Con la caída de la dictadura perejimenista y de nuevo con el betancourismo en el poder, se retornaría al modelo “democrático-populista” que se había ensayado durante el trienio de 1945-1948.
Oscar Battaglini
El contubernio militarismo-populismo se inicia en nuestro país con la alianza que se establece entre la secta militar perejimenista y la corriente política betancourista que urden y ejecutan el golpe de Estado infausto y reaccionario que pone término al gobierno democrático y progresista del presidente Isaías Medina Angarita el 18 de octubre de 1945.
Contrariamente a lo afirmado por la historia oficial, con ese golpe de Estado militarista no se abren las compuertas de la democracia en Venezuela sino que, por el contrario, comienzan a cerrarse, las que de manera autónoma venían abriendo las fuerzas populares en las numerosas e intensas luchas políticas que tienen lugar en el país a lo largo del año 1936 (ver mis libros: “Venezuela 1936-1941: Dos proyectos democráticos”, Caracas, Monte Ávila Editores, 2006; y “El Medinismo”·, Caracas, Monte Ávila Editores, 2004.
Con ese golpe de Estado es necesario insistir además de recobrar nuevos bríos, el militarismo en la dirección política del país, comienza a establecerse una relación entre el Estado y la sociedad civil en la que las aspiraciones democráticas del pueblo venezolano quedaron definitivamente sujetas a expresarse solo a través del esquema o de la cadena Estado-partido-sindicato propios de la corporatización populista de primera generación, y también del fascismo, como es sabido.
De hecho, lo que se perseguía con todo eso era despojar a las fuerzas populares de la autonomía política y del contenido programático que éstas le habían proporcionado a la lucha por la democracia y forzarlas a sustituir ese contenido por la cuestión social; es decir, a que abandonasen la lucha política por la democracia -como se venía desarrollando desde la muerte de Gómez- y se concretaran sólo en sus objetivos socioeconómicos, pero dejando ver que estos debían alcanzarse no por la vía de la lucha política y sindical, sino mediante la distribución (clientelar) de parte de la renta petrolera en poder del Estado; todo ello con el deliberado propósito de bloquear y desnaturalizar el proceso democrático popular que se venía operando en el país desde 1936.
El que ese designio no se cumpliera como había sido concebido por la coalición militarismo-populismo- ya que las fuerzas populares le dieron continuidad a su lucha autónoma por la democracia y por la reivindicación de sus derechos económicos y sociales, se debe, en gran medida, la ruptura política coyuntural y el golpe de Estado del 24 de noviembre de 1948, que pone término a la mencionada coalición (ver mi libro “El Betancourismo 1945-1948), Caracas, Monte Ávila Editores, 2008).
De ese modo se produce la restauración, en toda la línea, de la dictadura militarista en nuestro país; la cual combina en el ejercicio del poder elementos de la concepción económica y social desarrollista, que contribuyen a impulsar internamente, lo que hemos calificado de modernización postiza– con la barbarie extraída de la tradición política dictatorial nacional de la América Latina y de la “doctrina de la seguridad nacional” puesta en práctica en todo el mundo por los Estados Unidos en el curso de la “Guerra Fría”.
Es evidente entonces que la restauración en Venezuela de la dictadura militarista -en medio de la intensificación de la “Guerra Fría”- tiene mucho que ver con la determinación que en esos momentos expresaron las fuerzas populares de persistir en su resolución de implantar en el país una democracia social que reivindicara, al mismo tiempo, la soberanía económica y política nacionales.
Demostración del alto nivel político alcanzado por las fuerzas populares del período (obreros de los campos petroleros y de las ciudades, campesinos, clase media, intelectuales, etc) y de la determinación de luchar por una democracia con aquellas características, son las derrotas políticas que le infligen a la dictadura perejimenista en los comicios para la constituyente de 1952, en el plebiscito de 1957, y en las jornadas políticas del 23 de enero de 1958, que provocan su caída definitiva.
Con la caída de la dictadura perejimenista y de nuevo con el betancourismo en el poder, se retornaría al modelo “democrático-populista” que se había ensayado durante el trienio de 1945-1948.
En cuanto al militarismo, que venía de participar activamente como junta de gobierno en todo lo concerniente a la transición de la dictadura a la democracia; ahora se acuerda –una vez que los factores sociales y políticos dominantes logran de nuevo hacerse del control efectivo del poder conforme a lo dispuesto en el Pacto de Punto Fijo-, su regreso a los cuarteles, lo que en ningún caso significaba dejar de cumplir el papel que habían desempeñado como soportes fundamentales de la dictadura perejimenista, papel que, como se vería, retomarían y ejercerían diligentemente a medida que se fueron reactivando los conflictos sociales y políticos no resueltos con la caída de la dictadura y la implantación de la “democracia puntofijista”-.
Es en ese marco signado por la conflictividad social y política en ascenso, donde los regímenes puntofijistas presididos, sobre todo por Betancourt y Leoni, le imponen al país una situación caracterizada por la militarización de todas sus estructuras político –institucionales; o como afirmara el doctor José Vicente Rangel en su libro “Expediente Negro”: … de “progresivo debilitamiento del poder civil en el exagerado protagonismo que como contra partida cobra la actividad militar durante esta etapa”.
Con el chavismo en el poder no se realiza un cambio o la superación de esa situación, de manera contraria lo que se produce es un reforzamiento simbiótico más acentuado del militarismo-populismo.
El militarismo lo asume en su más pura y clásica expresión e intentando colocarlo progresivamente en la dirección política de toda la sociedad; es decir, de forma totalitaria (fascista). Y en lo que se refiere a populismo, es preciso decir que debido al fracaso de la dictadura de controlar (de corporatizar) al movimiento de los trabajadores y de sus organizaciones sindicales y gremiales, como en el caso del populismo de primera generación, se ha visto forzada a establecer -sobre la base de lo que se conoce como el populismo de segunda generación- una relación directa con los sectores sociales más empobrecidos y vulnerables de la sociedad venezolana con el fin de procurarse apoyo político mediante la manipulación clientelar de sus necesidades.
Como se sabe, esto lo ha venido practicando la burocracia chavista en el poder a través de las misiones, los consejos comunales, el “sistema patria”, las bolsas Clap, las UBCH, etc.