos de independencia, autonomía y libertad es la muerte Covid-19 que destroza como quiere los condenados en la civilizada época de la explotación? Crecen entonces los motivos para el dolor-desesperación.
Por eso Sancho, ¡en cada amanecer avanza el grito réquiem que pide dejar que los muertos entierren a sus muertos y comience la vida de los hombres!
https://historiactual.blogspot.com/2021/04/hasta-cuando-requiems.html
@ABlancomunoz
EL AUTOR es historiador, escritor y profesor titular de la Universidad Central de Venezuela, doctor en Ciencias Sociales, coordinador del Centro de Estudios de Historia Actual y de la Cátedra Pío Tamayo.