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Subditomanía y presidentes-reyes I Letras Al Margen I Gustavo Luis Carrera

Sobresalen, a nivel continental, por su personalismo ejecutivo y su muy larga duración, los casos de Juan Domingo Perón, en Argentina, y de Fidel Castro, en Cuba. Inclusive tuvieron derivaciones familiares, como las dinastías de los reyes

Gustavo Luis Carrera                     

            Monarquía es el sistema de gobierno de una sola persona. Representa la forma más antigua de gobernar: el jefe, el cabecilla, el comandante, el «khan», el «general»; y sobre todo: el rey. Este último es el título más preciado. Los reinados llenan la historia de buena parte del mundo. La de Europa es un mosaico de reyes, reinas y Familias Reales. Porque los reinados -el ejercicio del poder de un rey o de una reina- tienden a ser vitalicios, de por vida, y dinásticos, hereditarios familiarmente. ¿Y dónde quedan los súbditos, los que están sometidos a la autoridad del soberano? ¿Cuándo se deja de ser súbdito? Son preguntas pertinentes

            MONARQUÍAS ACTUALES.  Lo primero que hay que hacer notar es que cuando se habla de monarquías no se alude a un pasado lejano. Se tiende a pensar que con el surgimiento de la República, desaparecieron los reinados. Y no es así. En la actualidad 42 países están regidos por una monarquía. Y 10 de ellos son monarquías constitucionales, donde el rey o la reina deben someterse a lo pautado por una Constitución; o dicho de otro modo: no ejercen un poder en forma ejecutiva, son guardianes de un sistema tradicional que persigue mantener una continuidad en el gobierno ejercido por un Primer Ministro o Jefe de Estado o Presidente. La historia de Europa se funda en una cadena de nombres sucesivos de reyes y reinas. En América, la lucha por la Independencia acabó con el poder de los reyes de las metrópolis europeas.  Solamente hubo dos excepciones, ambas en la primera mitad del siglo XIX: en México, con los «emperadores» Iturbide y Maximiliano; y en Brasil, con los «reyes» Pedro I y Pedro II. Del resto, Estados Unidos y toda Latinoamérica tomaron distancia de la figura autocrática del rey. (Sin embargo, todavía están bajo la figura protectora de la monarquía inglesa, Canadá, Antigua, Bermuda, Jamaica, Granada y Belice; mientras guardan una relación semejante con la monarquía de los Países Bajos, Curazao, Aruba y Bonaire. Es decir, que la presencia monárquica sigue marcando su huella en nuestro entorno). En resumen: la monarquía ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos, para sobrevivir.  

            LA «SUBDITOMANÍA». Me atrevoa conjeturar que la tradición monárquica es tan fuerte -por intensa y extensa- que en muchos países se advierte un particular atractivo por todo lo concerniente a reyes, reinas y Casas Reales. Y la gente, sin advertirlo, se comporta a semejanza de los antiguos súbditos de los monarcas. No es ya el caso de la Gran Bretaña, donde la monarquía, con más de mil años de historia, sólo conoció una interrupción, en la década de 1640, con el gobierno de Cromwell; y cuyos pobladores han sido siempre los súbditos de su Majestad. En cambio, sí es notable la situación peculiar de España, que vivió dos períodos republicanos, en 1873-74 y en 1931-39. España adviene a la democracia, adoptando el sistema monárquico constitucional; saliendo de un rey encubierto que era Franco. Y actualmente la significación cotidiana, en noticieros y publicaciones de informaciones y chismes relativos a la Casa Real, es sorprendente. Se reafirma la emotiva nostalgia de las monarquías. Reconociendo que los dimes y diretes sobre la Realeza son los únicos que compiten con los referentes a actores, cantantes y futbolistas. La subditomanía  es tendencia… ¡Y pensar cuántos años de su peregrina vida, hace dos siglos, dedicó Simón Rodríguez a crear ciudadanos, de una República, para que dejaran de ser súbditos de un rey!

            PRESIDENTES-REYES. Ahora bien, grave y grotesco fenómeno latinoamericano es el de los presidentes que se empeñan en ser reyes y en convertir a los ciudadanos en sus súbditos. Sobresalen, a nivel continental, por su personalismo ejecutivo y su muy larga duración, los casos de Juan Domingo Perón, en Argentina, y de Fidel Castro, en Cuba. Inclusive tuvieron derivaciones familiares, como las dinastías de los reyes. Pero, el esquema se repite, una y otra vez. El sistema es elemental: el presidente llega al cargo por la fuerza o por los votos, y luego pretende hacerse perpetuo en el cargo (hasta su muerte) y dinástico, proyectando su poder en favor de su entorno familiar. Aspecto básico, que se ve en muchos países, es auspiciar que se hagan hipermillonarios, con comisiones y contratos oficiales, aliados militares, civiles y familiares (que serán futuros defensores a muerte del gobierno). Un vivo y grotesco ejemplo actual, particularmente destacado, de esta enfermedad política, es el de Nicaragua, con un Daniel Ortega aferrado a la presidencia, reeligiéndose repetidamente, mandando por decretos, desconociendo la Constitución, persiguiendo a sus opositores, permitiendo la corrupción de los funcionarios, situando a sus familiares en altos cargos públicos, y convirtiendo a los nicaragüenses en sus sometidos súbditos. Estos personajes forman parte del lamentable museo de las aberraciones políticas de este continente donde habitamos. Y son clara demostración de nuestra tesis: la tentación del poder supremo, total, absoluto (el absolutismo propio de un rey a plenitud), es demasiado grande entre nuestros presidentes; la seducción (embriaguez) que radica en ejercer un dominio autocrático sobrepasa cualquier freno impuesto por la sensatez y el respeto a los principios democráticos.  Un presidente-rey es más de lo segundo que de lo primero. Pero, como su objetivo no es gobernar, sino mandar, siente cumplida su pretensión. Menos reyes y más presidentes es la aspiración de los pueblos de convicción democrática.  

            VÁLVULA: «La monarquía como sistema y la figura emblemática del rey o de la reina, como personificación del dominio, del gobierno, llenan de manera ostensible la historia de buena parte del mundo. Pero, la tentación que ejerce el poder absoluto se proyecta hasta la actualidad, creando súbditos en reinados y en aparentes democracias. De su parte, la subditomanía se impone como una tendencia, seguramente por raíces históricas, en quienes añoran los tiempos monárquicos. En medio del escenario aparecen los grotescos presidentes-reyes de este continente, que cada día es menos nuestro, y más de ellos, los gobernantes».                                                                                                                                       glcarrerad@gmail.com

EL AUTOR es doctor en Letras y profesor titular jubilado de la Universidad Central de Venezuela, donde fue director y uno de los fundadores del Instituto de Investigaciones Literarias. Fue rector de la Universidad Nacional Abierta y desde 1998 es Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. Entre sus distinciones como narrador, ensayista y crítico literario se destacan los premios del Concurso Anual de Cuentos de El Nacional (1963, 1968 y 1973); Premio Municipal de Prosa (1971) por La novela del petróleo en Venezuela; Premio Municipal de Narrativa (1978 y 1994) por Viaje inverso y Salomón, respectivamente; y Premio de Ensayo de la XI Bienal Literaria José Antonio Ramos Sucre (1995) por El signo secreto: para una poética de José Antonio Ramos Sucre. Nació en Cumaná, en 1933.

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