Esta lectura utilitarista de la vida acabará, en fin, recayendo sobre la propia teorización en torno a las prácticas sociales
Tamer Sarkis Fernández
Federico Engels nos advertía del peligro que entrañaban las simplificaciones formuladas por el materialismo vulgar de supuestos “proselitistas” coetáneos a la obra marxiana y a la suya propia. Ellos, caricaturizando el postulado de determinación material en última instancia, desconsideraban cualquier papel productivo a las ideas, omitiendo su condición de fuerzas causales activas en la configuración de procesos socio-históricos. Pues bien: bajo la noción, hegemónica hoy día, que se dedica a focalizar en la persecución de efectos y en las finalidades (morales, utilitarias, de ideales), el motor accionador y constitutivo de las prácticas sociales, hallamos el peso de una idea teológica que mutó hacia la adopción de una forma laica con el paso de los siglos:
Para el nihilismo judaico –y, de ahí, para el judeocristiano y el islámico-, en principio el Creador fue todo y, “lo demás”, nihil: él lo dispuso todo (de su creación), lo reguló, le dio un sentido, lo ordenó. Era impensable –o blasfemia- que las facetas de la vida arrancaran y se produjeran a modo de acto traductor de la expresión de las Propiedades de cuerpos en relación. “En el principio fue el Verbo”; Jehová es el Maestro Arquitecto quien, forjando conceptos como a prioris, funda y ordena la práctica mundana de su pueblo y la de los demás seres. Así, la práctica israelita antigua se sucede con arreglo a finalidades morales de obediencia (sacrificio, guerra, culto) y a finalidades de Naturaleza fijadas por la Voluntad de ese dios (unión conyugal formal, progenie numerosa, etc.). Nada más opuesto a la ideología dominante en la Grecia pagana, para cuyos parámetros la esencia de aconteceres y actividad mundanos dimana del movimiento objetivo de la Totalidad en que estos se integran, Totalidad que es Cosmos (Orden en sí mismo).
Aristóteles representa, en relación a este pensamiento helénico, un avance del nihilismo, con su separación entre forma (morphé) y materia, pasando la última a ser una entidad desordenada (caos) hasta su adquisición de forma. Pero es la propia materia la que con su movimiento auto-consistente tiende a actuar sobre sí misma (unas partes, fragmentos y unidades materiales sobre otras) ordenándose cada cuerpo (in-formándose) y siendo indiscernible de ello que entonces esos órdenes a su vez estén en orden (como mundo). Por tanto, incluso en Aristóteles el sentido de la actividad está entrañado en las relaciones de la materia con la materia, que expresa por ella misma natural y espontáneamente su tendencia a constituirse con un sentido –a dotarse de él-, en lugar de venir investida de forma por una entidad o una lógica terceras que la encarrilaran a una finalidad presidiendo la actividad material.
Más adelante, “las razones del mundo” continuarán estado exentas de ser comprendidas por “el Hombre”, quien no es tomado aún por sujeto de conocimiento con acceso a conceptos, sino por sirviente de Doctrina, Dogmas, Misterios, que le son ininteligibles. La Palabra de Dios ha sido depositada en manos del Sacerdote, ciego guardián que vela por su cumplimiento. Al tiempo, el Sacerdote es transmisor de incógnitas, lecciones, prescripciones, figuras de imitación, vidas modélicas. Exterminados los conceptos que forjó la Antigüedad, o cribados con celo y encerrados en intramuros para su consumo monástico y uso político, toda palabra de saber que llega a la parte social dominada, es palabra de un saber normativo, rigurosa y holísticamente: se hacen las cosas porque lo así lo quiere Dios, para mayor gloria de Dios, porque “así está escrito y así sucederá”, porque la vida natural y sus ritmos está marcada en el tiempo de Dios que resuena desde los campanarios de las iglesias…
¿Qué imagen del sentido de las prácticas sociales nos puede haber llegado de allí, si no teleológica -sea moralista como ésa dominante en la Edad Media, o bien naturalista (Edward Osborne Wilson), economicista (Harris), adaptativa (Ecólogos culturales), funcionalista (Parsons), armónico-sistémica (Luhman), utilitarista (Inglehardt), estratégico-política (cierto postmodernismo), estratégico-dramatúrgica (Goffman) o hedonista (postmodernismo vulgar)?. En efecto, comprender los resortes de ocurrencia de Doctrina, Dogmas y Misterios escapa al entendimiento. Pero el judeocristiano sí podría y habría de tener pía obligación de “percibir” que la esencia de todo -de su ser en el mundo, de su Deber, de su salvación, de la escatología mundana como juicio final, del orden jerárquico de los seres vivos y las relaciones entre estos, etc.- forma parte de una racionalidad instrumental ubicua. Al fin y al cabo, a razón de ser de cualquier aspecto y la razón de su actuación definida y característica en el mundo, habría de pertenecer a un Plan, aunque el judeocristiano no pueda ni deba siquiera atreverse a preguntarse por decodificar la razón a la que él ha sido hecho a plegarse. Ante el testimonio escrito evangélico de que la substancia de la vida y de sus seres es el acto divino de su disposición racional -razón con sus telos mundanos, y con su telos supremo trasmundano, y de la que las creaciones son instrumento-, no cabe duda, que sería pecar.
La finalidad es, en esta cosmovisión de raíz judaica, idéntica al sentido, frente a la que el Pueblo, eso sí, es fácticamente capaz de rebelarse o apartarse (lo hace de hecho con frecuencia). Sin embargo, tal desvío no hace más que dejarlo vacío de sentido, como un rebaño que ha perdido a su pastor y sin él no es nada; aun incumpliendo su finalidad, no puede más que seguir objetivamente dentro de esa Lógica integral de la Creación. Tan sólo la finalidad establecería práctica social. La finalidad es de persistencia: “Creced y multiplicaos”; y finalidad de asentamiento en una tierra; y finalidad de atención a los Mandamientos; y finalidad de alianza para el fortalecimiento del Pueblo Elegido y de su aptitud de cumplir con su Misión territorial de asentamiento en la totalidad del Eretz Israel: exogamia, intercambio de mujeres con otras tribus y pueblos de una y otra región; etc.
Esta lectura utilitarista de la vida acabará, en fin, recayendo sobre la propia teorización en torno a las prácticas sociales. Cámbiese Verbo (Génesis, Pentateuco) por Homo economicus, por Sistema-Bucle, por Reproducción Social, o por las concepciones postmodernas estratégicas y pan-organizativas de “política” como Ontología de la acción y de la “intersubjetividad”. En esta común fantasía epistemológica de desdoblamiento, las relaciones sociales reaparecen como cuerpo que permanecería inerte sin un Alma que lo mueve, y subordinado a aquélla. Las relaciones sociales concretas parecen ser el Accidente, mientras estas teleologías y patrones estructurantes que, cierto es, se han producido, parecen el genoma de la vida social. Y, sin embargo, son solamente la progenie que la vida social va fecundando con su concreción misma.
Se nos viene a decir que no hay nada, nada crece, nada se forma, sin Moral, sin objetivos, sin proyectos, sin el escrutinio del porvenir, sin búsqueda de provocaciones propicias, si no es, en definitiva, <<por algo>> en términos de <<para algo>> (aunque su direccionar de nuestros pasos sea secreto y no pueda ser correctamente escrutado en sus raíces por la conciencia, que se lo representaría deformado). Siempre, principios teleológicos y metas externas nos irían poniendo en común y orquestándonos en las prácticas sociales. Y así debería ser, porque lo contrario sería el vacío y la descomposición social. ¿Qué nos ha dicho si no desde entonces la ideología dominante y sus creaturas epistemológicas?. Nos ha dicho: “Pobres gentiles pobladores del Mundo; vosotros no engendráis nada –ni práctica social ni ordenación ética- desde vuestra relación sociable”.
Vicedirector de DIARIO UNIDAD