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Lección histórica: El derrocamiento de Rómulo Gallegos I Letras Al Margen I Gustavo Luis Carrera

Asumió el cargo el 17 de febrero de 1948 y prácticamente a los nueve meses de ser investido, es depuesto por un golpe de estado encabezado por el teniente coronel Carlos Delgado Chalbaud, ministro de la defensa. 

Gustavo Luis Carrera  I  LETRAS AL MARGEN               

       Hay acontecimientos que marcan particularmente la historia de un país. Son señales que han de quedar como estímulos del espíritu positivo, o como advertencias del riesgo de repetir la improbidad de la acción realizada. ¿No es así como se aprende, catalizando la experiencia y convirtiéndola en conocimiento? De esa misma forma se espera que aprendan los pueblos. Todo lo cual viene a propósito de un hecho particularmente aleccionador para todos los venezolanos, e inclusive con proyección continental: el brutal y reaccionario golpe de estado contra el gobierno del escritor y humanista Rómulo Gallegos. Acerquémonos al hecho.     

       ANTECEDENTES. El 14 de diciembre de 1947 es electo presidente de la republica Rómulo Gallegos, en un proceso libre, universal, directo y secreto; asumiendo el cargo el 17 de febrero de 1948. Allí se hacían patentes dos hechos extraordinarios. De una parte, por primera vez en el país, ejercieron el derechos al voto las mujeres, los analfabetas y los jóvenes mayores de dieciocho años; todas reivindicaciones sociales incorporadas por el gobierno provisional de 1945. Y de otra parte, se escogía como presidente a uno de los venezolanos más ilustres, quizás el de mayor renombre: novelista de particular valía y hombre de intachable conducta ciudadana. En efecto, para esta fecha, ya Gallegos había publicado sus siete novelas más famosas; admirable conjunto sin par en nuestras letras. Y políticamente era el digno ciudadano que, siendo nombrado senador, en 1931, por el déspota Juan Vicente Gómez, prefiere exilarse como rechazo a la dictadura; y en 1935, el presidente Eleazar López Contreras lo designa ministro de educación, cargo que él no aceptó por su descuerdo con el régimen. Del resto, era pública y notoria su relación con Acción Democrática, el entonces partido más progresista y liberal de país. Llega, pues, Gallegos a la presidencia, con alrededor del ochenta por ciento de los votos a su favor, como un símbolo de la nueva Venezuela, moderna, igualitaria y democrática.     

       EL ÍMPROBO GOLPE  DE ESTADO. Durante su breve gestión de gobierno, Gallegos tomó medidas de enorme trascendencia política, económica y social. Fue el comienzo de un inusitado proyecto de país renovado en sus fundamentos básicos. Los derechos ciudadanos se orientaron hacia el respeto de la igualdad, con especial atención de los sectores menos favorecidos de la sociedad. Campañas sanitarias enfrentaban males endémicos. Se fortalece la Confederación de Trabajadores de Venezuela; mientras se multiplican los sindicatos en toda la nación. Se forman organizaciones campesinas en defensa de los derechos de los trabajadores del agro. Es aprobada la Ley de Reforma Agraria, abriendo una perspectiva transformadora profunda. Igualmente una ley contra el enriquecimiento ilícito de funcionarios (que buena falta hace actualmente). Y el colmo de las transformaciones: el 12 de octubre de 1948 Gallegos pone el ejecútese a la llamada Ley del fifty-fifty (cincuenta-cincuenta), que obligaba a las compañías petroleras transnacionales a compartir por mitad con el gobierno los beneficios obtenidos; imposición que causó reacción adversa inmediata de parte de las empresas explotadoras y de sus aliados económicos, militares y aristocráticos. Todo esto fue demasiado para los sectores reaccionarios y los poderosos económicos que enseguida encontraron eco en los militares retrógrados y ambiciosos de mando. Y en noviembre de 1948, prácticamente a los nueve meses de ser investido en el cargo de presidente, Rómulo Gallegos es depuesto en el mando por un golpe de estado encabezado por el teniente coronel Carlos Delgado Chalbaud, ministro de la defensa, con la participación de otros militares desconocidos, de mediano nivel, que luego asesinarían a su comandante. La represión y la persecución establecieron una feroz dictadura. Así, un ímprobo golpe de estado torció el positivo rumbo democrático que el país asumía esperanzado.    

 

El breve lapso del mandato presidencial de Rómulo Gallegos fue suficiente para establecer leyes que cambiaban el país, enrumbándolo hacia el progreso y la justicia social»

       LECCIÓN HISTÓRICA Y POLÍTICA. Conviene que los venezolanos, al pasearse por su historia, se detengan de manera consciente en la significación del gobierno de Rómulo Gallegos y de su abrupta y reaccionaria liquidación. Los golpes de estado pueden lograr el perdón de la historia si son para avanzar legal y socialmente; pero, son tan escasos los ejemplos de esta índole, que en general reciben el rechazo colectivo. En concreto, no son explicables, ni mucho menos defendibles, cuando operan contra un régimen democrático. Entonces, en el caso de Rómulo Gallegos se trató de una reacción cavernícola de los sectores más reaccionarios y de los explotadores más recalcitrantes del país, para apoyarse en los militares más antidemocráticos y violentar el ritmo de avance civilizado y de progreso social del país. Fue un suicidio colectivo: partidos políticos, señores «notables» de la opinión pública, mercaderes petroleros, militares retrógrados, hicieron una amalgama de intereses aviesos, y actuaron defenestrando a todo el país; en acción regresiva que no podía soportar un gobierno del pueblo y para el pueblo. Las lecciones históricas son para aprenderlas. El derrumbamiento del gobierno de Rómulo Gallegos demostró que la Venezuela de aquella época no estaba a la altura necesaria para tener un presidente culto, humanista, demócrata, ilustre; ¿lo estará ahora? 

       VÁLVULA: «El breve lapso del mandato presidencial de Rómulo Gallegos fue suficiente para establecer leyes que cambiaban el país, enrumbándolo hacia el progreso y la justicia social. La transformación, que implicaba el derecho al voto de las mujeres, los analfabetos y los jóvenes de dieciocho años, el fortalecimiento de las estructuras sindicales y la más justa participación nacional en los beneficios petroleros, bastaron para agrupar en su contra a intereses bastardos y militares indignos, hasta desembocar en el asalto al poder por la violencia. El presidente más ilustre de la Venezuela del siglo XX fue depuesto por la fuerza bruta. Una lección que no puede omitirse: la confabulación retrógrada está siempre al acecho».    

 glcarrerad@gmail.com

EL AUTOR es doctor en Letras y profesor titular jubilado de la Universidad Central de Venezuela, donde fue director y uno de los fundadores del Instituto de Investigaciones Literarias. Fue rector de la Universidad Nacional Abierta y desde 1998 es Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. Entre sus distinciones como narrador, ensayista y crítico literario se destacan los premios del Concurso Anual de Cuentos de El Nacional (1963, 1968 y 1973); Premio Municipal de Prosa (1971) por La novela del petróleo en Venezuela; Premio Municipal de Narrativa (1978 y 1994) por Viaje inverso y Salomón, respectivamente; y Premio de Ensayo de la XI Bienal Literaria José Antonio Ramos Sucre (1995) por El signo secreto: para una poética de José Antonio Ramos Sucre. Nació en Cumaná, en 1933.

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