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Cuando los pueblos se equivocan #LetrasAlMargen #GustavoLuisCarrera

Bolívar sentenciaba a los pueblos ignorantes que se dejan dominar por un déspota; destacando que esa falta de discernimiento de la mayoría era el camino abierto a la dictadura

Gustavo Luis Carrera 

Un habitual lugar común es traer a colación la famosa cita en latín: «Vox populi, vox Dei», es decir: la voz del pueblo es la voz de Dios. En este caso, igualando a Dios con estar en lo cierto, con tener la razón; y, desde luego, atribuyendo al pueblo esa privilegiada categoría de acertar en sus designios. Ahora bien, ¿qué hay de verdadero en este tan extendido pensamiento arquetípico?

BASE DE LA DEMOCRACIA. Nadie ignora que la democracia equivale a gobierno del pueblo. A diferencia de la plutocracia, que es el gobierno de los ricos, la teocracia, que es el gobierno de los jerarcas religiosos; o simplemente, de la monarquía, que es el gobierno de los reyes. (Y que, por cierto, en la actualidad, junto a las democracias, hay plutocracias, teocracias y monarquías). De hecho, debemos aceptar que la decisión mayoritaria de un pueblo, expresada en los comicios electorales, es la opinión colectiva cabalmente concretada. Y, repito, no puede concebirse la democracia fuera de este requisito sine qua non.

¿LA MAYORÍA SIEMPRE TIENE LA RAZÓN? Sin embargo, la duda surge, al respecto, cuando vemos cómo la mayoría puede ser manipulada y conducida falazmente a expresar una voluntad impuesta por demagogia y falsas promesas. No es difícil, entonces, dudar de la eficacia de «la voz del pueblo». Y esta percepción viene desde los tiempos más remotos. «Pueblo: tu poder es grande, y todos los hombre te temen como a un amo terrible. Pero, tú eres fácil de seducir; te gusta ser adulado y engañado; el que te habla puede engañarte siempre que se lo proponga, porque tu buen sentido se relaja», decía Aristófanes («Los caballeros»), el gran comediógrafo de la Grecia antigua, en el siglo V a. C. Se evidencia la duda en la existencia de una libre opinión popular, fácil de ser inducida por un demagogo. Y lo ratifica, un siglo después, Focílides, poeta gnómico de la antigüedad griega: «El pueblo es siempre inconstante: no te fíes de él. El pueblo, el fuego y el agua no pueden ser domados nunca». ¿Qué se observaba desde tiempos tan remotos? Que el pueblo, la mayoría, no siempre tiene la razón, y no es de fiar su decisión de manera indiscutible.

LA EQUIVOCACIÓN COLECTIVA. De impulsos deformantes está llena la historia de la voluntad de los pueblos. Ya Bolívar sentenciaba a los pueblos ignorantes que se dejan dominar por un déspota; destacando que esa falta de discernimiento de la mayoría era el camino abierto a la dictadura. Y en el terreno práctico de los hechos, las evidencias son incontestables: la mayoría del pueblo italiano dio el poder a Mussolini, en 1924; la mayoría del pueblo alemán, en 1934, hizo de Hitler el todopoderoso destructivo más pernicioso de los tiempos contemporáneos; la decisión mayoritaria del pueblo argentino instauró a Perón en 1946; la mayoría del pueblo venezolano impuso el régimen militarista en 1998. Bastan estos connotados ejemplos para evidenciar que los pueblos sí se equivocan, y lo hacen ostensiblemente, aplastando a los oponentes de la preferencia que ellos han asumido. ¿Cabe, entonces, poner en duda que la mayoría siempre tiene la razón? La respuesta es obvia. ¿Es posible negar el socorrido aserto de que la voz del pueblo es la voz de Dios? Sin duda. Al menos, no es posible descartar que la decisión popular es una lotería: acierta cuando no se equivoca; es decir, lo propio del albur. Y nada que sea aleatorio, sometido al capricho de la suerte, puede ser considerado como certidumbre o principio valedero. ¿Tiene el pueblo la opción de corregir el error cometido? No es fácil: la historia ya aconteció. Podría enmendarse, en parte o de manera radical, en una nueva oportunidad restañadora de la herida causada. Pero, algo sí es cierto de toda certidumbre: cuando el pueblo se equivoca, el pago histórico, social, político y económico es muy alto y prolongado.

VÁLVULA. «El concepto de voluntad mayoritaria es basamento de la democracia; decisión expresada en las elecciones. Pero, la experiencia histórica demuestra que no siempre la mayoría tiene la razón: las elecciones favorecieron a Mussolini, a Hitler, a Perón, al gobierno militarista en Venezuela. Cuando los pueblos se equivocan, el pago es tan lamentable como trágico y persistente».

glcarrera@yahoo.com

EL AUTOR es doctor en Letras y profesor titular jubilado de la Universidad Central de Venezuela, donde fue director y uno de los fundadores del Instituto de Investigaciones Literarias. Fue rector de la Universidad Nacional Abierta y desde 1998 es Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. Entre sus distinciones como narrador, ensayista y crítico literario se destacan los premios del Concurso Anual de Cuentos de El Nacional (1963, 1968 y 1973); Premio Municipal de Prosa (1971) por La novela del petróleo en Venezuela; Premio Municipal de Narrativa (1978 y 1994) por Viaje inverso y Salomón, respectivamente; y Premio de Ensayo de la XI Bienal Literaria José Antonio Ramos Sucre (1995) por El signo secreto: para una poética de José Antonio Ramos Sucre. Nació en Cumaná, en 1933.

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