Guía práctica para dominar a todo un pueblo y no caer en el intento
Elija bien a su víctima. Mientras menos dócil, mejor. La sumisión inmediata de nada sirve cuando lo que se quiere es convertirse en un depredador de las libertades, en un tirano de verdad. Mientras más rebelde e irreverente sea el sacrificado, usted podrá disfrutar en proporción. Eso garantiza que la agonía será más larga, que el perjudicado luchará con todo su ímpetu, hasta que no quede más remedio que morir de asfixia. Pero no se adelante. Espere. Sistematice sus ataques. Apriete con fuerzas, de manera sostenida. Allane, use tribunales y jueces sin pudor —no olvide pagar, como es menester, por los favores recibidos—, allane otra vez. Que la persecución judicial sea constante y la amenaza la norma. Que la víctima dé ejemplo de lo que le pasará a los otros que sueñen con revirar. Haga que el miedo lo arrope, a pesar de seguir luchando. Golpee. Hágalo otra vez. Mienta, manipule, ataque nuevamente. Que no lo frenen la moral, la ética, las normas o las leyes. Pronto habrá tiempo para hacerlas a la medida. Siga. Haga que piensen que todo está perdido. Arrebáteles la capacidad de discernir, de enfrentarse, de soñar. A estas alturas usted ya debería saber que nada de eso existe en el universo del opresor; elemental. Trátelos como escoria, como inferiores. Mátelos en vida. Proyéctese en ellos y hágalos lucir como seres capaces de cualquier atrocidad, de esas que usted ejecuta y que lo han traído hasta aquí. Contemple a la víctima elegida. Dígale que la única solución es que se reduzca, ofrézcale algo burdo; dinero, tal vez. Mire como lo rechaza. Sonría y apriete nuevamente. No crea en amenazas, en cortes internacionales o juicios divinos. Asúmase como bandido, y viva como tal. Diga que duerme como un bebé, baile ante el hambre y mienta sin rubor. Elija a su víctima; hágalo bien. Provoque que se quiebre, que se rinda ante usted. Fabrique con ella a un ser sumiso, siempre obediente. Solo si lo logra, usted se habrá consagrado.