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El lenguaje demagógico es el sistema del fanatismo I Letras Al Margen I Gustavo Luis Carrera

Al lado de Hitler, su ministro de información, Joseph Goebbels, decía que una mentira repetida mil veces, se convierte en una verdad. He allí la clave del caso: hacer de una falsedad una certidumbre.

Gustavo Luis Carrera I  LETRAS AL MARGEN  

           El lenguaje esencialmente comunica; pero también puede convencer, sugerir y manipular. Es decir, que la palabra es capaz de convertirse en un instrumento de dirigismo y de dominio de una colectividad. Lo dicho y la forma de decirlo son factores estudiados por quienes aspiran a sojuzgar un país. La información falsa y la explotación de las aspiraciones y las necesidades de un pueblo son los medios predilectos de mandatarios inescrupulosos. 

            LA REALIDAD VERBAL. La idea de que las palabras «construyen» una realidad distinta de la que aparece ante nosotros, es una absoluta verdad. En primer lugar, hay que aceptar que el lenguaje es una simbolización de la realidad. Si digo la palabra «mesa», estoy sugiriendo, de una vez, el material, la forma y las distintas maneras de hacer una mesa. Esto llevó a algunos pensadores, como Platón, a señalar que la idea del objeto está en otra dimensión, y que la realidad es un reflejo de las ideas. Como quiera que sea, la verdad es que las palabras pueden ocultar y sustituir la realidad. En ocasiones anteriores nos hemos referido a la que llamamos «la suprarrealidad retórica»; es decir, la palabra que esconde la realidad, creando otra que está por encima de la «real». Es la que presenta el comerciante que dice: «no han subido los precios, sino los estándares de venta»; o la que fabrica el ministro que afirma: «no ha habido cortes de luz, sino suspensiones ocasionales del servicio eléctrico». Pues bien, de  esa otra realidad verbal es de la que se valen mandatarios sin escrúpulos para imponer su dominio. Para ellos, lo importante no es la verdad, sino lo que  parece serlo (es el truco que algunos llaman la «posverdad»). La invención de lo real ficticio ha sido el instrumento eficaz en la fabricación de una autocracia y en la generación de un fanatismo.  

            MANIPULACIÓN Y DIRIGISMO. La manipulación se define como el acto de influir sobre personas, o en toda una colectividad, a través de medios de presión social o de información intencionada. Ahora bien, esta manipulación es una acción, frecuentemente populista, destinada a lograr adueñarse del poder político y ejecutivo para dirigir (en el sentido más rígido y amenazante) un país, un pueblo. En la manipulación, como hemos dicho, actúa fuertemente el propósito de falsear la realidad, creando otra a la medida de la ambición del demagogo; siendo todo guiado por la ambición de mando y de beneficio económico y político del aspirante de turno. Se trata de desarrollar la ignorancia de los hechos, el desconocimiento (la agnotología). Es tan antiguo el fenómeno, que ya en el siglo IV a. C. Aristóteles sentenciaba: «La turbulencia de los demagogos derriba los gobiernos democráticos». El dirigismo que implica este proceso utiliza recursos tan ruines como halagar las aspiraciones del conjunto de una colectividad, ofreciendo satisfacerlas con creces; trampa fatídica que, lamentablemente, suele dar resultados prácticos. ¡Cuántas veces no han sido engañados los pueblos por enfermos mentales erigidos en demagogos y premiados con el acceso al poder!     

            NOTABLES EJEMPLOS HISTÓRICOS. De hecho, el fanatismo es definido como la prédica coercitiva y apasionada de una idea, de una religión, de una política. Esta propaganda impositiva conduce a la prohibición de todo pensamiento diferente al oficial y a la persecución despiadada de los disidentes. El proceso es consecuente: del lenguaje demagógico se pasa al ejercicio del poder, y éste se mantiene imponiendo el fanatismo. No otra cosa han sido las muestras más prominentes que la historia nos depara, así como los que están hoy a la vista en el plano internacional. La Alemania nazi es un ejemplo de alcance mundial; los peores excesos y crímenes se cometieron allí, siempre cumpliendo «el sagrado deber con el Führer, el pueblo y la patria». Es lo que repetían, automáticamente, los responsables de los desmanes y de los asesinatos. No es el caso del fanatismo filosófico o del fanatismo religioso; es el fanatismo político. ¿Y no ha sido siempre así? Al lado de Hitler, su ministro de información; Goebbels, decía que una mentira repetida mil veces, se convierte en una verdad. He allí la clave del caso: hacer de una falsedad una certidumbre. Todos los gobiernos se dicen defensores del pueblo y de sus derechos. Todos hablan de la paz y de la justicia como objetivos. Es la demagogia que enmascara el fanatismo. Hasta afirman que todo el país llegará a un mar de felicidad y de equidad. O simplemente manipulan un recurso que ha demostrado sobradamente su eficacia: recuperar la grandeza nacional. Hitler hablaba de la Gran Alemania; Mussolini, de la Gran Italia. Como lo hizo Stalin, ahora Putin alude a la Gran Rusia. Es la forma de excitar un oscuro nacionalismo imperialista. El propio Donald Trump, en tiempo reciente, puso énfasis excesivo en su lema: «Haz América grande otra vez» («Make America Great Again«). O recurren a la vil demagogia, insuflando en la población el miedo a la democracia, como ocurre actualmente en China, en Cuba, en Corea del Norte. En suma, llegamos a la conclusión necesaria: el lenguaje demagógico es el sistema esencial de los fanatismos.                   

      VÁLVULA: «A través del lenguaje es posible manipular la mente de una colectividad. El procedimiento es siempre el mismo: se hacen aparecer mentiras como verdades, y se halagan las aspiraciones populares prometiendo cumplirlas y hasta superarlas. Mientras se establece el mito de crear una gran nación, y se señala un enemigo que debe ser enfrentado. Es el camino fatal que conduce desde el lenguaje demagógico hasta el fanatismo irracional».

                                                                                                                glcarrerad@gmail.com

EL AUTOR es doctor en Letras y profesor titular jubilado de la Universidad Central de Venezuela, donde fue director y uno de los fundadores del Instituto de Investigaciones Literarias. Fue rector de la Universidad Nacional Abierta y desde 1998 es Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. Entre sus distinciones como narrador, ensayista y crítico literario se destacan los premios del Concurso Anual de Cuentos de El Nacional (1963, 1968 y 1973); Premio Municipal de Prosa (1971) por La novela del petróleo en Venezuela; Premio Municipal de Narrativa (1978 y 1994) por Viaje inverso y Salomón, respectivamente; y Premio de Ensayo de la XI Bienal Literaria José Antonio Ramos Sucre (1995) por El signo secreto: para una poética de José Antonio Ramos Sucre. Nació en Cumaná, en 1933.

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