Sin garantías ni instituciones, el eje del poder político no está en el pueblo soberano sino en las FANB chavistas
Humberto González Briceño
A juzgar por quien lleva la batuta en las negociaciones entre el gobierno y la falsa oposición no hay duda que el régimen chavista actúa desde una posición de poder casi absoluto. Y no podría ser para menos porque el chavismo tiene a su disposición todo el aparato político, jurídico y militar del Estado. Pero al hablar de régimen fácilmente se puede caer en el error de verlo como un todo homogéneo sin reparar en sus componentes y estructuras que lo integran.
Por eso al referirnos al régimen o al Estado chavista siempre hemos insistido en presentarlo como un complejo ecosistema en el cual interactúan una variedad de grupos y estructuras con motivaciones mayormente criminales en el sentido de sacar provecho de actividades y negocios ilícitos. Esta cultura del crimen como política de Estado se ha propagado de tal manera que es casi imposible detectar un área o nivel del régimen chavista que sea inmune a la corrupción.
Es cierto que para mantener en pie un sistema de esta naturaleza se necesita una base clientelar en la forma de un activismo lumpen que recibe dinero y dádivas a cambio de servirle al régimen no como un honesto empleado público sino más bien como un operador o agente para el control social y policial. Estas masas clientelares también sirven para hacer bulto en los actos oficiales y del PSUV, pero cada día son menos por la desmoralización y las limitaciones materiales para movilizarse que afectan por igual a todos los venezolanos.
En la Venezuela de hoy el tamaño de la clientela chavista no supera el 5% del universo electoral. Imposible ganar unas elecciones con esa base y más si se toma en cuenta que buena parte de ese 5% está afectado por la frustración que comparten el resto de los venezolanos. Esto quiere decir que si hipotéticamente fuesen posibles unas elecciones con garantías políticas y condiciones justas en Venezuela el chavismo en el mejor de los casos jamás superaría el 10% de los votos y muy seguramente el otro candidato, el opositor, quien quiera que este sea, obtendría fácilmente el 90% o más. Pero no es así.
Luego de 25 años de farsas electorales la mayoría de los venezolanos entienden muy bien que mientras el régimen chavista sea quien organice las elecciones, cuente los votos y anuncie los resultados es imposible esperar un cambio político. Este perverso sistema electoral permite que el chavismo se proclame ganador sin tener los votos y en contra de voluntad del 90% de los venezolanos.
Pero además del papel fundamental que juegan el Consejo Nacional Electoral y el Tribunal Supremo de Justicia en el sostenimiento del régimen chavista hay otra estructura de ese ecosistema que nos parece decisiva y esencial: Las Fuerzas Armadas chavistas. Son estas en definitiva y su capacidad de fuego las que no solo determinan la estabilidad del régimen sino las que deciden cuales grupos internos tendrán una posición privilegiada o no.
Pero hay que plantear la misma cautela que hemos referido al Estado chavista. No se puede ver a las Fuerzas Armadas chavistas como una estructura homogénea sino como un subsistema dentro de ese ecosistema con diversidad de grupos e intereses enfrentados por cuotas de poder y privilegios. La particularidad de este componente es que, a diferencia de todos los demás que conforman el régimen chavista, tiene acceso a las armas y en un estado de corte militar-policial como este eso hace una gran diferencia.
Muchas veces hay que insistir en lo obvio porque se olvida o no se ve. En el régimen chavista es el apoyo militar armado lo que permite que sigan en el poder y no los votos. La farsa electoral es un ritual necesario para darle una justificación a los sostenedores del régimen. Pero a estas alturas es irrelevante para el Estado chavista si sus “elecciones” tienen o no reconocimiento internacional. Mucho más importante que los países acepten los resultados de la estafa electoral es que lo hagan los miembros de las FANB chavistas porque son ellos quienes en definitiva tienen el poder para mover la balanza.
La falsa oposición venezolana haría bien en no perder de vista esta realidad para no exagerar las expectativas con las negociaciones ni promover falsas esperanzas electorales. En las actuales condiciones en Venezuela, sin garantías ni instituciones, el eje del poder político no está en el pueblo soberano sino en las FANB chavistas. Y cuando se repara que más de 100 altos operativos, civiles y militares, del Estado chavista han sido incriminados por delitos de lesa humanidad por la Misión Internacional Independiente de Determinación de los Hechos de la ONU se entiende que es muy poco probable que este régimen acepte entregar el poder por vía de negociaciones o elecciones. Y menos si la cadena de responsabilidad en la perpetración de estos crímenes, que no prescriben, llega hasta Nicolás Maduro como en efecto se ha determinado.
EL AUTOR es abogado y analista político, con especialización en Negociación y Conflicto en California State University.