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Paz mundial: otro mito histórico

Con la invasión rusa a Ucrania, decir que hay paz porque no hay una «guerra mundial», es una simple y llana hipocresía.

Gustavo Luis Carrera  I LETRAS AL MARGEN                  

            La paz es un desiderátum, un anhelo compartido por el conjunto de la especie humana. Se parte de la convicción de que sólo el ambiente armonioso, tolerante, sin antagonismos cruentos, propicia el desarrollo social y consolida el imperio de los valores esenciales. «No hay camino para la paz; la paz es el camino», decía Mahatma Ghandi; significando que fuera de la paz sólo hay la confusión y el desastre. Y es un símbolo de la sutil representación de la importancia señera de la paz en el desarrollo social. Pero, cabe preguntarse: ¿está al alcance ese ideal? Y la cuestión subsecuente: ¿ha existido alguna vez una paz a nivel mundial? Veamos los términos del planteamiento.   

    ¿QUÉ ES LA PAZ? Aplicando nuestra costumbre de acudir, en primer lugar, al diccionario, leemos: «Paz: Ausencia de guerra. Estado de concordia, de acuerdo entre los miembros de un grupo. Sosiego. Cese de las hostilidades; tratado que pone fin al estado de guerra». Y allí vemos cómo se destaca el sentido de la paz, sencillamente, en su condición de contraposición de la guerra. Es decir, que cuando no hay guerra, hay paz. Sin embargo,  Juan Pablo II, papa de singular mente brillante y de manifiesta irradiación espiritual, advertía: «Que nadie se haga ilusiones de que la simple ausencia de guerra, aun siendo tan deseada, sea sinónimo de una paz duradera. No hay verdadera paz si no viene acompañada de equidad, verdad, justicia y solidaridad». Y es así. Si no se superan los desajustes sociales y no se respetan los derechos ciudadanos, la paz es una deleznable apariencia.           

Si bien la paz se enaltece como un bien indispensable en el progreso social, fuerza es reconocer que el proceso histórico de la humanidad ha tendido a su negación”

COMPLEJA DIMENSIÓN MUNDIAL. Se trata de un objetivo a ser alcanzado. Pero, la manera de lograr la paz varía según patrones de pensamiento propios de las diferentes culturas, religiones y rivalidades ancestrales. En anterior oportunidad nos preguntábamos si la historia mundial es la historia de las guerras; o en el sentido contrario, si la historia de las guerras viene a ser la historia de naciones, países y culturas. Y nuestra respuesta era afirmativa: lamentablemente las guerras, invasoras o defensivas, marcan la pauta del desarrollo de lo que llamamos civilización. Al revisar la sucesión histórica de cualquier territorio del mundo, sobresale de inmediato el hecho certero de que su formación independiente y su conservación ante las agresiones de vecinos, están signadas por un proceso bélico. De allí que resulte extremadamente difícil -por no decir imposible- señalar patrones de paz válidos en la dimensión universal. Se suele hablar de una globalización, que pretende referirse a todo el orbe; pero, pensamos que esto sólo es válido en el plano económico, comercial. Pero, no hay globalización cultural. Como tampoco puede haberla con referencia a la ausencia de conflictos bélicos. Nadie niega el valor decisivo de la paz en la historia de los pueblos. Inclusive está en la mente de sus héroes. No hay que olvidar que un hombre de guerra, como Simón Bolívar, entiende que la paz es el gran objetivo a ser alcanzado, y lo afirma, emotivamente, en 1820, en su correspondencia: «La paz será mi puerto, mi gloria, mi recompensa, mi esperanza, mi dicha, y cuanto me es precioso en este mundo», ¿Es posible glorificar la paz con sentimiento más profundo? Pero, sigue siendo válida nuestro reparo: mundialmente son tantas las maneras de concebir la paz que la convierten en una entelequia.             

No hay camino para la paz; la paz es el camino», decía Mahatma Ghandi; significando que fuera de la paz sólo hay la confusión y el desastre»

     LA DURA Y OPROBIOSA REALIDAD. Pero, inclusive, si se acepta que la paz es la no guerra, vemos que a lo largo del siglo XX y en lo que va del siglo XXI no ha habido un solo momento sin un conflicto bélico en alguna parte del orbe.  Se ha hablado de Guerras Mundiales en el siglo XX, considerando como tales los enfrentamientos  destructivos entre bloques de países muy representativos de Europa, con el añadido de Rusia, Japón  y Estados Unidos, y otros aliados con menor participación. Estos territorios representan «el mundo», y la guerra que ellos hacen es una «guerra mundial». Pero, las contiendas entre naciones diversas, de fuera del ámbito de esos paradigmas que personifican la civilización, no se registran como enfrentamientos significativos. Sí, así es. No de otro modo se explica que se hable de paz mientras luchan a muerte naciones, grupos y bandos entre sí, sobre todo en Asia occidental, en África, en Oriente medio. Y ahora en Europa oriental, con la invasión rusa a Ucrania. Decir que hay paz porque no hay una «guerra mundial», es una simple y llana hipocresía. Señalábamos que el desarrollo de la civilización está signado por una sucesión de guerras. Pero, si la civilización lleva implícita la guerra, es necesario revisar el concepto de civilización, En todo caso, si hay algo evidente para nosotros, como hemos apuntado, es que la paz mundial es un mito histórico.       

     VÁLVULA: «Si bien la paz se enaltece como un bien indispensable en el progreso social, fuerza es reconocer que el proceso histórico de la humanidad ha tendido a su negación. Han sido tantos y tan permanentes los conflictos bélicos, que parecen un oprobioso signo: nunca ha habido una paz mundial; en algún lugar del planeta, en cualquier momento que se revise, se encontrará que seres humanos se matan entre sí, rindiendo culto al despiadado y bárbaro dios de la guerra».        

 glcarrerad@gmail.com

EL AUTOR es doctor en Letras y profesor titular jubilado de la Universidad Central de Venezuela, donde fue director y uno de los fundadores del Instituto de Investigaciones Literarias. Fue rector de la Universidad Nacional Abierta y desde 1998 es Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. Entre sus distinciones como narrador, ensayista y crítico literario se destacan los premios del Concurso Anual de Cuentos de El Nacional (1963, 1968 y 1973); Premio Municipal de Prosa (1971) por La novela del petróleo en Venezuela; Premio Municipal de Narrativa (1978 y 1994) por Viaje inverso y Salomón, respectivamente; y Premio de Ensayo de la XI Bienal Literaria José Antonio Ramos Sucre (1995) por El signo secreto: para una poética de José Antonio Ramos Sucre. Nació en Cumaná, en 1933.

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