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La Cuba de Raúl y Obama

Raúl Castro y Barack Obama

Obama no entiende en toda su dimensión el gesto de aparecer en La Habana haciéndole concesiones a los Castro


 

Manuel Malaver

Quizá fuera por la agenda apretada, o porque las leyendas que oyó en su adolescencia sobre la Cuba de los Castro aún se le revelan inconmovibles, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, parece que “salió de Cuba” con una sola versión: la que le ofreció su homólogo, Raúl Castro.

Una suerte de isla del “Doctor NO” donde NO hay presos políticos, no se violan los derechos humanos, NO escasean los productos básicos, No existen colas para comprar comida y medicinas, NO existe la miseria, No existen ciudades en ruinas, no existen exiliados, NI decenas de miles de refugiados que año tras año abandonan la isla aún a riesgo de sus vidas.

A sus lados, sin embargo -y no lejos del Palacio de la Revolución donde realizaban sus reuniones-, era inevitable que crepitara la realidad y esta no podía traer sino imágenes del fracaso colosal de 55 años de socialismo que, además, solo permite hablar al único poder incontestable y aterradoramente solitario en la isla: el de dos ancianos casi nonagenarios y valetudinarios que hacen los últimos esfuerzos para dejar instalada una dinastía: la de los Castro.

Porque, de eso es lo que se trata: no del fin sino de la continuidad de los Castro, de su pretensión de que, después de su inevitable descenso al más alla, no sean los demócratas cubanos quienes aspiren a reconstruir a Cuba, sino sus herederos los que reciban el mandato de continuar destruyéndola.

Y podría ser, si aun quedara algo que destruir y los líderes democráticos occidentales -responsables de que la fue una de las naciones más creativas, pujantes y en desarrollo de los dos hemisferios recupere la libertad-, se olvidan de gestos confusos, equívocos y ambiguos y terminan por entender que los neototalitarismo están en ascenso y en todos los continentes tienen un solo enemigo: la democracia.

Para demostrarlo, los miles de manifestantes cubanos que durante los reuniones de Raúl y Obama recorrían La Habana y toda Cuba al grito de: “Fuera los Castro y abajo el comunismo. Sin democracia y libertad no hay recuperación de Cuba posible”.

No sabemos si Obama los oyó o los oyó lo suficiente, como para anotar que, la ingenuidad que hasta hace poco fue un principio de política, de que bastaban buenas inversiones y mejores intenciones extranjeras para horadar dictaduras cosificadas, resultó un fiasco.

Y mejores ejemplos no podrían encontrarse como en China y Vietnam, donde, las novedades de un capitalismo salvaje y la de otro moderado, no han hecho sino reforzar el poder de las dictaduras totalitarias y neototalirias para acosar a la libertad y la democracia en cualquiera de sus manifestaciones.

Quiere decir que, todo intento serio y eficiente para menoscabar el control y dominio de un estado hiperpoderoso sobre una sociedad civil casi inexistente, tiene que comenzar consultando y convocando el pueblo, a los millones de humillados y ofendidos que son quienes reclaman la atención y solidaridad de los gobiernos y países democráticos para escapar a una de las pestes más devastadoras que conoce la historia: la del comunismo y el totalitarismo.

Sobre todo en circunstancias de que, ahora, en América Latina, no es solo Cuba el único país donde los fantasmas de la regresión, la opresión y la violación de los derechos humanos tienden a perpetuarse, sino que vástagos o hijuelos de la especie tienden reproducirse y prosperar y que de implantaciones como las que viven Nicaragua, Venezuela, Ecuador y Bolivia no podría decirse con certeza que están condenadas al fracaso per se.

A este respecto, nada más oportuno que citar la experiencia venezolana reciente, en la cual, una constitución mixta que mezclaba remanentes de la democracia puntofijista con reincorporaciones del autoristarismo chavistas, permitieron a la oposición democrática aplicarle una derrota colosal al sucesor de Chávez, Maduro, pero sin que hasta ahora, una pugna entre el Poder Legislativo y el Poder Ejecutivo tengan que significar necesariamente una victoria del primero contra el segundo.

Es la vieja argucia de la prevalencia de las balas contra los votos y que puede resultar perturbadoramente cierta, si los votos no se acompañan con la participación de los que votan, y son ellos quienes en la calle, desalojan a los totalitarios del poder.

En Venezuela, al contrario, pareciera que los cabildeos de la vieja política y la judicialización de la nueva, están sustituyendo y tratan de sustituir al pueblo y ello no puede sino contribuir a que el status quo se mantenga incólume, como se dice en el coloquial venezolano, “sin que le pique ni coquito”.

Son consejos y experiencias que le están llegando a Maduro desde Cuba, y de puño y letra de los propios esperpénticos dictadores Raúl y Fidel Castro que, si están haciéndole, de un lado, algunas concesiones de lenguaje al distinguido visitante Obama, del otro lado, se reúnen con Maduro horas ante de su llegada y no es para otra cosa que para indicarle que arrecie la represión y no ceda una brizna en su confrontación contra la oposición.

La gran pregunta es: ¿Cómo el liderazgo político de la primera potencia democrática del mundo no lee señales tan claras y que no dejan lugar, como es que el totalitarismo de viejo y nuevo cuño no ceja en su propósito de barrer con la liberad y la democracia en las dos Américas, en todas las Américas?

¿Es posible que al viajar a Cuba para promover la democracia y la defensa de los derechos humanos Obama ignore que los mismos están siendo barridos en Nicaragua, Venezuela, Ecuador, y Bolivia por influjo de “sus nuevos mejores amigos” los ancianos dictadores Raúl y Fidel Castro?

La economía es global, es un principio que se proclama y practica en Estados Unidos quizá con mayor convicción que en otros países de mundo ¿y la política no es global, no está igualmente escapando a fronteras, regulaciones y controles para comportarse como si fuera una sola para los gobiernos, naciones y continentes?

¿Los pavorosos atentados del martes en Bruselas pueden objetivamente desconectarse del hecho de que las dictaduras, el terrorismo y la delincuencia organizada son uno y el mismo mal, y por tanto, y deben combatirse como tales?

Son respuestas que, pensamos, no las da Obama al no entender en toda su dimensión el gesto de aparecer en La Habana haciéndole concesiones a los Castro a cambio de nada y dejándolo dispuestos hacerle un daño adicional a la democracia y la libertad en el continente al no despedirse de este mundo sin dejar su dinastía instalada en una sociedad civil sin respuestas a un régimen que la ha barrido después de 55 años.