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Colombia y la OTAN

La primera respuesta del Gobierno del presidente Nicolás Maduro ha sido firme, clara y decisiva, la cual requiere respaldo nacional unánime


Manuel Isidro Molina

La pretensión colombiana de asociarse militarmente con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) es un nuevo reto a la independencia y soberanía de Venezuela, y ciertamente una afrenta al proceso integracionista suramericano y latinocaribeño. Hay que tomar en cuenta que ya es política del Estado colombiano, según el curso de los acontecimientos desde la presidencia de Andrés Pastrana (1998 a 2002) hasta el ejercicio actual de Juan Manuel Santos (2010), pasando por Álvaro Uribe Vélez (2002 a 2010), el rey de la parapolítica.

El Plan Colombia (1999) fue firmado por los presidente Andrés Pastrana y Bill Clinton (EEUU). Incluye el arraigo estadounidense en siete bases militares colombianas con el pretexto de la lucha contra las drogas, a lo cual se sumó la lucha antiterrorista decretada mundialmente por el presidente George W. Bush a propósito del ataque simultáneo contra las torres gemelas del World Trade Center de Nueva York, el Pentágono y la Casa Blanca (fallido), el 11 de septiembre de 2001.

La pretensión de Bogotá de materializar un acuerdo militar con la OTAN también va de la mano de EEUU, a cuyos intereses están inextricablemente asociadas las oligarquías colombianas, las cuales decidieron hacer de su territorio un emporio militar estadounidense de monitoreo, control y eventuales ataques disuasivos, preventivos u ofensivos sobre cualquier país suramericano o caribeño, de acuerdo con los planes del Comando Sur del Ejército de EEUU, la primera potencia militar del mundo, con un presupuesto global anual de más de 600 mil millones de dólares. En tecnología militar, entrenamiento y labores de inteligencia, EEUU ha dispuesto más de 9 mil millones de dólares, solo para el Plan Colombia entre 1999 y 2014, que en parte ha derivado a la acción conjunta de los militares norteamericanos con sus subalternos del Ejército de Colombia y los sanguinarios paramilitares que han impuesto el terror sobre la población civil, de lo cual Álvaro Uribe Vélez fue parte y beneficiario directo como candidato a la reelección: más de medio centenar de sus ministros, otros altos funcionarios y parlamentarios de su partido están presos, condenados o en juicio, por sus incuantificables tropelías con los paramilitares cobijados por el Plan Colombia.

El historial de la OTAN no es de menor gravedad: fue creada por EEUU en 1948, con las potencias europeas occidentales para su confrontación estratégica con la Unión Soviética y la Europa Oriental bajo su dominio, después del triunfo sobre la Alemania nazi del psicópata Hitler, en 1945. Con ese mismo propósito, más el diseño monroísta de 1823 de dominio estadounidense sobre América Latina y el Caribe, fue instaurado en 1947 el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) en el ámbito que más tarde abarcaría políticamente, desde 1948, la Organización de Estados Americanos (OEA). El TIAR murió históricamente en 1982, durante la Guerra de las Malvinas, por la traición a sus principios por parte de EEUU, cuyo gobierno decidió apoyar abiertamente las operaciones militares de Gran Bretaña contra Argentina. Afganistán, Libia, Irak y Siria dan cuenta de la criminal política imperialista de la OTAN con EEUU a la cabeza.

Desde la firma de los Tratados Torrijos-Carter (1977), que previeron la entrega del Canal de Panamá y el retiro de las tropas estadounidenses de la Zona del Canal, al 31 de diciembre de 1999, el Pentágono (Departamento de Defensa) y el Departamento de Estado comenzaron a diseñar el reacomodo estratégico del Comando Sur, sito en Miami, Florida, desde donde controla América del Sur, América Central y el Caribe.

Por obvias razones petroleras, gasíferas y mineras, Venezuela es un territorio estratégicamente decisivo para Estados Unidos. Ya durante la Segunda Guerra Mundial, nuestro país fue suplidor seguro de hidrocarburos; y desde entonces no ha dejado de serlo, a pesar de los vaivenes de la política interna venezolana. Ni dejará de serlo, a pesar del eje Caracas-La Habana con vasta influencia en los destinos latinocaribenos durante los mandatos de Hugo Chávez y Fidel Castro.

Colombia confluyó a regañadientes en los procesos de constitución de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) y de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), que evidentemente contrarían el esquema de dominación panamericanista de la OEA. Y eso cuenta, mientras Venezuela, Brasil, Uruguay, Argentina, Bolivia, Chile y Ecuador remolcaban cambios estratégicos en Suramerica; y Cuba, Dominicana, El Salvador y Nicaragua pujaban desde Centroamérica y el Caribe.

Bogotá escogió el camino del libre comercio junto con México, Costa Rica, Perú y Chile; se ató militarmente a Estados Unidos; y hoy mira hacia la OTAN insensatamente en cerco contra Venezuela, convirtiendo a Colombia en un territorio artillado de las potencias occidentales del imperio capitalista mundial. Esa es la realidad, algo inadmisible para Venezuela, estratégicamente hablando.

La primera respuesta del gobierno del presidente Nicolás Maduro ha sido firme, clara y decisiva, la cual requiere respaldo nacional unánime, por encima del sainete bipartidista PSUV-MUD, cuyas principales consecuencias han sido el descuido de los temas estratégicos de interés nacional, y el maltrato demente y miserable a la población venezolana.

EL CONFESIONARIO

  • NAVIDAD Y AÑO NUEVO son propicios para leer o releer libros agradables, interesantes y hasta duros, sean de historia, política o literatura, cuya reina sigue siendo la poesía. Del coterráneo trujillano José “Pepe” Barroeta, doctor en Literatura Iberoamericana (Sorbona, París) y profesor de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de los Andes (ULA), les extraigo un poema de su libro ARTE DE ANOCHECER (1975) incluido en TODOS HAN MUERTO Poesía completa (1971–2006), Editorial Candaya, Barcelona, España. Siempre lo recuerdo con sus cantos de furia, amor y muerte; de hecho, lo llamo “el poeta de la muerte”, aunque fue mucho más que eso, como lo supo describir:

Por el cielo de la mañana continúo,

sólo adentro, en mí, conozco lo que debo hacer

de la vida en la vida

de las flores que tengo para no perecer

Con muchos amigos en común -unos sufriendo esta hora aciaga de Venezuela, y otros idos con resignación como Pepe-, me dio por tributarle agradecimiento público por su inmensidad de poeta, docente, bohemio y amigo. Compartiendo unos tragos en Mérida, hace unos cuantos años, me confesó agradecido que mi padre Manuel Isidro Molina Gavidia (1915–1998) fue quien lo atrajo a los libros, la política y la poesía, hecho que honra a papá desde sus tiempos de tipógrafo, periodista y editor en Valera, estado Trujillo, hasta que en 1952 la dictadura lo extrañó de su amado terruño. Adriano González León y Francisco “El Flaco” Prada también tuvieron esa experiencia con papá, a quien ellos admiraron agradecidos, como me lo revelaron personalmente: Adriano en Las Mercedes, en una de sus barras preferidas; y Francisco en casa de Duglas Bravo, conversando de tormentos políticos.

Leamos a “Pepe” Barroeta:

LOS VASALLOS

Andan como líquidos por los

espejos. Abundan y no están en

ninguna parte;

obnubilados por querer permanecer

en todas las estancias,

huecos,

sin sol y sin lluvia,

perdidos.

No poseen caballos.

Sueñan con la hermosura de las bridas

del amo

y permanecen en el duermevela

como subterfugio,

hirientes,

más que en la miseria,

aterciopeladas sus pieles por el deseo.

Apuestan,

apuestan siempre al dueño,

a la ligereza del corcel en que éste

anda.

Son quienes saben todo,

prestidigitadores en quienes el cielo no hace

cerco,

rompedores de cáscaras del alba;

afines a la mierda que guarda el sol.

 

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