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EDITORIAL | La violencia desatada: síntoma de decadencia

La gente comienza a creer que la única forma de acabar con el crimen es tomando la justicia por su propia mano


EDE

[dropcap type=»3″]P[/dropcap]asan los días y la cifra de hechos violentos en el país sigue abultándose. Los gritos desgarrados de las madres que pierden a sus hijos no tienen consuelo. El Estado venezolano ha fracasado de lleno en su función de proteger la vida de los ciudadanos. La muerte se impone y el sentimiento de indefensión es generalizado. ¿Cómo confiar en unas instituciones que alientan la impunidad? ¿Cómo pretender resguardo por parte de la policía, si abunda la corrupción, si las mafias se las han tragado, si, en el mejor de los casos, los oficiales están peor armados que los delincuentes? ¿Cómo esperar algo de los burócratas que ni siquiera hacen algo cuando asesinan a sus escoltas? ¿Cómo seguir conviviendo con la desidia de un gobierno que no se da por enterado de la violencia cotidiana? No debe verse como normal que decenas de venezolanos sean asesinados a diario, no se puede permitir que el sicariato eche raíces en el país, no hay que mirar a otro lado cuando la vida es lo que está en juego. No podemos dejar de hacer una lectura a los hechos recientes, en los que vecinos, cansados de estar desasistidos, han estado a punto de linchar a delincuentes en distintos sectores. Que la gente entienda que hacer justicia queda en sus manos es peligroso, pero también sintomático de los días que vive el país. La gente no confía en el Estado, y los hechos dan razones para que así sea. Ya se ha dicho que la crisis es estructural, abarca a tantas aristas de nuestra sociedad que pensar en salir algún día de esto parece imposible. El gobierno, con pulso débil, no ha aprovechado alguna oportunidad para dar los pasos para solucionar realmente una situación agobiante, que castiga a una población indefensa.