El madurismo marcha de nuevo hacia el fraude y la violencia, al estilo Daniel Ortega, para tratar de imponer un resultado electoral espurio.
Oscar Battaglini
Como era de esperarse, no sólo se ha mantenido la tendencia hacia un indetenible deterioro de la situación general que ha venido caracterizando al país durante los últimos diez años, sino que ese deterioro y sus consecuencias, inevitablemente, se ha incrementado en el tiempo; muestra de ellos son los hechos siguientes:
1-La ya insostenible situación económica y social en la que se ve forzada a vivir la inmensa mayoría de los venezolanos.
2-El nuevo repunte de la inflación que amenaza con retrotraernos a la hiperinflación producida en el pasado reciente.
3-La precarización extrema del salario, hecho que afecta particularmente a los trabajadores del sector público, (empleados administrativos, maestros, profesores, médicos, personal de enfermería, etc). Lugar aparte a este respecto ocupa lo ocurrido con el salario mínimo, el cual ha perdido más del 80% de su capacidad adquisitiva (de 30 o 33 dólares, a menos de 5 dólares mensuales).
4-Una reducción de la actividad económica nacional a la cuarta parte (80% aproximadamente) de lo que era para el año 2013.
5-La más completa incapacidad del régimen dictatorial chavista, versión madurista, para … “promover y satisfacer adecuadamente, las necesidades vitales de la población venezolana” (Declaración reciente de la Academia de Economía Nacional).
6-La pérdida, casi absoluta, de garantías para el ejercicio de las libertades político-democráticas y de los derechos humanos en el país.
Del contenido de estos dos últimos ítems, se deduce y demuestra la doble condición del régimen madurista: como un Estado fallido y como Estado dictatorial policial- militarista. De ahí, por un lado, la ausencia de planes y la paralización que se observa en el accionar de la dictadura en todo lo relacionado con el abordaje y solución urgente de los múltiples problemas (económicos, sociales, políticos, etc) que desde ya hace tiempo agobian al conjunto de los venezolanos, y que, como sabemos, tienden a agravarse con el paso de los días y la inacción del gobierno; por otro lado, la tendencia a depender cada vez más del elemento militar – policial para su permanencia y control del poder.
Esa dualidad de contenido del régimen chavista y, sobre todo, de las consecuencias y efectos negativos (desastrosos) que ese hecho acarrea a los sectores mayoritarios de la sociedad venezolana, es lo que ha generado el enorme repudio y deslegitimación política que hoy se expresa contra la dictadura madurista en el seno de los tales sectores sociales.
Eso es lo que explica que el madurismo haya devenido una mayoría política – electoral, tal como ha venido registrándose en los últimos procesos electorales efectuados en el país en fecha posterior al año 2015, los cuales fueron “ganados” por la dictadura de manera fraudulenta, en unos casos y, en otros, por haberse presentado la oposición de manera fragmentada en esas elecciones.
Hoy, cuando la oposición democrática tiene la oportunidad de unificarse alrededor de una candidatura seleccionada mediante elecciones primarias, existe la clara opción de que la dictadura militarista sea derrotada en las presidenciales de 2024.
La burocracia (civil-militar) dictatorial, sabe perfectamente que esta vez no las tiene todas consigo, que corre el riesgo inminente de perder esas elecciones y de ser expulsada del poder. Esto es lo que hace de esas elecciones un hecho político crucial, tanto para la dictadura militarista como para las fuerzas democráticas del país. Para la dictadura, porque de perderlas llegará a su fin un régimen político que la democracia en el poder considera eterno, y del cual se ha valido, durante casi un cuarto de siglo, para depredar a toda una sociedad sin reparar en los sufrimientos producidos a sus integrantes. Para las fuerzas democráticas y el conjunto de los venezolanos, porque de producirse la derrota de la dictadura, le estaríamos poniendo término con nuestro voto a un régimen político que ha aprovechado el estado catastrófico -producido por ellos mismos- que hoy, lamentablemente, exhibe la sociedad venezolana; y se crearían las condiciones para la recuperación democrática del país, y para su regeneración económica y social, es decir, para la reconstrucción de todo lo dañado, deteriorado y paralizado por la improvisación, la incuria, la rapiña y el furor destructivo de la burocracia chavista (civil y militar) en el poder.
Todo indica, con base en lo que antecede, que marchamos hacia una elección presidencial cargada de amenazas y de la evidente determinación de la dictadura militarista, de recurrir de nuevo al fraude y a la violencia, pero esta vez al estilo Daniel Ortega, para tratar de imponer un resultado electoral espurio, en correspondencia con su intencionalidad de mantenerse en el poder como sea y en abierta contravención y desafío a la voluntad mayoritaria del pueblo venezolano. Ante esos designios malévolos, no caben sino dos tipos de respuesta:
1-Prever qué hacer frente a las posibles situaciones o circunstancias que puedan presentarse en la presente coyuntura político-electoral en desarrollo; 2-Alertar a la población sobre esos designios y contribuir a crear las condiciones políticas y anímicas en su seno, para que salga a votar contra la dictadura, cualquiera que sean los obstáculos que ésta ponga en su contra para que no lo haga, como ya ocurriera bajo la dictadura militar de Pérez Jiménez en 1952 y 1957 con el resultado que conocemos.