El problema que tenemos los venezolanos, es que esta gente que nos gobierna, lo hace bajo el fundamento del elogio a la trampa en un país, cuyo espíritu está tomado por la picaresca o lo que se conoce entre nosotros como la viveza criolla.
En lo que se parece mucho a lo que sucede en la medicina con el combate a las bacterias, que atacan el cuerpo humano: llega un momento en que el medicamento que se había formulado, para extinguirlas o extinguir una en particular ya no tiene ningún efecto.
Es por eso que luce muy cuesta arriba esa idea, que manejan los defensores de la participación electoral, en el sentido de que, si hay una gran mayoría que se pronuncia en las elecciones en contra de la continuidad de la élite gobernante, ésta se verá en la necesidad de tener que hacer trampa, y entonces sentirá vergüenza por tal hecho, y de modo que de tanto abusar de esta práctica, llegará un momento en reparará en el asunto de su mala fe; por lo que se impondrá ese espíritu cristiano del propósito de enmienda; así como ocurrió en tal país y en tal otro, y terminará cediendo el poder al adversario.
He allí el problema que arrastra la vía del sufragio, para quitarnos de encima a una élite gobernante en esta nación; cuya moral se basa en aquello que decía Arturo Uslar Pietri; de que aquí todos los días sale un pendejo a la calle, y el que lo agarre es de él.
Primero, porque la actual élite gobernante nunca tuvo una idea de lo que es una obra de gobierno, y se fraguó en una conspiración antidemocrática en los cuarteles; cuando comenzó a gestarse el grupo de los llamados “bolivarianos” en el seno de nuestras fuerzas armadas o, dicho de un modo vernáculo: los conjuramentados frente al famoso Samán de Güere; que, además, de abrigar ideas socialistas, y de allí su admiración por Fidel Castro, que vino a ser a la larga su gran mentor, y a quien Chávez le iba a entregar el país; no dejaban de participar de la creencia de que nos gobernaba una partidocracia adeco-copeyana, cuya moral se basaba en el latrocinio, esto es, una cleptocracia; al tiempo que asumían una conducta bufonesca, a propósito de lo que había sido el devenir de nuestra patria, y que venía a ser una caricatura, con respecto a la figura del Libertador; razón por la cual llevan a cabo ese gesto acartonado del juramento frente a un árbol, que se había erigido en un símbolo de la historia de nuestra guerra de independencia, ligado a dicha figura; que no de nuestro proceso de independencia; cuya diferencia nuestra historiografía se ha ocupado de poner en limpio; estando de por medio eso que se conoce como el culto a Bolívar, y lo cual venía a ser el segundo punto, en relación a lo que era la conciencia enajenada que tenía esta gente, cuando entonces juran llevar a cabo lo que ellos iban a considerar como nuestra segunda independencia; como había sucedido con nuestro héroe patrio en su ocasión en el famoso Monte Sacro de Roma; mientras la realidad les pasaba por un lado, y en cuyo trasfondo no estaba sino presente la desmedida ambición de poder de un señor, como era Hugo Chávez, y quien abrigaba en el alma esa idea muy del militar hispanoamericano, de que el último grado de su respectiva carrera es el de la presidencia de la República, y para lo cual contaba con dos recursos; uno, el manejo de una oratoria, aunque locuaz, muy pegajosa; la otra, un verbo encendido cargado de populismo.
Por supuesto, ante él estaba un campo muy abonado, como era la circunstancia de que contaba con una opinión pública también muy desinformada, en el marco de lo que era la obra de gobierno de las distintas presidencias, que se habían sucedido a partir del nacimiento de lo que se ha dado en llamar la República civil; sugestionada con la idea, de que aquello no había sido sino una cleptocracia; constituyendo el paladín de esta situación Carlos Andrés Pérez, a quien periodistas de la talla de un Rafael Poleo se permitían llamarlo “el choro mayor”; precisamente, en cuyo gobierno se van a pronunciar en una asonada ese grupo de militares conspiradores, se repite, bajo un esquema bolivariano mal entendido, y que es lo que lleva al venezolano de hoy a expresar: éramos felices, y no lo sabíamos; luego, la atracción que siente nuestro pueblo por el militarismo.
Estamos en el país, donde al que no se corrompe, se le considera un idiota, y de allí que nuestra ética se basa en un elogio a la trampa, y no se pase por alto que durante la época de la partidocracia nuestro sistema electoral siempre estuvo tentado por lo tendencioso, en ese sentido, y de allí que se hablara de una delincuencia electoral adeco-copeyana, y la que sólo se batía convocando a una amplia mayoría, que dejara en claro los números de los resultados, y que fue la que vino a acompañar a Hugo Chávez en el año 1998; con la diferencia de que esa élite gobernante no tenía vocación autoritaria, y que sí la tenía Chávez; como lo demostró desde el primer día que llegó al poder, y convocó a una Constituyente, a los fines de elaborar una nueva Constitución; cuando la que estaba vigente no necesitaba sino ligeras reformas, que la pusieran acorde con los tiempos modernos, y para lo cual se había creado la famosa Comisión para la Reforma del Estado con rango ministerial; cuyo trabajo Chávez vino a desconocer, tan pronto arribó a la presidencia; cual elefante metido en una vidriera, con motivo de su desmedida ambición de poder, y con la finalidad de establecer un marco constitucional, para perpetuarse en su ejercicio, a partir del sistema de la reelección indefinida, y de la que se había cuidado de establecer el constituyente de 1961; en aras de preservar al Estado de los abusos de poder, ligados a este sistema, y que traía consigo el quiebre de su institucionalidad; que es una de las consecuencias, que vemos hoy en día; cuando se manipulan las leyes electorales, conforme va viniendo, y se va viendo, bajo una ética fraudulenta, en cuyos festines sólo participan los convidados de piedra.
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