La psicólogo social y profesora de la UCV, Mireya Lozada, advierte que los actores políticos no están evaluando los efectos que el descontento, agotamiento y desconfianza de la gente pueden causar. Asegura que el diálogo, la reconciliación y el cambio sí son posibles. “Hay que ser optimistas”.
Patricia Marcano
Polarización, fragmentación social, confrontación política, anarquía, anomia, naturalización de la violencia. Lo que ha vivido la sociedad venezolana durante la “revolución bolivariana” no ha sido fácil, menos en los últimos tres años en los que la crisis se ha agudizado y está afectando aún más la convivencia entre los venezolanos, llevando a la población a sobrevivir en una lucha diaria por satisfacer sus necesidades básicas.
Esa es la lectura que hace Mireya Lozada sobre el país, desde su experiencia como doctora en psicología, profesora titular de la Universidad Central de Venezuela (UCV) y coordinadora de la maestría en Psicología Social de esa casa de estudios. “Es un gran drama y un gran conflicto humano lo que vivimos. Es viveza y es vileza, es degradación y es ruptura ética”, agrega.
Durante años Lozada se ha dedicado a estudiar, analizar y comprender la reacción de la gente ante los escenarios políticos y cómo estos inciden en su vida cotidiana, trabajo que realiza en la universidad, en la unidad de Psicología Política del Instituto de Psicología de la UCV y con las comunidades, como integrante la Red de Apoyo Psicológico.
Por ello asegura que la sociedad venezolana está hoy tan afectada por la crisis política, económica y social que ya llegó al punto de decir “basta”.
«Me preocupa sobremanera que la polarización ahora comparta espacio con la anomia y la anarquía»
“La población dice basta porque ya es hora de trabajar todos por Venezuela. Dice basta porque no consigue comida, no consigue medicinas, demanda soluciones y no se le escucha, porque vota y no se respeta su voluntad expresada en las elecciones, porque está agotada de vivir con miedo a la inseguridad y en medio de la angustia, de la rabia, del desamparo, de la incertidumbre y de la impotencia; porque está cansada también de la polarización y de ese pleito entre los actores políticos. Creo que los gobernantes están abusando de la capacidad de aguante de la población venezolana y no respetan ni escuchan su clamor de buscar soluciones y alternativas democráticas y pacíficas a la crisis económica y social que enfrenta el país”, sostiene la especialista.
Pero a pesar de que la situación del país no es alentadora, y de sentenciar que “sin entendimiento, acuerdo y diálogo entre todos los actores políticos y la sociedad no resolveremos los graves problemas que enfrentamos”, Lozada es optimista. No tiene dudas del aprendizaje que está dejando la crisis actual en los venezolanos.
“El diálogo y reconciliación sí son posibles. Hay que ser optimistas. Esto es un proceso difícil que no deja inmune a nadie, pero es una gran apuesta a futuro, para que nuestros nietos e hijos vivan en una sociedad que ellos han contribuido a construir desde unas bases más sustentables y más justas. Es una tarea muy dura pero muy hermosa porque es construir un país”.
“Es como decía el arquitecto de nuestra UCV, Carlos Raúl Villanueva: ‘los venezolanos estamos acostumbrados a construir sobre escombros’. Eso es lo que seguiremos haciendo”.
¿Cómo evalúa lo que está ocurriendo?
Me preocupa sobremanera que la polarización ahora comparta espacio con la anomia y la anarquía. La anomia es un estado de desorden, de desorganización social que se da cuando las reglas y normas se degradan, se eliminan y no son respetadas por la sociedad, comunidad o grupo.
En este contexto el ciudadano no siente obligación de respetar las normas y reglas de convivencia social porque el violentarlas no tiene ninguna sanción, y si el Estado miente y los órganos de seguridad y poderes públicos del Estado irrespetan las leyes, o las utilizan a su favor para sacar provecho político o mantenerse en el poder, el ciudadano siente que también puede hacer lo que le venga en gana, imponer sus propias reglas o la ley del más fuerte.
Lo riesgoso y muy grave es que la anomia genera situaciones de ingobernabilidad, cuando no se controla o no se atiende una necesidad o una situación urgente y crítica que vive la colectividad. Esto produce desorden, caos, violencia.
«Creo que los gobernantes están abusando de la capacidad de aguante de la población venezolana»
¿Eso es lo que se vive hoy en día?
El país vive una grave crisis. A la población le cuesta horas y horas conseguir el alimento para su familia y en ocasiones no le alcanza lo que gana para comprar, tiene que recorrer toda la ciudad o pedir desesperadamente por internet un remedio para su hijo o su familiar enfermo, o verlo morir por falta de la medicina o de atención médica por la crisis sanitaria.
Enfrenta escasez de agua, de luz y de transporte por falta de repuestos; cada día alguien cercano o la misma persona sufre las consecuencias de la inseguridad, violencia o impunidad en forma de secuestro, robos en su casa, en la calle, en el Metro, y también vive con temor bajo el control de grupos de la delincuencia organizada que lo amenazan o le cobran por ofrecerle seguridad entre comillas, e incluso es acosado por organismos de seguridad del Estado que controlan espacios de poder o recursos en distintas regiones del país.
Yo creo que si no hay respuestas oficiales y efectivas a esta situación lo más probable es que continúen estos saqueos, estos asaltos a camiones, la lucha entre personas y grupos peleándose por la comida o por otros bienes y servicios.
¿Qué le preocupa de estas reacciones?
Lo que más me preocupa es que es muy difícil predecir el comportamiento de la población, que no solo es acosada por los problemas sino también por la frustración y el sentimiento de desamparo e impunidad, donde la falta de apoyo y respuesta institucional es muy grave.
No podemos olvidar que la violencia colectiva que se ha dado en este país o en otros, con situaciones similares o más graves, se corresponde con el descontento, agotamiento y desconfianza de las masas sobre el poder del Estado para atender sus necesidades. Esa es realmente la gravedad de la situación y creo que los actores políticos no la están evaluando suficientemente.
Si estas necesidades primarias no están siendo satisfechas, la colectividad puede actuar impulsivamente y expresarse en forma violenta. Un ejemplo son los linchamientos, que han venido incrementándose con graves consecuencias a través de la naturalización de la violencia y la violación de los derechos humanos.
«es muy difícil predecir el comportamiento de la población»
¿Y psicológica o emocionalmente cómo nos afecta la crisis?
El venezolano enfrenta sentimientos de frustración, rabia, malestar, desamparo, incertidumbre e impotencia, porque pareciera que nada de lo que hace le ayuda a resolver los problemas a mediano plazo sino para el propio día. No es un solo sentimiento, son sentimientos cruzados que además van sumiéndolo en una suerte de repliegue en un espacio más privado, no solo por el agotamiento que deja esa búsqueda de alimentos y medicinas, sino por la inseguridad y la represión, entonces las tres cosas son como mucho y muy fuertes para enfrentar.
Pero también, y eso es importante que lo destaquemos, la población venezolana está aprendiendo. Está evaluando incluso su forma de vida, lo que tuvo, lo que tiene y lo que debe proteger y salvaguardar.
Ceguera Política
En las colas suele repetirse el comentario de “aquí va a pasar algo”. ¿Usted cómo lo ve?
Ya está pasando, está pasando permanentemente solo que no lo están viendo los actores políticos. La población da signos y la venezolana, como dice ese dicho, es como un cuero seco, la pisan por un lado y salta por otro. No sabemos por dónde va a saltar pero hay un malestar social que no está siendo escuchado, ni se está respondiendo al clamor popular.
Sacudida intensa
“La sociedad venezolana en todos estos años ha vivido una profunda e intensa sacudida en sus fundamentos culturales, políticos, religiosos, económicos y ha permitido que afloren las sombras y las luces que tenemos como sociedad. Creo que ha sido una sacudida muy dura, fuerte, intensa pero muy, muy interesante para reconocernos en nuestra fragilidad y fortalecer nuestra identidad social como país. Ahora tenemos que ver qué hacemos con ello y cómo lo reconducimos por un camino de prosperidad, paz y justicia”.
La soberbia del poder y la lucha de mantenerse en él es lo que hace que los actores políticos no tomen en cuenta ese clamor popular y no se den cuenta, o sí se dan cuenta pero lo subestiman, del impacto que van teniendo ciertas políticas, ciertas medidas y ciertas formas de control y de represión sobre la población.
Pero además en este contexto de crisis económica, de incremento de la pobreza, de deterioro del sistema de salud, de falta de alimento, la población también sufre las consecuencias de la desarticulación y fragmentación de los actores políticos, la sociedad está atomizada, fragmentada en pedazos.
También hay unas identidades políticas bastante frágiles que están en tránsito o buscando acomodo, y hay una ausencia de liderazgo y autoridad que conlleva a la anarquía, a una deslegitimación institucional y tiende a que la población vaya perdiendo la esperanza en el cambio.
¿El venezolano todos los días pierde la esperanza?
No es que todos los días pierde la esperanza. Es una suerte de desesperanza progresiva pero también de resistencia, porque la población demostró en las elecciones del 6 de diciembre que resiste y va a resistir. Tiene todo este tiempo resistiendo. Es decir, la población tiene fuerza y la va sacando de a poco.
Cada quien va luchando con su gente, con su familia, con su grupo, hay redes que se han creado para avisar dónde hay productos o se acompañan en estas búsquedas. Pero se requiere una articulación de las organizaciones o grupos sociales para exigir el cumplimiento de los derechos y deberes por parte del Estado.
«La soberbia del poder y la lucha de mantenerse en él es lo que hace que los actores políticos no tomen en cuenta ese clamor popular»
Para buena parte del país el resultado del 6D fue alentador. ¿Aún se percibe así con lo que ha ocurrido en estos meses?
Con las elecciones comenzó una apertura, la población votó por esa apertura y por el cambio, y aunque esos resultados de diciembre le dieron mucha esperanza a buena parte de la población, lo que ha venido ocurriendo posteriormente, donde se ha irrespetado la voluntad popular, ha hecho que haya cierto decaimiento en la población pero no podemos quedarnos ahí.
Tenemos que superar ese sentimiento de fatalismo, de victimización e impotencia. Tenemos que superarlos y luchar con la fuerza que da esa voluntad democrática expresada en los votos y en la necesidad de cambio que la población venezolana exige, para luchar por el reconocimiento y la inclusión de mayorías y minorías, y profundizar la democracia.
Y justamente esa fuerza y esa voluntad democrática tienen que luchar contra las formas de autoritarismo, impunidad, militarización y violación de los derechos humanos que estamos viviendo en Venezuela.
¿Por qué las manifestaciones no son multitudinarias como antes?
Creo que hay diferentes razones. Está la fragmentación, la falta de liderazgo y, sobre todo, el control militar y la represión que se ha ejercido sobre la población. Los costos sociales y políticos que han tenido la represión y la violación de los derechos humanos en Venezuela son muy altos y esto pesa al momento de decidir.
Pero también porque se le va la vida en buscar los alimentos. La sobrevivencia es prioritaria antes que cualquier cosa, la gente tiene que garantizar la sobrevivencia de su familia y de los que están enfermos; eso es prioritario en este momento.
“Hay un malestar social que no está siendo escuchado”
¿Cuál es la enseñanza que está dejando esta crisis?
Creo que es un aprendizaje social importante en una situación de crisis que, por supuesto, no puede prolongarse indefinidamente. Para una sociedad que ha sido sostenida con el rentismo petrolero es bueno que podamos evaluar cómo es que el rentismo petrolero nos ha conformado un patrón de relación con el Estado, en el que la prebenda o el clientelismo político ha jugado un rol muy importante.
También la población está viendo mucho más claramente en esta ocasión cómo los recursos del Estado están sirviendo para el enriquecimiento personal y generando mafias que controlan servicios y recursos.
Eso es parte de lo que le genera mucho malestar y tiene consecuencias en el sentido de que ojalá la población venezolana, en esta reconstrucción que tiene que hacer y en este proyecto de país por el que se tiene que apostar, pueda exigir transparencia, hacer seguimiento a los planes y al ejercicio de la acción política pública, porque también hemos sido algo irresponsables en relación a que el papá Estado resuelve, el papá Estado da, el papá Estado otorga, el papá Estado roba.
Toda crisis genera cambios, aprendizajes y crecimiento personal y colectivo. Además ofrece la posibilidad de sacar lo mejor de nosotros como personas y como sociedad. También sale lo oscuro, aquí ha salido mucha oscuridad y si bien pareciera que la oscuridad aumenta, también hay que recordar que el momento más oscuro es cuando va a amanecer.
¿Cuánto tiempo tardará dejar la anomia y encauzar a la sociedad, volver a respetar?
“El pueblo no es solo un instrumento para votar”
Nos va a tomar tiempo y ese es otro aprendizaje para la sociedad venezolana porque nosotros somos muy del presente, del ya, que todo lo quiero ahora. Lo hemos visto en algunas acciones impulsivas y desmedidas que, intentando resolver con atajos, han llevado más bien a profundizar la crisis y a alargar su resolución.
Por eso tenemos que entender dos cosas, primero asumir los costos que van a suponer algunas medidas económicas y políticas que deben tomarse para reconducir al país y solucionar los problemas; son costos que tenemos que vivir como sociedad, no nos vamos a evitar eso.
Y segundo, el tiempo que nos va a tomar esa reconstrucción; tenemos que asumirlo con temple, con alegría y con la esperanza de que sí es posible cambiar. Es una tarea a corto, mediano y largo plazo para reconstruir todo este tejido fragmentado pero también para trabajar por la reconciliación, por una convivencia pacífica que nos reconozca a todos.
La mentira institucionalizada
¿Cómo evalúa el discurso del Gobierno que niega la realidad? ¿Es posible mantenerlo?
Esa suerte de escisión y de distancia o alejamiento de la realidad, desde el punto de vista de la acción pública, tiene consecuencias muy graves. Esa mentira institucionalizada es irrespetuosa de la gente, subestima la capacidad de la población, incluso de los que siguen el proyecto gubernamental porque los enfrenta a una ambivalencia entre lo que él vive cotidianamente y lo que el Estado sostiene y está negando permanentemente a través del discurso público.
En los trabajos que hacemos con la gente en sectores comunitarios que apoyan al gobierno muchos de los testimonios que recogemos dan cuenta de ese malestar. La gente dice “es que creen que somos estúpidos”, “se están burlando de nosotros”. Es una sensación como de defraudados, en algunos sectores se sienten sorprendidos y desconcertados, y todavía no terminan de comprender qué está ocurriendo.
Además porque viven las decisiones que imponen sin ningún tipo de consulta con los sectores populares que los apoyan, y esto genera otro malestar. No es que se cree ciegamente el discurso, hay algunos argumentos que la gente tiende a repetir pero hay otras situaciones cotidianas que no pueden sostenerlas porque se viven y sufren a diario.
No puedes dejar de ver las colas, los asaltos en el Metro, los muertos, la crueldad por los delitos, la exhibición grotesca y grosera de las riquezas de funcionarios del Estado. Eso la gente lo ve, negarlo es subestimar a la población.
El pueblo no es solo un instrumento para votar, el pueblo tiene una vivencia cotidiana de la crisis y él la está sufriendo, y ese pueblo se expresa y lo expresa en malestar, tanto en votos como en manifestaciones o en protestas. No es cierto que no lo estén viendo.
Si quieres contactar al autor de esta historia, escribe a: patricia@larazon.net