No se piense que el «Führer» llegó al poder por la fuerza militar; la realidad es que resultó de la voluntad de una mayoría. ¿Habrá mejor ejemplo de la equivocación de una opinión mayoritaria?
Gustavo Luis Carrera
El respeto de la voluntad de la mayoría es un precepto consustancial con el espíritu básico de la democracia. El uso autocrático del mando personal de jerarcas, reyes y emperadores era el procedimiento cumplido a través de los siglos. Con el advenimiento de la República, y más específicamente, del sistema democrático, se impone el criterio justo de la consulta pública, para deslindar la voluntad de una mayoría. Pero, no ha sido claro e indiscutible el principio de que la opinión mayoritaria equivale a la evidencia de la razón.
¿CÓMO SE EXPRESA LA MAYORÍA? En la vía de los hechos, la mayoría se hace patente a través de un acto de votación; es decir, se trata de una voluntad comicial. Antes del advenimiento de la democracia moderna, no había lugar a la consulta de la opinión política y administrativa de un pueblo. De allí proviene el estatuto constitucional que establece la obligación definidora del sistema democrático de convocar a elecciones públicas y generales para nombrar un gobernante, es decir todo un sistema de gobierno. Resulta inomitible la sarcástica sentencia de George Bernard Shaw: «La democracia sustituye el nombramiento hecho por una minoría corrompida, por la elección hecha merced a una mayoría incompetente». Pero, la realidad es más de fondo. ¿Cómo podría expresarse la democracia si no es a través de una consulta pública?, ¿y cómo se valora esta consulta si no es aceptando la voluntad expresada por una mayoría? Tal preferencia puede ser mediatizada o manipulada a través de la demagogia, es cierto; pero, no está a la vista otra forma de validar el espíritu consultivo democrático.
Nada impide que la mayoría se equivoque, para perjuicio de toda una colectividad»
EL INTERESADO RESPETO DE LA OPINIÓN MAYORITARIA. La práctica, derivada del decurso de la experiencia histórica, establece que la exaltación de la autoridad indiscutible de la decisión de la mayoría es una bandera pública que enarbola, interesadamente, el régimen que viene de un triunfo electoral (efectivo o aparente). O sea que la opinión mayoritaria no tiene un valor intrínseco, sino supeditado a dos cosas: primera, que la consulta haya sido libre; y segunda, que el régimen surgido sea honesto. ¿Son dos supuestos de fácil existencia? Aquí también la historia es la gran maestra: no, sin duda que no son requisitos de claro cumplimiento. Decía Nicolás Maquiavelo: «Quien engañe, encontrará siempre a quien se deje engañar; todos verán lo que aparenta y pocos lo que es; y estos pocos no se atreverán a ponerse en contra de la mayoría». Es difícil encontrar una mejor advertencia aleccionadora, en este caso de una antigüedad de casi cinco siglos. A fin de cuentas, ha de resaltar para nosotros el peso específico que tiene la norma que respeta la decisión mayoritaria. Que esa voluntad puede ser prefabricada o producto de una acción falsaria, es una circunstancia innegable. Lo cual hace perder autoridad y validez inmanente a la decisión de una mayoría, siempre bajo sospecha de no corresponderse con un libre juego eleccionario. Mientras, el momentáneamente beneficiado por esta «voluntad democrática» la hará valer como un soporte incuestionable.
CUANDO LA MAYORÍA SE EQUIVOCA. Un ejemplo paradigmático de equivocación de la mayoría es el de Hitler, de terribles consecuencias mundiales. Hitler y su Partido Nacional Socialista Obrero Alemán (NSDAP) comenzaron con un muy bajo porcentaje de apoyo público. Posteriormente fracasaron intentando un golpe de estado. Diez años después, Hitler y su partido nazi ganaron las elecciones, con más de trece millones de votos. (Hitler le habló a multitudes de casi un cuarto de millón de personas). O sea que no se piense que el «Führer» llegó al poder por la fuerza militar; no, la realidad es que resultó de la voluntad de una mayoría. ¿Habrá mejor ejemplo de la equivocación de una opinión mayoritaria? Cada quien puede agregar casos semejantes, que llegan a su memoria. Pero, viene demasiado al caso la advertencia de Mark Twain como para no presentarla: «Cada vez que usted se encuentre del lado de la mayoría, es tiempo de que haga una pausa y reflexione». No cabe mejor consejo: recapacite cuando coincida con la mayoría; evaluando objetiva y honestamente las razones del grupo mayoritario y decidiendo, entonces, si le otorga un apoyo consciente, en solidaridad con todo un pueblo. Hay un terrible afiche que ejemplifica el caso: se trata de un cúmulo de la peor basura imaginable excretada, que tiene encima un montón de moscas; mientras, alejada de allí, se mantiene una sola mosca rebelde; todo acompañado del lema: «La mayoría no tiene siempre la razón». Como quiera que sea, no es exagerado decir que si bien la democracia no ha encontrado vía superior de consulta que la de someterse a la voluntad de una mayoría, nada impide que esta opinión mayoritaria sea absolutamente desacertada. La historia valora y califica.
VÁLVULA: «Así como la democracia impone el principio del respeto de la consulta pública comicial, donde se expresa una decisión mayoritaria; nada impide que la mayoría se equivoque, para perjuicio de toda una colectividad. La historia enseña; lamentablemente después de lo ocurrido. Pero, la previsión inteligente y libre exige que la adhesión a una mayoría sea el resultado de un concienzudo y honesto examen de conciencia».
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