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Respeto a la docencia, no a la ignorancia I Letras Al Margen I Gustavo Luis Carrera

Maestros y profesores, condenados a un mísero salario y a tramposas contrataciones, reclaman solicitando adecuadas condiciones de trabajo. Y entonces son amenazados de ser suplantados por personajes improvisados.

Gustavo Luis Carrera ILETRAS AL MARGEN         

            En cualquier sociedad racionalmente estructurada se tiene en consideración del más alto nivel a maestros y profesores. Son el presente que abre las puertas del futuro de un país. El nivel del ascenso cultural colectivo depende de ellos, proyectados en la receptividad creadora de los alumnos: niños y jóvenes que representan el hoy y el mañana ético y espiritual. Por eso es indignante ver cómo se desconoce esta realidad y se agrede a los docentes, porque solicitan salarios decentes y normas lógicas de contratación. Y entonces, la reacción de los guardianes del sistema imperante, es denostar a los maestros y pretender suplantarlos por personajes improvisados. Pero, olvidan que se trata de una capacidad profesional que no se sustituye artificialmente.    

       LA VOCACIÓN. Se es docente, en primer lugar, por vocación. Ya lo decíamos recientemente: «Ser maestro es tener la convicción profunda de que se está en el mundo no sólo para infundir conocimiento, sino por igual para formar mentes. Es un compromiso de la más alta condición, Recordando las palabras del maestro egregio Simón Rodríguez, diremos que «enseñar no sólo es educar, es formar para la vida».  Se es maestro, como se es cabalmente médico o sacerdote, porque se posee decidido ánimo de servicio público, de solidaridad con el semejante. Y esto no está presente en cualquiera. Así como se manifiesta en una persona su condición especial hacia el arte, hacia el pensamiento, hacia la acción; de igual manera se hace patente su particular naturaleza apta para tratar con el más joven o con el niño; su lógica paciencia con el alumno que avanza progresivamente; su comprensión de las fallas humanas naturales; su respeto absoluto por la integridad física y espiritual del educando. No hay la menor duda: estas capacidades se dan de por sí, en la naturaleza específica de cada uno. Y quien no las reúne, nunca será, en propiedad, un maestro. Lo reiteramos: ser maestro, ser profesor, es un acto vocacional.     

“Joseph Lancaster embaucó a mucha gente de la época. Inclusive Simón Bolívar, urgido por su afán de difundir la educación, cayó en la trampa”

       LA FORMACIÓN. El acceso legítimo a la condición de docente resulta de un denodado esfuerzo de estudio y de una disciplina consecuente. Se trata de una carrera pedagógica, a nivel de Escuelas Normales, de Institutos Pedagógicos y de Universidades, con exigentes programas y consabidas pruebas y trabajos de grado. Algunos parecen ignorar esto. Sobre todo los políticos en ejercicio administrativo. Seguramente porque para ser político y ejercer un alto cargo gubernamental, inclusive el de presidente, como vemos en muchos países, no hace falta cumplir estudios especiales ni tener un alto nivel intelectual. Es decir, que un político sí se improvisa; y puede pasar, de pronto, de tener un tres por ciento de aceptación pública a ganar unas elecciones del más alto nivel. Pero, no es así en la docencia. Maestros y profesores requieren conocimientos formativos de didáctica y de pedagogía; fundamentos esenciales de psicología; capacitación expositiva; cultura general; elementos básicos de ética personal y de conducta social. No se trata de improvisados: resultan de rigurosos estudios y comprobada capacidad docente. Y esto, desde los niveles de primeras letras y primaria, hasta el doctorado en la Universidad. Es la exigente formación propia de una particularmente hermosa y fecunda profesión.   

            EL IGNORANTE Y DESPÓTICO MENOSPRECIO. Ahora bien, resulta que, de repente, ante las más que justificadas protestas -inclusive con paros circunstanciales- de los docentes por su crisis salarial, que ya los hunde en la más absoluta pobreza, a específicos individuos de la alta burocracia imperante, lo que se les ocurre es amenazar con la sustitución de los maestros por  bachilleres, funcionarios y hasta reservistas; y llegan al exabrupto de comenzar a poner en práctica este desafuero. Se trata de la menguada idea de que a los niños cualquiera de más edad puede enseñarlos y educarlos. ¡La ignorancia no tiene límites! (Decía Einstein que la estupidez es el bien más repartido entre los humanos; yo creo que es la ignorancia). Pues resulta que todo nivel educativo es igualmente exigente; las técnicas didácticas imponen rangos y peculiaridades en la capacidad profesional. Siempre he sido profesor universitario, durante toda mi vida profesional, y he mantenido mi admiración y mi respeto por los maestros de primeras letras y de toda la educación primaria. No se piense que es más fácil enseñar, con propiedad y eficacia, a estos niveles. Es una condición innata, una capacidad especial, reservadas a escogidos. De otra parte, la idea de utilizar a estudiantes avanzados para formar principiantes ya ha sido ensayada, hace dos siglos, terminando en un gran fracaso. A comienzos del XIX, el cuáquero inglés Joseph Lancaster puso en práctica esta fórmula. Embaucó a mucha gente de la época. Inclusive Simón Bolívar, urgido por su afán de difundir la educación, cayó en la trampa, y solicitó al Congreso dineros para fundar una escuela lancasteriana; pero, posteriormente desechó el proyecto, alertado por Simón Rodríguez, que nunca se dejó engañar. Posteriormente se descubrió que en la fórmula lancasteriana los maestros improvisados castigaban a los alumnos, amarrándolos o encerrándolos en jaulas. Y ya el señor Lancaster pasó a ser sinónimo de fraude y de fracaso. Lo mismo ocurrirá en este caso que ahora tenemos en frente. Así que quienes creen que están impulsando una gran idea original, improvisando maestros por decreto y demagogia, no hacen más que revelar su ignorancia supina. Mientras la profesión docente seguirá ostentando su privilegiada posición en el orden social de toda nación regida por el orden democrático y la elevación cultural.                VÁLVULA:     «Si hay una protesta valedera es la que exige respeto al estamento docente. Maestros y profesores, condenados a un mísero salario y a tramposas contrataciones, reclaman solicitando adecuadas condiciones de trabajo. Y entonces son amenazados de ser suplantados por personajes improvisados; aprobándose inclusive leyes al respecto, ¿En qué cabeza normal, que no sea la de un ignorante y despótico funcionario, cabe esta aberración?                                                                                                                                                                                                                                                                glcarrerad@gmail.com

EL AUTOR es doctor en Letras y profesor titular jubilado de la Universidad Central de Venezuela, donde fue director y uno de los fundadores del Instituto de Investigaciones Literarias. Fue rector de la Universidad Nacional Abierta y desde 1998 es Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. Entre sus distinciones como narrador, ensayista y crítico literario se destacan los premios del Concurso Anual de Cuentos de El Nacional (1963, 1968 y 1973); Premio Municipal de Prosa (1971) por La novela del petróleo en Venezuela; Premio Municipal de Narrativa (1978 y 1994) por Viaje inverso y Salomón, respectivamente; y Premio de Ensayo de la XI Bienal Literaria José Antonio Ramos Sucre (1995) por El signo secreto: para una poética de José Antonio Ramos Sucre. Nació en Cumaná, en 1933.

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