En 45 minutos de recorrido, por un cuartel centenario, todos los días se cuenta la historia oficial de Hugo Chávez. Adoctrinamiento, militancia y pasión convergen en la última morada del “comandante eterno”
Víctor Amaya
Sobre una prominente colina de la parroquia 23 de Enero, de Caracas, se alza una estructura construida en el gobierno de Cipriano Castro en 1906. La centenaria edificación, Monumento Histórico Nacional desde 1978, ha tenido distintos usos, todos militares. Desde el 15 de marzo de 2013, 10 días después del anuncio de su muerte, alberga el cadáver de Hugo Chávez.
El impacto urbano del ahora llamado Cuartel de la Montaña va más allá de sus propios muros. La vía peatonal que conduce a su puerta está bien pavimentada y pintada desde el inicio del recorrido. Allí, donde está una suerte de obelisco de metal que en las noches es iluminado con el tricolor patrio, llega la ruta gratuita del Metrobus que traslada pasajeros desde la estación Silencio, ida y vuelta, y las busetas que se toman en el Metro Agua Salud.
Enfrente, varios kioscos lucen decorados con propaganda chavista, incluyendo la Capilla «Santo Hugo Chávez del 23». Esa caseta pintada de amarillo y rojo combina en su interior flores, afiches y gigantografías dedicadas al «comandante eterno», que comparten espacio con imágenes de la virgen de Coromoto, la Rosa Mística o Santa Bárbara.
Y al lado, todas las casas están identificadas “con el proceso”. Abundan los pendones electorales, afiches en las ventanas y rostros de Chávez y Nicolás Maduro. Los vecinos aprovechan las visitas, algunos venden helados a pesar de que los alrededores luzcan solitarios como este día, un martes cualquiera. A dos años de «la siembra» de Hugo Chávez, se mantiene un flujo constante de visitantes, aunque sin las multitudes propias de fechas emblemáticas.
El ambiente se respira tranquilo, incluso seguro a pesar de que vecinos de la zona califican los alrededores como «candela». Allí está un batallón de la Guardia de Honor presidencial, y el respeto al fallecido «comandante eterno».
Desde el mirador
La visita para conocer el Bosque de las banderas, la Plaza del Eterno Retorno, así como la fachada del edificio diseñado por Alejandro Chataing, tiene su primer revuelo al llegar al balcón con vista a Miraflores, lugar de comando de la intentona golpista de 1992. Ahora es el espacio del cañón alemán de 101 años de antigüedad, que diariamente debe disparar una salva acompañada por el repicar de la campana (debe ser sonada «cuatro veces y media» a las 4:25 pm), para recordar el anuncio de la muerte de Chávez. Pero vecinos de la zona indican que tal disparo solo se realiza el día 5 de cada mes.
Los recorridos dentro del cuartel son por algunas zonas permitidas, en grupos de 20 personas, preferiblemente, encabezado por un guía que recibe a los visitantes. Son empleadas del Ministerio de Turismo, vestidas de camisa vinotinto con el logo de la Venezuela Chévere, que luego de algunos meses de un curso y de estudiarse «el speech» del recorrido, se incorporan al equipo que también entrega del periódico gratuito «4F», órgano de divulgación del Partido Socialista Unido de Venezuela.
La guía se esmera por explicar todo con un tono escolar, preguntando a los presentes y dejando al aire frases para que el público las complete. Está lista para las visitas de niños de primaria que reciben de vez en cuando. «Vean ese círculo amarillo detrás de la iglesia de Pagüita. Ese es el helipuerto donde aterrizó nuestro comandante supremo cuando volvió el 13 de abril de 2002», indica con una sonrisa.
El pasillo de entrada a la edificación tiene en placas de granito el alfa y el omega del chavismo: las primeras y las últimas palabras de Hugo Chávez al país, en televisión. De un lado, todo el mensaje del «por ahora» de 1992. Del otro, aquél de «tenemos patria» del 8 de diciembre de 2012.
Museo para un militar
En el cuartel se habla en tono suave. Hay que respetar el descanso del expresidente que yace en el sarcófago elevado sobre la «Flor de los Cuatro Elementos», diseñada Fruto Vivas y construida en tiempo récord de seis días, según la información oficial. «Chávez no murió, se multiplicó», murmura una visitante. Lo que sí está claro, es que enterrado no está.
Está allí, flanqueado por cuatro «húsares de Bolívar» que hacen guardia permanente e inmóvil cual soldado inglés. Allí pasan el día entre las 8 am y las 6 pm, en cuatro turnos que cambian cada dos horas, bajo un techo de lonas tensadas que, según el proyecto, serán cambiadas algún día por una bóveda también diseñada por Fruto Vivas.
El lugar tiene dos salones con fotografías (no pocas con el actual mandatario Nicolás Maduro), vitrinas con objetos personales del expresidente y hasta revelaciones, como la que suelta la guía frente a una gran fotografía del cierre de campaña de 2012, bajo la lluvia. «Su familia no quería que se mojara porque estaba muy enfermo, como todos sabemos, pero él quería estar con su pueblo», dice. El guión tumba las innumerables declaraciones dadas hace tres años cuando Hugo Chávez afrontó la campaña por su reelección asegurando, como otros de su partido, que estaba completamente recuperado. «Ya ni me acuerdo de eso», llegó a decir el candidato ante la prensa.
Pero más importante es ver el pañuelo, dos peines, unos lentes, alguna ropa y otros objetos personales del homenajeado. También hay unas «arañas», dulces de coco que lucen petrificados.
En esos espacios se comienza a sentir la pasión de algunos visitantes. Brotan las primeras lágrimas y se recuerdan las anécdotas «de mi presidente que era como loquito», como comentó una señora humilde de caminar pausado y mirada atenta. No llevaba cámara.
No más selfies
El momento cumbre es cuando hay oportunidad de «tocarlo». En una fila india se camina alrededor del sarcófago que alberga los restos de Hugo Chávez y que se puede palpar pero no fotografiar porque «la gente abusaba de la confianza» -dice la guía-.
Por la estructura de piedra hay quienes pasan con curiosidad, con solemnidad, y también con tristeza. Mucha tristeza. Se escuchan lamentos, suspiros, llanto. «Se fue muy rápido». «Te extraño, mi comandante». Las frases brotan de las bocas femeninas. Los hombres se hacen los duros. La militancia da paso a la pasión. Alguno lo llama amor, como la señora de mirada atenta y ojos húmedos.
«Hay que traer a mi hermana para que lo vea», anuncia una dama en el patio exterior donde comparte charla con unos que vienen del interior del país. Aprovecharon una diligencia en la capital para conocer el lugar de descanso de quien gobernó por 14 años y cuyo rostro abunda en el recinto que fue sede del Ministerio de la Defensa y del Museo Histórico Militar.
Después de 45 minutos de recorrido, la faz de Chávez se sigue viendo. Esta vez a lo lejos, junto a Lina Ron, en un tanque de agua enorme que corona una colina adyacente que es controlada por uno de los legados del «comandante supremo»: el colectivo La Piedrita.
Si quieres contactar al autor de esta historia escribe a victor@larazon.net