Desde nuestras aldeas y campus universitarios, auténticos desiertos, la ciencia es un simulacro
Ángel Rafael Lombardi Boscán
Siguiendo a mi venerable padre soy un fervoroso creyente de la libertad con responsabilidad. Y de que el adulto es autónomo en su proceso formativo. Además, siempre termino dándole la razón a los sabios griegos antiguos que establecían una premisa fundamental alrededor del crecimiento humano, el famoso, “conócete a ti mismo” socrático.
Decimos esto porque el ejercicio del pensamiento libre y crítico de parte de los universitarios, estudiantes y profesores, hacia la producción de ciencia nueva es sólo una anécdota. Estamos formando eunucos mentales desde una epistemología epidérmica aunque engolada y pretenciosa. Un ropaje que encubre la más pueril militancia alrededor de una ciencia vacía.
En nuestros medios académicos universitarios vivimos alrededor de una erosión de los más elementales valores científicos. Y esto mucho tiene que ver con una incapacidad acendrada, manifiestamente visible: la de pensar sin cortapisas y con atrevimiento para producir ciencia nueva. Desde nuestras aldeas y campus universitarios, auténticos desiertos, la ciencia es un simulacro.
La docencia y la formación de profesionales como si se tratase de productos de fábrica en serie es de una calidad promedio muy baja, aunque esto sea a lo que han quedado reducidas nuestras universidades públicas y privadas. El afán y el desbocamiento por títulos y distinciones encubren y denuncia la existencia de un sistema contrario a la ciencia y la investigación seria y de alto nivel con impacto internacional. Vamos a estar claros: nuestras universidades son invisibles a los ojos de nuestros pares allende las fronteras nacionales, y si a esto se agrega la “prohibición”, hoy vigente, de salir del país, pues el resultado es la endogamia académica más pobre e insulsa.
Esta situación nos ha llevado del disimulo a la farsa. Organizando un teatro del absurdo alrededor de trabajos de ascensos como refritos y tesis de grado maquilladas por un envoltorio metodológico rígido y pomposo que solapa la profundidad de los contenidos. John Nash (1928-2015), en Princeton, a los 21 años, presentó una tesis: “Non-Cooperative Games”, para optar como candidato al título de Doctor en Filosofía. Lo primero que sorprende es la extensión del trabajo, sólo 26 páginas, luego la presentación descuidada porque no respeta los márgenes “científicamente establecidos” y está mecanografiada de una forma muy tosca, además, no hay citas al pie de página, ni una sola, óigase bien, ni una sola que refrende con el principio de autoridad lo que su autor trata de explicar y demostrar. Inaceptable y sagrado pecado científico éste. El culmen de éste atentado metodológico es la bibliografía: sólo dos libros, y uno de ellos, tamaña provocación, del mismo Nash. Aquí en Venezuela, en nuestras universidades, al pobre Nash, luego flamante Premio Nobel de Economía (1994) por sus aportes innovadores alrededor de la Teoría de los Juegos, lo hubiesen aplazado, no una vez, sino mil veces.