Sin mover un dedo para evitarlo, el gobierno ha permitido que la pobreza extrema tome las calles de Venezuela
Rubén Osorio Canales
Venezuela toda, todos los días está más triste. Como una hiedra fatal ha visto crecer en su patio la pobreza y lo peor del caso es que no encuentra explicación porque Venezuela fue bendecida con un boom petrolero que llevó el precio del barril de menos de ocho dólares a un promedio de cien dólares durante más de una década, generando ingresos que envidia toda la región. Con el barril a ocho dólares, aun cuando la fábula oficial se empeñe en negarlo, vivíamos bien, mucho mejor que ahora, gracias al hecho de tener un aparato productivo nacional comprometido con el país que este gobierno se encargó de torpedear sin piedad hasta dejarlo en ruinas.
Lamentablemente con el diluvio de dólares que llovieron con el boom petrolero, esos ingresos no fueron destinados para combatir a fondo la pobreza, ni para liberar al venezolano de toda dependencia con una mejor educación y mucho menos para incentivarlo para el trabajo, o para protegerlo con un sistema de salud verdaderamente efectivo. A punta de retórica populista, cuentos de utopías, muchas mentiras y algunos mendrugos representados por la misiones, con el añadido del despilfarro, la corrupción y la impunidad, sembraron en cada orilla del territorio, las plagas que hoy florecen con una robustez digna de mejores causas, la inflación, la escasez, el irrefrenable aumento del costo de la vida, la muerte ya no tan lenta de una moneda otrora fuerte, la corrupción, con lo cual late con una fuerza inusitada la desesperanza y la frustración de los venezolanos.
Después de todos estos años en los que la retórica de la mentira llevó a soñar a los más incautos y desinformados en que seríamos una potencia mundial, la pobreza se presentó renovada y con cara de pocos amigos gracias a las torpezas cometidas por unos gobernantes que lejos de querer un pueblo verdaderamente emancipado con las herramientas que dan la educación y la libertad, vela todos los días, a la luz del atropello, por permanecer in eterno en el poder. Esa realidad sacude por igual a toda Venezuela, sin que de semejante desgracie se salve un solo metro de esta nación. De Táchira a Nueva Esparta, del Zulia a Delta Amacuro. De Sucre a Barinas, en todos los estados que conforman lo que muchos llaman este ex país, esa pátina oscura y maloliente que llamamos pobreza ha hecho acto de presencia con una ferocidad inusitada sin que veamos por parte del gobierno ninguna acción destinada a frenarla y a echarla del patio de la casa. Todo lo contrario. Ahora por todas partes salen a relucir las señales del retroceso.
Hemos visto cambiar la contagiosa alegría de un pueblo como el venezolano, en una rabia reprimida por ahora y en depresión, su entusiasmo, en , su esperanza, en dolorosa incertidumbre, gracias a la falta de compromiso con los intereses del pueblo, por parte de un gobierno que prefiere aplicar el látigo de la represión en vez del diálogo constructivo y conciliador; que prefiere seguir sembrado en un centralismo castrador, sin dejar que crezca el árbol regional con sus soluciones efectivas; que prefiere seguir manteniendo gobernadores y alcaldes sin autonomía, y que obedeciendo a las máximas de toda autocracia militar, no escucha, no quiere ver y se sacude todas sus culpas señalando con el dedo acusador, a quienes no la tienen. Ya nadie les cree, a nadie le interesa la guerra económica, ni los enemigos externos, ni las conspiraciones, ni los presuntos intentos de magnicidio tan truculentamente presentados, ya todos saben la verdad y se preguntan todos los días qué hicieron con el dinero con el que nos íbamos a convertir en potencia mundial a pesar de no tener luz, ni agua, ni poder sembrar ya ni un tomate, ni una papa.
Sin mover un dedo para evitarlo, el gobierno ha permitido que la pobreza extrema tome las calles de Venezuela, sin entender que una realidad como la ya instalada en este país que no necesita ni anteojos, ni falsas interpretaciones para verla, ni la propaganda, ni la represión oficial y mucho menos las cadenas permanentes para trasmitir un discurso vacío como el que tiene el gobierno, pueden ocultarla. Las heridas de la pobreza que hoy recibe un pueblo que no las merece, están abiertas y a la vista y el gobierno, incapaz de rectificar, aumenta la represión, sin pudor alguno.