La escasez y el desabastecimiento de los productos alimenticios de la cesta básica no solo obliga a comprar cuándo hay sino lo que hay
Gabriela Rojas
La señora que espera de primera en la cola del supermercado ha enumerado una docena de trucos para que el arroz no quede pegajoso, para que la leche quede más espesa, para que la comida no sepa a aceite rancio o para que el café no quede aguado. A todo le ha encontrado la vuelta porque la calidad de los productos que lleva a casa son parte del azar del día: antes debe sortear la suerte de qué cosas llegan, a dónde llegan y cuándo llegan.
En el azar de su compra también influye que el terminal de su número de cédula coincida con el día en el que el supermercado cercano despachará leche, mantequilla, aceite, papel sanitario, café, azúcar o harina de maíz. El siguiente factor de azar es la cantidad que pueda comprar ese día o si el establecimiento donde lo encuentra decide respetar el precio regulado.
Una vez sorteado todo esto al último factor al cual le presta atención el consumidor es a la calidad del producto. No hay espacio para decidir si le gusta o no la textura y el sabor de esta leche desconocida que está probando por primera vez o si después de destapar el atún se encuentra con otra especie que ni huele, ni sabe, ni se parece a lo que ofrece la lata. Mucho menos puede devolver un paquete de café aunque descubra algunas trazas mezcladas de otras semillas antes de colar un guayoyo.
“Esto es lo que hay”, dice con más tristeza que resignación.
Asunto de suerte
Es miércoles por la mañana. A las 8:00 am, la cola de personas paradas frente a un supermercado cercano a la zona de Capitolio casi colinda con otra cola similar que se está alargando en la acera del frente alrededor de un negocio de chinos. En una de las filas se oye la promesa de que la leche en polvo va a llegar en un camión que aún ni se asoma por la calle. En el otro negocio por lo menos se ven los bultos de papel higiénico que van a vender como una certeza que hace valer la cola.
[quote_center]“Ahora compro lo que consigo, cualquier marca aunque sea fantasma porque igual tenemos que comer”[/quote_center]
Por lo menos diez personas de los que permanecen rodeando el supermercado tienen algo que contar por una mala experiencia con un producto, en especial los de la cesta básica cuando han tenido que comprar casi a ciegas.
Unos se encontraron con un atún que parece sardina molida, otros con una leche de textura harinosa, un café con sabor a quemado, el arroz que viene hasta con piedritas. El comentario generalizado es que indistintamente de que sean productos importados o locales, el control de calidad pasó a segundo plano porque la prioridad es llegar con algo a casa.
“Uno compraba ciertas marcas no por sifrinería sino porque ya conocías el producto y podías saber cuál era de mejor calidad. Ahora compro lo que consigo, cualquier marca aunque sea fantasma porque igual tenemos que comer”, dice la señora que lidera la cola a la espera de la leche en polvo. No quiere identificarse por precaución y para no alimentar otro tipo de hambre: la de los rumores que le llegan de que a quienes se quejan mucho les pueden prohibir la venta de alimentos en establecimientos de la red de distribución del Estado.
“Yo vi en un videíto por internet en el que a una señora no le vendieron en Mercal nada más porque alguien le decía que tenía cara de escuálida, entonces es mejor evitar porque no sabemos si se antojan de uno”, remata su argumento.
Se mantiene de primera porque esta cola no se mueve. Un trabajador del supermercado sale a calmar los ánimos y a mantener la esperanza de que el camión sí viene pero no sabe a qué hora. Los que ya tienen papel higiénico se incorporan en diferentes lugares de la que parece ser su segunda cola del día.
— ¿Y sabe qué tipo de leche irán a vender?-
— Ni idea, hija. La que llegue, si es que llega-
La señora sigue firme sin moverse de su privilegiado lugar del momento. Hace dos semanas estaba en la misma situación: haciendo cola desde tempranito para comprar leche en un supermercado ubicado en La Candelaria. Aunque el paquete que tiene en casa no se ha gastado tuvo que destinarlo a otros usos.
“Prácticamente esa leche no se puede tomar. Es como si estuviera mezclada con harina, a los niños les cae malísimo en el estómago y no la voy a botar porque bastante dinero que uno gasta haciendo mercado, pero quedé en la misma porque esa leche es terrible para dársela a mis nietos, ni siquiera sirve para hacer café con leche. Por eso me tocó salir otra vez, a ver si encuentro una marca mejor”.
Los que están cerca escuchan parte del relato y se abre el inventario variopinto de los productos dudosos con los que se han encontrado.
“Yo compré un arroz que cuando lo limpié casi perdí medio kilo en piedritas y basurita. Ahora venden cualquier arroz sin siquiera limpiarlo y si uno se descuida te sale una piedra y hasta se te rompe un diente que nadie te va a pagar”, dice Mireya Valeri, quien está ansiosa por saber si por fin va a llegar la leche prometida o si mejor dedica el resto de su mañana a buscar la harina de maíz, que según sus cálculos, en el transcurso de la semana las reservas le llegarán a cero.
“¡Y qué me dices cuando reaparece el cloro! ¿Cloro? Escríbelo que eso es lejía, ningún cloro. A mí ya no me engañan. Los potes que venden por ahí ni siquiera tienen una etiqueta decente”, agrega Valeri.
[quote_center]“Prácticamente esa leche no se puede tomar. Es como si estuviera mezclada con harina”[/quote_center]
Una muchacha asiente con la cabeza para reafirmar lo que sus compañeros de cola han comentado. Ha guardado silencio durante gran parte de la conversación colectiva y solo interviene para agregar un breve comentario: “hasta Marisabel (Rodríguez, ex primera dama) se quejó del pollo lleno de pellejos que compró”.
Se refiere a un tuit publicado el 26 de junio de 2015 por la ex primera dama, Marisabel Rodríguez, quien a través de su cuenta @Marisabel_R envío unas fotografías al presidente Nicolás Maduro sobre una carne que había comprado en Pdval: “@NicolasMaduro #CriticaConstructiva al min de alimentación 2da pieza q compro en PDVAL imposible de limpiar´”.
.@NicolasMaduro #CriticaConstructiva al min de alimentación 2da pieza q compro en PDVAL imposible de limpiar pic.twitter.com/0eptmz3tDv
— Marisabel Rodriguez (@Marisabel_R) June 26, 2015
En un siguiente tuit, Rodríguez escribió: “Alguien tiene q informar al alto gobierno q hay intereses en perjudicarlos y perjudicar al pueblo! Ojo c/responsable de esas importaciones”.
Gato por liebre
“Lo del café es un abuso”, lamenta Gilberto Jiménez. Tiene 72 años y su cafecito mañanero es sagrado. “Tengo tantos años tomando café de diferentes marcas que ya puedo identificar un café bueno de uno malo solo con oler el empaque. Y últimamente el café que he tenido que comprar es muy malo. Cuando lo abres puedes ver que hay residuos de otras maticas porque está mezclado con algo. Lo peor es que tiene un sabor como a quemado, se reconoce porque aunque esté recién colado sabe como si lo recalentaran. El problema es que no puedo dejar de tomarme mi cafecito, por eso hago mi cola a ver si la pego con un café bueno”.
Daniela Aguilar, nutricionista de la Fundación Bengoa, explica que el consumidor debe leer los ingredientes del producto que tiene en la mano precisamente porque no puede decidir qué tipo de alimentos está llevando a casa. La etiqueta de ingredientes da información sobre los componentes de ese producto: “por ejemplo, si el envase de leche indica en los ingredientes que tiene azúcar o sólidos lácteos, ese producto es un sucedáneo de la leche, una imitación, no es leche por lo tanto hay que consumirlo de otra manera”.
Aguilar también alerta que si en un producto, por ejemplo el café, se puede observar que está mezclado con otras cosas entonces se trata de un alimento que ha sido adulterado y eso es delito: “No podemos dejar de verificar la calidad de lo que compramos. En ese caso, si el café lo mezclaron con maíz molido para que pese más a menos costo; entonces están adulterando lo que consumimos y hay que denunciarlo. Es muy importante que las personas estén aún más pendientes si el sabor o las texturas de una comida les resultan extrañas”.
A través de las redes sociales circularon fotos de usuarios que se dedicaron a comparar los contenidos de dos latas, ambas presentadas como atún en aceite vegetal: en la fotografía se observa de un lado el color marrón y la textura molida de uno de los productos que contrasta con el color rosado y la consistencia que habitualmente tiene el atún que se comercializa en lata.
“El atún-sardina. Sí me ha tocado y es un asco”, replica inmediatamente un joven que aguarda en la larga cola para pagar dentro de un supermercado ubicado en Los Chaguaramos. En su carrito de compra lleva cuatro latas pequeñas y dos grandes de una marca de atún muy popular que estuvo desaparecida de los anaqueles por algún tiempo. Reapareció hace poco con nuevo precio: 205 bolívares, la presentación pequeña y 255 bolívares la grande.
“Nada más en atún llevo casi 1500 bolívares pero prefiero pagarlo caro que comer esas marcas extrañas de algo que ni siquiera es atún porque nada más al abrirlo el olor lo delata. Mi esposa dice que debe ser sardina molida pero yo lo dudo porque ni siquiera la sardina en lata huele o se ve así. Eso es el propio gato por liebre”.
No solo los ingredientes de un producto dan información. La etiqueta nutricional también tiene indicadores de lo que estamos comiendo: “por ejemplo, al comprar una margarina que usted no había consumido antes, primero revise que la etiqueta nutricional diga que es un producto libre de grasas trans, sino sencillamente no la compre porque esas grasas son tóxicas para el organismo, es un asunto de salud”, apunta Aguilar.
[quote_center]“¿quién puede seguir una dieta sana si un día desaparece una cosa y al día siguiente otra?”[/quote_center]
La nutricionista explica que, por ejemplo, la margarina convencional contiene 60% de grasa y las presentaciones ligeras están alrededor de 40- 50% pero como son difíciles de conseguir, el consumidor puede ver en la etiqueta nutricional si las versiones de mantequilla o margarina que está comprando tienen un porcentaje de grasa que está por encima de 70%: “lo podemos saber muy fácil porque las margarinas que se mantienen suaves en la nevera son más altas en grasa que las convencionales, por tanto deben consumirse en menores cantidades o preferiblemente sustituirlas por otras grasas más saludables como el aguacate”.
Golpe al bolsillo y a la salud
En la dieta del venezolano no solo se ha alterado la calidad del alimento, también comienza a distorsionarse la cantidad en los patrones de consumo. “Yo creo que en mi casa ahora comemos más mantequilla porque a veces se desaparece y entonces compramos dos o tres (envases) cuando la conseguimos para tener siempre aunque sea una en la nevera”, dice Erika Sánchez, compradora de un supermercado ubicado en La Candelaria.
Algo similar ocurre con la mayonesa que aunque no es un producto esencial en la dieta diaria, como algunas marcas son más difíciles de conseguir, las familias deciden llevar más de un envase en una misma compra.
La nutricionista señala que es imprescindible moderar el consumo de este tipo de productos porque en Venezuela hay una alta prevalencia de obesidad, por tanto el consumo de grasas debe ser el primero a reducir en la dieta familiar. “Es muy grave cuando se unen malos hábitos alimenticios y un consumo descontrolado. Todas estas situaciones pueden sortearse usando el ingenio porque tenemos muchas alternativas que nos permiten sustituir alimentos por otros más saludables; es preferible sustituir antes que consumir un producto de calidad dudosa”.
Las alternativas van desde utilizar el aguacate como untable, hacer arepas con masa de tubérculos como yuca, ocumo, apio o usarlos como sustitutos de la papa preferiblemente en puré o al vapor en lugar de freírlos, de esta manera además se ahorra en el uso de aceite; también prefiera el consumo de la fruta de temporada como mango, cambur o mandarinas en vez de manzanas o peras; y puede comer huevos hasta tres veces a la semana en preparaciones que incluyan vegetales cuando el consumo de carne se complica.
“Ni vegetarianos, ni carnívoros. Todos caemos por igual porque estamos comprando sin elegir ¿quién puede seguir una dieta sana si un día desaparece una cosa y al día siguiente otra?”, se pregunta la señora que encabeza la cola a la espera de la leche en polvo. Después de dos horas finalmente los rumores se confirman y el cordón de seguridad le abre paso al camión que trae los bultos de leche en polvo. “Ojalá sea de la buena”. El azar del día promete.
Si quieres contactar al autor de esta historia, escribe a: gabriela@larazon.net