Einstein dice que el destino se merece, es decir que se construye. Confucio acepta que hay una tendencia en la persona, y eso no es destino. Las Mil y Una Noches señala una ciencia del destino, es decir de un conocimiento.
Gustavo Luis Carrera I LETRAS AL MARGEN
La práctica del diálogo para encaminar la dilucidación de temas y afirmaciones espontáneas resalta como un recurso decididamente aleccionador: permite captar el carácter elusivo, rebelde, de todo concepto; y es una muestra del valor incomparable del debate en la búsqueda de vías de abordaje hacia una definición plausible. Inclusive en el caso frecuente de tópicos inagotables, el diálogo permite contraponer las dos caras de toda moneda ideológica. Veamos, en consecuencia, qué disciernen los acostumbrados discutidores, Ego y Alius sobre el aleatorio tema del destino.
Ego: -No voy a partir de una posición tomada. Prefiero ir directamente al sentido del objeto de nuestro diálogo. Dime Alius, ¿qué entiendes tú por el destino? / Alius: Bueno, amigo mío, te voy a decir, no lo que yo pienso, sino lo que es un lugar común: el destino es la suerte de cada uno, que está escrito en el libro de su vida. / Ego: -Pero, eso significaría que no hay que preocuparse por nada, porque todo ha de ser de una manera inevitable, fatal. / Alius: -¡Usaste la palabra clave: fatal! Justamente es una visión fatalista; y te recuerdo que la palabra viene del fatum latino, que significa destino. O sea que lo fatal es lo ineludible; y no olvides que un sinónimo de destino es hado, también proveniente de fatum. Todo conduce a la misma idea. El hado, el destino de cada uno, es el desarrollo de su existencia, con sus avatares, y sus caminos y veredas que conducen al final de su tránsito por el mundo. / Ego: -Pero, todo esto parece muy axiomático, muy preconcebido, ¿No han reflexionado los filósofos al respecto? / Alius: -Hasta donde yo sé, desde los comienzos del pensamiento filosófico de la antigua Grecia se planteó el tema. Y los iniciales estoicos hablaron de lo que se ha llamado, justamente, el fatum estoicus, el destino de los estoicos, que se correspondía con la idea de que no podemos modificar los hechos externos a nosotros, pero sí el efecto que nos causen, Es decir, hay un destino relativo, que se basa en una motivación, o fatalidad, pero que permite la acción subjetiva o reacción. / Ego: -¡Pero esa es una visión objetiva, que parece muy moderna! Inclusive percibo allí una relación con la tesis del libre albedrío. / Alius: -Tienes razón: parece algo propio del pensamiento renacentista, o de nuestro tiempo; y te ratifico que aparece en el período remoto de la filosofía helenista. Por cierto, un planteamiento que surgirá después con Cicerón, en la antigua Roma. Yo diría que es una problematización de la idea común acerca de la fuerza inapelable del destino. / Ego: -Pero, fíjate en esto: si se acepta la fuerza inexorable de un destino, se cae en la irresponsabilidad personal. Es decir: si lo que me ocurre no depende, en absoluto, de lo que yo haga, no soy responsable de nada. Es la tesis amoral del fatalismo. Por cierto, un fatalismo que se evidencia en el protestantismo: quien ha de recibir la gracia divina, sólo deberá esperar que se cumpla la voluntad del Señor. Fue el debate entre Lutero, que negaba la existencia del libre albedrío, considerando que el ser humano se rige por una voluntad superior que concede la gracia, y Erasmo, que defendía la prevalencia de un libre albedrío, que permite una acción decidida personalmente, para bien o para mal, a partir de la cual el Señor concedía o no la gracia de la salvación. Si ves con atención el caso, encontrarás que en el fondo había un planteamiento ético decisivo. / Alius: -Creo, mi amigo, que has sintetizado muy bien la perspectiva moral implícita en la teoría fatalista. Mejor dicho: amoral, porque libra a la persona de responsabilidad. Pero, hay un aspecto que no has tocado. Me refiero a la tesis causalista, que me parece muy inteligente. Fíjate en esto: lo que sucede tiene una causa inmediata, que se conecta con una cadena causal, de tal modo que nada se da porque sí, sino atendiendo siempre a una interrelación de causas, cada una generadora de la siguiente. Así, habría una razón, un origen racional de los hechos, y no se corresponderían con una motivación misteriosa, inexplicable. / Ego: -Pero, de una vez te digo que no es fácil contravenir la creencia común en la existencia de un destino inexorable, de alguna forma establecido para cada quien. Un hombre de mente tan brillante como Einstein fue categórico, diciendo: «Tendremos el destino que habremos merecido». Y en esas palabras hay que diferenciar la idea de la responsabilidad que cada uno tiene en su conducta; pero, también que se insinúa la existencia de un destino. En fin, esto es discutible. Pero, es que se trata de una idea de la mayor antigüedad y del más señalado prestigio. Confucio decía: «El cielo concede a cada uno según su tendencia». Y en Las Mil y Una Noches se afirma que: «No hay más ciencia que el destino»; o sea que todo el saber humano no se compara con la incógnita del destino. Mira, Alius, estamos hablando de lo que constituye uno de los fundamentos ideológicos del pensar colectivo. «Este es mi destino», «¿Qué será lo que me depara el destino?», «Esa desgracia que me ocurrió fue una mala jugada del destino». Son frases que todos hemos dicho, o habremos de decir, alguna vez. / Alius: -Sin embargo, mi querido Ego, observarás que todos tus ejemplos citados dejan abierta la puerta a una visión relativa de la fuerza absoluta del destino. Einstein dice que el destino se merece, es decir que se construye. Confucio acepta que hay una tendencia en la persona, y eso no es destino. Las Mil y Una Noches señala una ciencia del destino, es decir de un conocimiento, y sólo se conoce lo que es humanamente explicable. En fin, adonde quiero llegar es a la idea de la relatividad, de la no omnipotencia del destino. Y de paso, no dejo fuera la tesis de la causalidad. / Ego: -No dudo que tus deducciones sean correctas. En ningún momento he pensado en la veracidad de la idea destinista como una postura incuestionable. Lo que quiero destacar es la fuerza de tal posición. «Alea jacta est» («la suerte está echada») dice Julio César, varios siglos antes de nuestra era. «Nada nos espera, aparte de lo que Dios nos destina», sentencia el Corán en el siglo VII. O sea que siempre ha vibrado la sensación de una fuerza superior que regula las acciones y las situaciones. Y esto independientemente de una fe religiosa. Se trata de ideas que ya son consustanciales con la condición humana. La suerte se impone, y hay que someterse a ella. Las decisiones que tomamos le dan sentido al destino que se cumple. Al final de cada camino que tomamos nos espera un desenlace ya predeterminado. Son ideas así las que prevalecen. Y todo conspira a favor de la existencia de un destino. / Alius: -Sin embargo, te observo que el destinismo es una posición propia de un determinismo sobrehumano, que no depende de la voluntad de las personas, Y se olvida que una causa genera un efecto, y que ese efecto es procesado por la sensibilidad y el espíritu de cada quien. Y allí entra en juego la voluntad, la decisión subjetiva. / Ego: -No sigas, mi querido Alius, porque ahora sí creo que expones tu concepto personal del destino. Sé, sin embargo, que es un tema inagotable. Y te propongo una conclusión pragmática, inobjetable por su sencillez: claro que existe el destino; es lo que sucede. Así de simple. Sólo que únicamente es calificable después que ha sucedido. (Compartiendo una inteligente sonrisa, los dos discutidores cerraron este elusivo capítulo sobre el destino).
VÁLVULA:«Lo que sucede, tenía que suceder, porque estaba escrito en el libro del destino de cada quien», dice el destinista, convencido del cumplimiento fatal del hado personal. «Lo que sucede, responde a la eventualidad de una cadena de causas que pueden determinarse y que no están registradas previamente en ninguna parte», afirma el causalista, en su convicción de que no hay un destino preestablecido. Ambos coinciden en algo: lo que acontece responde al azar de lo desconocido». glcarrerad@gmail.com